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Festival Grec
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Pequeño cúmulo de abismos’: superar la vergüenza de clase con agujeros de gusano

Cris Blanco dirige, escribe y protagoniza una obra ingeniosa y emocionante en la que la excusa cuántica para romper la cuarta pared sirve para tratar lo que no había hecho antes: descubrir su fantástico léxico familiar de extrarradio

Cris Blanco, Oihana Altube y Rocío Bello, en una imagen promocional de 'Pequeño cúmulo de abismos'.
Cris Blanco, Oihana Altube y Rocío Bello, en una imagen promocional de 'Pequeño cúmulo de abismos'.CDN

La dramaturga Cris Blanco tiene un recuerdo cristalino de su primera vez en esto del complejo de clase. Pasó de niña, en los 80, cuando le tocó a ir su colegio del barrio Peñagrande Lacoma (Madrid) sin bote de pegamento. Su abuela Dora le dijo que para qué comprarlo si tenía un invento muchísimo mejor, una mezcla artesana de harina con agua. Aquella masa también pegaba cosas, pero a una niña que solo aspira a ser como los demás no le intentes vender esa funcionalidad. La vergüenza emergió por primera vez y se quedó grabada en su memoria. Quedarían muchos más epifanías de clase por llegar.

La historia de la harina y el agua es una de las primeras anécdotas con las que Blanco arranca en Pequeño cúmulo de abismos, la obra que produjo y programó el Centro Dramático Nacional en el teatro María Guerrero de Madrid en octubre de 2023 y que ha llegado al Grec con todo vendido en el Centre de les Arts Lliures de la Fundació Brossa. Merecía mayor aforo esta emocionante pieza en la que la madrileña no solo nos hace reír y llorar mientras desmonta la cuarta pared con toques de ciencia ficción. A diferencia de la no menos ingeniosa Grandissima illusione, que se pudo disfrutar en el Grec de 2022 y en la que jugaba con las convenciones teatrales para traspasar sus fronteras, en esta ocasión ha hecho algo que nunca se había atrevido a afrontar en sus tramas: exponer sus orígenes de clase trabajadora en el extrarradio de Madrid para sacudirse, a través de alucinantes viajes en agujeros de gusano, de todo ese complejo que arrastraba. Una odisea al orgullo en la que, lejos de esconderse, revela su esencia. Vine de aquí y todo esto, lejos de merecer compasión, fue mi mejor lección de vida, viene a decirnos.

Pequeño cúmulo de abismos es una obra que homenajea a los tres pilares de Blanco: su abuela Dora, su tía Amparo y su madre Angelines, tres supermujeres que emigraron en los 70 desde El Bierzo a la capital buscando mejor vida e instalándose en uno de esos barrios de edificios de ladrillo que una década más tarde amanecerían con sus descampados repletos de jeringuillas. Aquí se tira de un finísimo sentido del humor que huye de la autoindulgencia para narrar qué supuso ser hija de una madre soltera que se enamoró en el Pasatoga de un alemán huido a Bonn con su otra familia, de una niña que pasaba las tardes muertas entre las prostitutas del bar Lozano mientras su madre, peluquera, ahuecaba cardados a las vecinas de Malasaña. Este es un viaje en el tiempo donde hay besos con OBK de fondo bajo la luz verde de la farmacia de guardia, desayunos infantiles bajo un póster gigante de Felipe Gónzalez y de revistas Ragazza y Vale escondidas en el baño de tu abuela para leer las historias guarras con tus primas.

“Con el tiempo, toda aquella vergüenza que tenía, todo el afán de disimular mi historia se ha transformado en una necesidad de sacar pecho, de decir sigo aquí, en la cultura, 20 años después, y he ido tirando, trabajando muchísimo. Quería reivindicar lo humilde y todo lo que he aprendido de las mujeres de mi familia”, cuenta la propia Blanco tras uno de los ensayos previos a los pases del Grec y confirmando que dos lecturas clave le han ayudado a transitar por este viaje del complejo al orgullo (Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado Cabrera y La mala costumbre, de Alana Portero).

Aplicando su fantástico sentido del humor, Pequeño cúmulo de abismos es un viaje cuántico que va del léxico familiar que nos construye, pero también de buscarse la vida para conseguir un sitio en la cultura. De sentir que eso no te pertenece por no tener padrinos ni apellidos, pero también de cansarte de que tu rol esté condenado al por favor y gracias por haberte hecho un hueco, aunque siempre sea en la mesa de los niños pequeños. Ojalá eso dure poco y para la próxima veamos a Blanco en la de los mayores. Ese sí es el espacio que le pertenece.

Pequeño cúmulo de abismos. Dirección: Cris Blanco. Intérpretes: Cris Blanco, Rocío Bello, Oihana Altube e Iñigo Rodríguez-Claro. Dramaturgia: Cris Blanco, Rocío Bello, Anto Rodríguez, Óscar Bueno. Hasta el 7 de julio en el Centre de les Arts Lliures.

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