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Columna
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Salir del pozo

Manuel Rivas

Hay quien piensa que solo Cataluña está en un pozo. Pero es un pozo más grande. Salir de ahí es una prueba decisiva para la democracia.

HAY UN principio que debería regir la sensatez política y todas las sensateces: si caes en un pozo, no sigas cavando. Salvo que te dediques a la arqueología.

Estoy en un centro comercial, en un espacio de aparatos electrónicos, y las paredes son grandes paneles de televisores. Hay bastante gente, pero nos movemos en silencio, con cara de cíborgs a la búsqueda de implantes. En todas las pantallas, sin voz, se multiplica una imagen. La de un político catalán, Oriol Junqueras, caminando hacia el tribunal. Las televisiones repiten la toma una y otra vez. Puede leerse la noticia en subtítulos. La sala de recursos del Tribunal Supremo rechaza su petición de quedar en libertad y lo devuelve a prisión.

Hay un principio que debería regir la sensatez política y todas las sensateces: si caes en un pozo, no sigas cavando

Es un día festivo, de Navidad, y estamos afanados a la búsqueda de herramientas mágicas. No sé lo que piensan los demás de lo que muestran las pantallas, pero yo me siento como un cíborg perplejo. No por esto y lo otro, sino por todo esto. Un cíborg unamuniano al que le duele Cataluña y España, sí, y Europa, y el cuerpo todo desde el Ártico a la Antártida. La realidad ha regresado desde el mundo virtual y somos nosotros los que vivimos en un mundo de ficción, queriendo creer que hay una especie de Superinteligencia que, al margen de nuestras palabras y actos, restablecerá un orden racional y, por decirlo así, todos los ordenadores encontrarán su cerebro. Pero la realidad sigue moviéndose, creo que con desinteligencia, y cada vez se aproxima más a aquella cita tan del gusto de Borges: “¿Qué es la vida? ¡Una maldita cosa detrás de otra!”.

Dejo mi momento cíborg, salgo de esa permanente Navidad del “solucionismo tecnológico” y, claro, me caigo en el pozo. Es el espacio real, el pozo. Hay quien piensa que solo Cataluña está en un pozo. Pero es un pozo más grande, que nos implica a todos. Salir de ese pozo es una prueba decisiva para la democracia.

Palada a palada, se ha perdido la capacidad de escuchar. La simple conversación parece hoy una utopía. Y es algo inexplicable, pero también a lo inexplicable hay que buscarle una explicación sin esperar al Juicio Final. Hay un problema de sectarismo político, cuando los partidos se comportan como facciones que confunden su afán particular con el interés de las mayorías. Pero, sobre todo, hay un serio problema de agarrotamiento en los protagonistas que dominan el escenario. Recuerdan a un tipo de gente que definió con gracia Charles Di­ckens: “Hay hombres que parecen tener solo una idea y es una lástima que esa idea sea equivocada”.

Aquí la idea equivocada y compartida es el conformismo. Cada uno con el suyo. Ese acomodarse a la fatalidad de que después de una cosa vendrá otra maldita cosa.

Es también común el lamento por la fractura en la sociedad, pero una sociedad compleja y avanzada no se encona de repente. Y sería ingenuo pensar que esa fractura se limita a Cataluña. Entre lo uno y lo otro, y dentro de lo uno y lo otro, hay una inmensidad de matices. Hay un momento fronterizo, de fracaso, y es cuando el exabrupto sustituye al argumento. Esa corrosión del lenguaje acaba por imponer la dialéctica amigo o enemigo. El imperio del exabrupto impide la ecología de las palabras, espanta toda sutileza. Ese estado de malquerer es un fracaso de la política. Pero sobre todo, cuando el lenguaje se desalma, es una derrota de la cultura. Es el momento de los procrustes. Era este, Procrustes (El Estirador), un posadero griego que tenía un método infalible para encamar al viajero. Si era alto, le serraba las piernas. Si era bajo, lo estiraba a la fuerza. En ciencia, hacer la “cama de Procrustes” consiste en la deformación de la realidad para que se ajuste como sea a la propia teoría.

Es un error intentar solucionar el problema catalán con la cama de Procrustes.

Para salir del pozo, en lugar de conformar la realidad a nuestra medida, podríamos intentar una modesta revolución óptica. Ver la realidad de otra manera. Por ejemplo, que el contencioso de Cataluña se dirime entre posiciones que se definen como demócratas, que defienden la libertad y que abominan de la violencia. Eso debería considerarse una bendición. ¿Qué más se necesita para retomar la escucha y llegar a un entendimiento básico?

Que ningún Procrustes nos robe la esperanza. Después de una cosa puede venir otra cosa y que no sea una maldita cosa.

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