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Columna
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¿Tiene Trump política exterior?

Su cambio de chaqueta lo alaban sus grandes enemigos y lo critica la extrema derecha

La imagen, facilitada por la Oficina de la Secretaría de Defensa (OSD), muestra una evaluación de los daños tras el bombardeo estadounidenses en el campo de aviación de Shayrat, en Siria.
La imagen, facilitada por la Oficina de la Secretaría de Defensa (OSD), muestra una evaluación de los daños tras el bombardeo estadounidenses en el campo de aviación de Shayrat, en Siria.EFE

Lo más importante de la represalia norteamericana al bombardeo sirio con medios químicos, es lo que pueda decir, por confuso que parezca, de la política exterior del presidente Trump.

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El empresario ganó las elecciones proclamándose gran gestor de una política de America First, América por encima de todo, así como aseguraba que no iba a ser el presidente del mundo, sino únicamente de EE UU, cuando aparentemente con el bombardeo con misiles de una base siria gesticula hoy de policía mundial, tocando a rebato contra Damasco si persiste en querer ganar la guerra con medios que horrorizan a Occidente. Tan radical es su mudanza que solo había estado de acuerdo con el presidente Obama en el verano de 2013, cuando este incumplió su promesa de castigar a Damasco por un ataque efectuado asimismo con armas químicas. Siria, como el presidente El Asad y el resto del área medio-oriental, ni tocarlos.

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Pero los hechos no son del todo convincentes. Los daños a la base desde la que se supone que se lanzó el ataque gubernamental han sido mínimos, unos hangares destruidos, algunos aviones y una media docena de bajas, pero lo más notable es que se dio un preaviso de hora y media al personal ruso para que se pusiera a cubierto. Es cierto que las especulaciones sobre una aproximación a Moscú en la guerra contra el Estados Islámico (ISIS en sus siglas en inglés) se ven afectadas por una reacción amenazadora, pero solo verbal, de Rusia, Irán y Hezbolá, y en todo caso menos habría sido inconcebible. Los puentes con el presidente Putin están dañados pero no rotos.

El NYT da como explicación ad hominem que Trump no está “informado ni formado”, sobre lo que ocurre en el mundo, ni cómo actuar, con lo que sus reacciones pueden obedecer a la inspiración del momento, que en esta ocasión habría sido la Primera Hija Ivanka, favorable al castigo, o simplemente presenciar el horror químico en TV, ante la que el presidente pasa varias horas al día. Y en la estela de esa agitación personal podría inscribirse también su decisión de enviar una flota a aguas coreanas, tras el último lanzamiento de un cohete de Pyongyang, que moría apenas a unas millas de la costa de Corea del Norte.

Jan Martínez Ahrens, en este periódico, ve no uno sino dos Trump, siempre tan poco informados como formados, uno, aislacionista, y otro, incontenible enemigo del prójimo que le desplace. Y la ironía es que su cambio de chaqueta lo alaban hoy sus grandes adversarios, Hillary Clinton y el senador John McCain, y lo critica la extrema derecha republicana, que le votó a la presidencia. Ironía aún mayor es igualmente que los que sufren la guerra de Siria son los mismos a los que pretende el presidente negar la entrada en EE UU.

¿Cuál es el corolario de todo ello? Que Trump gobierna personalmente cómodo sobre el caos. ¿Intencionadamente para que sus colaboradores no ocupen más espacio que el que se les asigne o como consecuencia de un espíritu contradictorio? El de jefe de una tribu, más que de presidente.

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