_
_
_
_
La imagen
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un centrifugado obsesivo

Retirada de las gallinas sacrificadas tras el brote de gripe aviar en una explotación en Íscar, en Valladolid.
Retirada de las gallinas sacrificadas tras el brote de gripe aviar en una explotación en Íscar, en Valladolid.Pedro Armestre (Greenpeace)
Juan José Millás

Yacen en el interior de la caja del camión cientos, si no miles, de aves muertas en confuso desorden. Sacrificadas, debido a un brote de gripe aviar, las hemos transformado en materia inerte, en arquitecturas deshechas. Impresiona la cantidad. Uno es capaz de asumir la presencia simultánea de dos o tres cadáveres, quizá cuatro, tal vez media docena, pero los volquetes nos aturden porque rompen una estadística inconsciente. La muerte, como el coñac, mejor a sorbos. Y así es como la vida suele servírnosla, en dosis de equis cucharadas, según vengan las cosas. Un camión de animales muertos nos remite a nuestra propia animalidad porque también nuestros difuntos son de carne y hueso pasivos por más que el deseo de trascendencia del ser humano tienda a verlos como la cáscara de una metafísica que está por demostrar.

Los excesos, incluso los excesos de bienestar, nos colocan frente a nuestras limitaciones administrativas. Por supuesto que sabemos dónde enterrar o incinerar a las gallinas sacrificadas: otra cosa es la gestión (y la digestión) mental de la hecatombe. Se acerca uno a las noticias sobre la gripe aviar como a un suceso de carácter menor y, sin embargo, se pasa luego el día dándole vueltas a la foto. Dándole vueltas como el niño que se resiste a tragar el pedazo de hígado que se acaba de meter en la boca. Nos repugna, en fin, tragarnos esta imagen, ni siquiera sabemos qué significaría tragársela ni por dónde habría que hacerlo, de modo que ahí sigue, dentro de la cabeza, como la ropa blanca dentro del tambor de la lavadora, que la centrifuga y centrifuga de manera obsesiva.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_