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Maneras de vivir
Columna
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Trabajar en las raíces

La defensa de los derechos de los animales forma parte esencial del camino hacia una sociedad más civilizada

Una marcha en Barcelona para pedir al Gobierno que incluya a los perros de caza en la Ley de Bienestar Animal el pasado 16 de octubre.
Una marcha en Barcelona para pedir al Gobierno que incluya a los perros de caza en la Ley de Bienestar Animal el pasado 16 de octubre.Marc Asensio (NurPhoto / Getty Images)
Rosa Montero

El otro día vi una imagen atroz que todavía no he podido arrancar de mi memoria. Procuro evitar estas instantáneas persecutorias, pero hay veces que caes sobre ellas sin querer. Basta con una ojeada, medio segundo, y ya el relámpago de horror se te mete en el cráneo. Era una foto de Oddie, el minúsculo perrito pomerania que un sádico energúmeno pateó y pisoteó en Jerez hasta matarlo. Y lo que se veía era un pellejo ennegrecido por la sangre, una piltrafa orgánica que había perdido su forma tras haber sido reventada. Oddie tenía nueve años; el repugnante bruto tiene 57 y acumula 17 antecedentes policiales. El tipo salió corriendo de un portal y tropezó ligeramente con la correa del perro, sin llegar a caer. Y ahí la emprendió a patadas. La niña de 12 años que llevaba a Oddie se despierta por las noches gritando y no se atreve a salir a la calle, porque el monstruo está libre y es vecino. Yo también tendría miedo si lo tuviera cerca.

Una semana antes del caso de Oddie sucedió algo igualmente atroz en un pueblo gallego. Laura, de 58 años, que trabaja en un hospital de A Coruña dando clase a los niños enfermos y haciendo terapia con ayuda de sus perros, regresó a su casa en la zona rural y encontró que su caniche Benito, de apenas cinco kilos, estaba destrozado por un disparo a bocajarro. La historia no se puede contar en detalle porque está en manos del juez, pero la Guardia Civil tuvo que sacar a Laura de su casa con chaleco antibalas. Es posible que sus otros tres perros hayan sido envenenados con matarratas; vomitaban mucho y están en tratamiento. Laura no puede regresar a su propio hogar y lo más probable es que se tenga que ir para siempre. Es el triunfo del Mal (puedes firmar esta petición en apoyo de Laura)

Multitud de investigaciones realizadas en todo el mundo demuestran la estrechísima relación existente entre el maltrato animal y la violencia contra las personas. Hará unos 15 años se hizo un estudio multidisciplinar en Escocia especialmente revelador. Intervinieron psiquiatras, médicos de familia, asistentes sociales y policías, y los resultados fueron espectaculares. Por ejemplo, el 86% de las mujeres maltratadas que tenían un animal de compañía habían denunciado que éste también había sido agredido; y entre un 30% y un 88% de los tipos condenados por exhibicionismo, acoso, violación, asesinato y abuso familiar tenían antecedentes de maltrato animal. Y ojo, porque solo contaban aquellos antecedentes que, por su gravedad, llegaron a denuncia y juicio, lo cual, en el caso de las agresiones a los animales, apenas es la punta del iceberg. De modo que es más que probable que la violencia real contra los pobres bichos se acerque bastante al 100%. Así que, aunque sólo fuera para defendernos, para aislar socialmente y poder controlar a unos individuos tan peligrosos, deberíamos perseguir de manera ejemplar a esta gentuza aterradora. Espero que el verdugo de Oddie sea condenado a la pena máxima, pero por desgracia ésta es bajísima: sólo 18 meses, lo cual significa que casi nadie entra en prisión (aún no está en vigor la nueva Ley de Protección Animal, que, aunque terriblemente descafeinada porque deja fuera a los perros de caza, aumenta un poco las penas).

Pero, además, es que la defensa de los derechos de los animales forma parte esencial del progreso ético y del camino hacia una sociedad más civilizada. Siempre he pensado que hay cuatro referencias básicas para medir el desarrollo democrático de un país: la situación de las mujeres, la salud bucodental, la salud mental y la manera en que se trata a los animales. En los dos últimos apartados España está especialmente mal: sólo hay seis psicólogos por 100.000 habitantes, cuando la media europea es de 18. En cuanto a los animales, ya se sabe que este país es feroz. Es hora de tomar medidas: no podemos seguir permitiéndonos tal brutalidad. Ya lo decía George T. Angell, un abogado norteamericano del siglo XIX que fue uno de los pioneros en la lucha animalista: “A veces me preguntan: ‘¿Por qué inviertes todo ese tiempo y dinero hablando de la amabilidad con los animales cuando existe tanta crueldad hacia el hombre?’. A lo que yo respondo: ‘Estoy trabajando en las raíces”.

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