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A Senegal le salen caros los disturbios

Las violentas protestas, que incluyen destrozos a supermercados, oficinas bancarias y autobuses, frenan la actividad económica

Supermercado destruido en Dakar el 3 de junio.
Supermercado destruido en Dakar el 3 de junio.Leo Correa (AP)
José Naranjo

Supermercados y gasolineras saqueados, oficinas bancarias y de la Administración destrozadas, transporte público interrumpido y el pequeño comercio informal al ralentí. Las consecuencias económicas de los violentos disturbios que vive Senegal, fruto de la inestabilidad política, le están costando caro al país: unos 30 millones de euros cada día de altercados, según dijeron fuentes del Gobierno a Reuters, así como la destrucción de importante infraestructura pública. Las agencias de calificación mantienen, de momento, su confianza en la economía senegalesa, sobre todo gracias al estímulo que supondrá este mismo año el comienzo de la exportación de gas, pero los nubarrones políticos amenazan con aguar la fiesta.

“Son fuerzas ocultas bajo influencia exterior que tienen una voluntad manifiesta de afectar a nuestra actividad económica”, aseguraba hace unas semanas el ministro del Interior, Antoine Félix Diome, en una comparecencia con gesto serio ante los periodistas extranjeros. Además de comercios y transportes, el responsable de la seguridad nacional está muy preocupado por el ataque a una planta de distribución de agua. Un grupo de piratas informáticos ha logrado también tumbar varias páginas web de la Administración, incluida la Presidencia. El Gobierno responde limitando el uso de internet. “Sea cual sea el tipo de ataques, aseguro a la población que vamos a enfrentarnos a ello”, añade Diome con determinación. En el origen de los disturbios está la intención del presidente Macky Sall de presentarse a un tercer mandato prohibido en la Constitución y la condena judicial al líder opositor Ousmane Sonko, que podría dejarle fuera de la carrera presidencial y que, para miles de senegaleses, no es más que un montaje orquestado desde el poder.

Mountaga Sarr vende tabaco en un puesto callejero del barrio de Ouakam. “He tenido que cerrar durante varios días. Los jóvenes estaban quemando todo. Me asusté mucho”, asegura. Kiné trabaja como empleada doméstica y se traslada cada día desde las afueras hacia el centro de la ciudad. “Tienes que estar pendiente de si hay o no protestas, porque los autobuses dejan de funcionar. Nos está perjudicando a todas”, comenta. Nada menos que el 96% del empleo en Senegal es informal, sobre todo entre mujeres y jóvenes, según las cifras de la Organización Internacional del Trabajo. Es el eslabón más débil de la cadena. Aunque su importancia es relativa, el turismo y la hostelería también se resienten.

Apoyo de las agencias

Pese a todos los daños, las agencias de calificación crediticia mantienen su confianza en Senegal. En un informe que vio la luz a principios de junio, Standard and Poor’s Global Ratings prevé un crecimiento económico de al menos el 9% para el periodo 2023-2024, que se sustenta, sobre todo, en el comienzo de la explotación del yacimiento de gas off shore Gran Tortuga Ahmeyim en el cuarto trimestre de este año y en la aceleración de sectores como las tecnologías de la información, la informática, la construcción, la energía y la extracción de oro y fosfatos.

De momento, aunque recurrentes y prolongados en el tiempo desde que en marzo de 2021 fuera detenido por primera vez el líder opositor, los disturbios más graves han tenido un carácter esporádico, más parecidos a estallidos de cólera que a una estrategia política estructurada. “El paro galopante, sobre todo entre los jóvenes, y la subida de los precios han abocado a mucha gente a la pobreza. Estas manifestaciones también tienen que ver con una cierta desesperación”, describe Ndiaga Faye, un joven economista senegalés.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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