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ESTADOS UNIDOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El debate de la desigualdad en Estados Unidos

La proporción del 1% más rico ha aumentado desde el 8% antes de 1980 al 18% recogido en 2019

Desigualdad en Estados Unidos
Tomás Ondarra

Los debates sobre las tendencias de la desi­gualdad en Estados Unidos han saltado de las páginas de las revistas académicas a los principales medios de comunicación. Mientras que los conservadores cuestionan desde hace tiempo que la desigualdad en Estados Unidos haya aumentado realmente, The Economist ha intervenido recientemente y ha llegado a la conclusión de que “la idea de que la desigualdad está aumentando está muy lejos de ser una verdad evidente”. Por desgracia, este debate ha embrollado varias cuestiones de manera contraproducente.

Existen diferentes nociones de desigualdad, cada una de ellas relevante para una cuestión distinta, y que se ve complicada por los problemas que plantea su medición. El indicador más sencillo es la desigualdad de las rentas del trabajo, que se refiere a lo que reciben los que ganan mucho en relación con los que ganan poco. Cuando hablamos de cómo les va a los trabajadores con títulos universitarios en comparación con los que solo tienen un diploma de secundaria, también estamos hablando de desigualdad de ingresos de los trabajadores.

Por supuesto, medir los ingresos laborales no es una cuestión sencilla, porque algunas rentas no se declaran y algunos individuos muy bien pagados aplican diversas estrategias para hacer que sus ingresos laborales parezcan ingresos de capital (que tributan a un tipo más bajo). Además, a la hora de determinar si los salarios reales (ajustados a la inflación) han aumentado, existe un intenso debate sobre si el índice de precios al consumo exagera la inflación real. Pero incluso después de tener en cuenta estas cuestiones, no hay duda de que la desigualdad de los ingresos de los trabajadores ha aumentado al menos desde 1980, y que la tendencia ha continuado desde la Gran Recesión posterior a 2008.

Esta tendencia contrasta fuertemente con la época de posguerra, en la que la desigualdad de las rentas del trabajo se mantuvo estable o disminuyó. Desde la década de 1950 hasta principios de la década de 1970, los salarios de los trabajadores con un diploma de secundaria o menos experimentaron el mismo crecimiento real que los de los que tenían un título universitario o más. Pero esta pauta de prosperidad compartida terminó en algún momento a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. Mientras que los ingresos reales de los trabajadores con titulación universitaria han seguido aumentando de forma constante, los trabajadores sin ella ganan hoy menos que en 1980.

Contrariamente a lo que insinúa The Economist, esta pauta general no se cuestiona. Aunque un estudio reciente de David Autor, Arin Dube y Annie McGrew muestra que los salarios en la parte inferior de la distribución empezaron a aumentar en torno a 2015 —lo que llevó a una notable compresión entre la parte superior y la inferior a partir de 2020—, los que están en la parte inferior siguen ganando mucho menos, en relación con la parte superior, de lo que ganaban en 1980.

Una segunda definición de la desigualdad se basa en la renta global (antes de impuestos y transferencias), que incluye no solo las rentas del trabajo, sino también los ingresos por dividendos, ganancias de capital y beneficios empresariales que constan en las declaraciones de la renta. El problema con este indicador es que los ingresos empresariales no siempre se declaran, y otras formas de rentas de capital únicamente aparecen en las declaraciones fiscales cuando se obtienen ganancias de capital (como cuando alguien vende acciones por más de lo que pagó por ellas).

Existe un amplio consenso sobre lo que ha ocurrido con la “desigualdad de ingresos totales observada” o “desigualdad de ingresos fiscales”, que simplemente recoge los ingresos totales en las declaraciones de impuestos. En este caso, la proporción del 1% más rico ha aumentado desde alrededor del 8% justo antes de 1980 hasta casi el 18% en 2019; cuando se incluyen las ganancias de capital, se eleva a más del 21%.

Gran parte del debate actual se deriva del trabajo pionero de Thomas Piketty y Emmanuel Saez, y de la metodología complementaria que desarrollaron junto con Gabriel Zucman. Este trío asigna las rentas de capital no declaradas de una manera que sigue de cerca la distribución de las rentas de capital declaradas, constatando así un aumento muy similar en líneas generales de la cuota de ingresos globales del 1% más rico en comparación con su cuota de ingresos fiscales observados. Pero ahora, un trabajo publicado recientemente por los economistas Gerald Auten y David Splinter pone en tela de juicio las famosas conclusiones del trío.

Parte de las discrepancias tienen que ver con los ingresos de capital no gravados, ya sea por evasión fiscal o por diversas exenciones, como las que se aplican a los beneficios no distribuidos de las empresas y a los ingresos procedentes de diversas cuentas de pensiones y fideicomisos. Dado que se calcula que este componente no gravado representa actualmente casi el 90% de todos los rendimientos del capital, la cuestión es cómo se distribuye. Auten y Splinter parten de la base de que las rentas del capital no sujetas a impuestos se distribuyen de forma mucho más equitativa de lo que Piketty, Saez y Zucman dan por sentado, y estiman que la participación del 1% más rico en estas rentas es mucho menor que su participación en las rentas del capital observadas (15% frente al 50% de las rentas del capital sujetas a impuestos).

Hay buenas razones por las que el 1% más rico puede tener una proporción menor de rendimientos del capital no gravados en comparación con los gravados (por ejemplo, muchas pequeñas empresas no declaran sus ingresos y muchos estadounidenses de clase media tienen cuentas de pensiones). Sin embargo, dadas las numerosas opciones de que disponen los muy ricos para eludir y evadir impuestos, no parece razonable suponer que realmente representen una proporción tan pequeña de las rentas del capital no gravadas. Es más, incluso con los ajustes de Auten y Splinter, la parte de la renta global correspondiente al 1% más rico ha aumentado desde 1980 hasta hoy, aunque mucho menos de lo que señalan Piketty, Saez y Zucman.

Cuando Auten y Splinter sostienen que no ha habido un aumento de la desigualdad, se refieren a otro indicador importante: el nivel de desigualdad que existe después de impuestos y transferencias. Esto es especialmente difícil de medir, ya que el código tributario de Estados Unidos contiene un grado de redistribución bastante elevado, y el sistema general de transferencias fiscales del país es extraordinariamente complicado.

En este punto, Auten y Splinter realizan más ajustes y llegan a su conclusión principal de que la cuota del 1% más rico después de impuestos y transferencias se ha mantenido prácticamente constante, en torno al 8%, desde la década de 1960. Pero, como es probable que los cálculos de Auten y Splinter sobre la parte de la renta global correspondiente al 1% más rico estén infravalorados, sus estimaciones sobre la parte del 1% más rico después de impuestos y transferencias probablemente son también inferiores a lo que deberían ser. El debate sobre este tema seguramente continuará.

Pero estas discusiones no deben eclipsar lo que más importa en la historia de la economía estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial. Después de tres décadas y media en las que todos los grupos demográficos se beneficiaron en gran medida del crecimiento económico, el modelo de prosperidad compartida se ha desmoronado. Aunque algunos de los costes sociales y económicos resultantes se han neutralizado mediante impuestos y transferencias, eso no cambia el hecho de que la economía de mercado —junto con las tendencias tecnológicas que ha engendrado y la globalización que ha fomentado— ha funcionado mal y ha generado una enorme desi­gualdad.

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