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Columna
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¿De qué hablar en Navidad?

Del tiempo, dirá alguien, pero tampoco eso garantiza la paz de la reunión, puesto que siempre puede haber un negacionista del cambio climático y acabar entre grandes voces

Julio Llamazares
EL PAÍS

Dicen los que saben de esto que las comidas navideñas, tanto las de empresa como las familiares, son bombas de relojería en las que acostumbra a haber más incidentes que en cualquier otro momento y reunión. Lo obligado de muchas de esas celebraciones, la artificial camaradería con la que se desarrollan bastantes de ellas, la desinhibición que producen la comida y el alcohol en exceso, las rencillas y rencores acumulados durante mucho tiempo, las diferencias ideológicas, los caracteres contrapuestos, todo eso forma un cóctel explosivo que cualquier discusión puede hacer saltar provocando que la celebración se convierta en el revés de lo que se pretendía con ella. Por eso, se recomienda por los psicólogos, con el fin de la buena marcha de esas comidas o cenas, no abordar temas delicados que puedan dar lugar a enfrentamientos entre los comensales. Ni la política, por supuesto, ni el fútbol, que mueve tantas pasiones, ni la religión o el sexo son temas convenientes a tratar, y lo mismo sucede con algunos más: en el caso concreto de los españoles, Cataluña, la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, la corrupción, la memoria histórica, la prisión permanente revisable, los toros, la elección de los jueces, la monarquía…

Entonces, ¿de qué hablamos? Del tiempo, dirá alguien, pero tampoco eso garantiza la paz de la reunión, puesto que siempre puede haber un negacionista del cambio climático y acabar entre grandes voces como tiempo atrás ocurría con la autoría de los atentados de Atocha o con la responsabilidad del comienzo de la Guerra Civil ¿De literatura o cine? Puede ser, pero sin entrar en muchas profundidades. Detrás de un libro o una película hay ideología, crítica, una mirada del mundo, y también estas pueden ser causa de discusión ¿Del panorama internacional, entonces? Peligroso, porque los ejemplos pueden traerse al ámbito nacional y ahí comenzar los problemas…

La pregunta es qué ha sucedido para llegar a este punto en el que ni siquiera entre familiares y compañeros de trabajo sea posible ya discutir sin que ello suponga un ataque al otro, lo sea o no en términos objetivos. ¿Qué ha sucedido para que el irrespirable clima de las llamadas redes sociales que lo invade todo se haya trasladado al ámbito más privado de las personas convirtiéndolo en una prolongación del público? No seré yo quien dé la respuesta, porque no la tengo, aunque sí algunas sospechas de por dónde pueden ir los tiros. Y las menores no son el malestar social derivado de la crisis económica pasada (no para todos, evidentemente) y de la política que se derivó de ella y el narcisismo que invade desde hace tiempo a la sociedad y que nos hace pensar a todos que somos el centro del universo y que los demás orbitan a nuestro alrededor. Así es difícil no ya ponerse en el lugar del otro, sino escucharlo simplemente, y así no es difícil comprender que cualquier discusión termine en el enfrentamiento y la descalificación a semejanza de lo que ocurre entre los políticos o en ese albañal moral que son las redes sociales, donde el anonimato hace aflorar lo peor del género humano. Si a ello le añadimos las deudas personales, los desencuentros, el champán, las afrentas maceradas en el tiempo, los orujos y las antipatías mutuas sobrellevadas durante el año a regañadientes, no es de extrañar que las comidas navideñas, ya sean de empresa o de la familia, acaben muchas veces como dicen. Lo raro sería lo contrario. Pero de ahí a no poder hablar de otra cosa que lo rápido que ha pasado el año…

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