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La imposible tarea de la ONU en Irak

Cuando Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas, presentó a su nuevo representante especial para Irak, Ashraf Yehangir Qazi, en una rueda de prensa celebrada el mes pasado, el antiguo embajador paquistaní en Estados Unidos afirmó que la seguridad era "no sólo la primera preocupación, sino la primera prioridad, la segunda prioridad y la tercera prioridad" de su misión como enviado a Bagdad.

Con la fuerza que ha recuperado en los últimos tiempos la rebelión de Múqtada al Sáder y sus combatientes en Sáder City, Nayaf y otros lugares de la zona chií en el sur de Irak, no parece probable que las prioridades de Qazi vayan a cambiar. Tampoco van a contribuir a ello los continuos éxitos de la revuelta en el llamado triángulo suní, entre las ciudades de Faluya, Tikrit y Samarra. Por el contrario, el odio generalizado a los extranjeros hace que la misión de la ONU afronte una situación tan peligrosa, al menos, como la que se encontró Sergio Vieira de Mello, el primer representante especial de la organización en Irak, antes de morir asesinado en Bagdad hace un año.

Aunque la ocupación extranjera del país terminó formalmente hace casi dos meses, la guerra de guerrillas contra el nuevo Gobierno provisional iraquí de Ayad Alaui y las fuerzas de la coalición dirigida por Estados Unidos se ha intensificado. Sin embargo, para que la ONU desempeñe el papel previsto por Kofi Annan y Ashraf Qazi -contribuir al "éxito de una transición política en la que todo el pueblo iraquí está interesado"-, no puede agazaparse en un búnker fortificado, como hacía la Autoridad Provisional de la Coalición o hace ahora la Embajada de Estados Unidos, con sus 3.000 personas.

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De Mello lo comprendió y jugó con la posibilidad de que incluso los rebeldes iraquíes supieran ver la diferencia entre la ONU y los ocupantes de la coalición. Aquella apuesta la perdió, pero tenía razón al pensar que, para tener un papel destacado, la ONU tenía que abrirse, y que, para abrirse, él y su equipo tenían que asumir riesgos. Aunque, en muchos aspectos, la ONU actúa al dictado de sus miembros más influyentes, ésa es la diferencia fundamental entre una organización mundial y una superpotencia.

Da la impresión de que Qazi es consciente de ello. Pero tanto él como la ONU están atrapados. Naciones Unidas puede reafirmar su independencia y decir que actúa en Irak de acuerdo con sus principios institucionales, pero, en realidad, se ha comprometido a proteger el Gobierno provisional de Alaui, pese a que éste no es democrático y depende en gran parte, en cuestiones logísticas y en materia de seguridad, del Ejército estadounidense.

Además, después de haberse negado a apoyar la invasión de Irak encabezada por Estados Unidos, el Consejo de Seguridad de la ONU respaldó los resultados de dicha invasión con carácter retroactivo y dio su aprobación al Gobierno provisional, pese a la opinión generalizada de que el predecesor inmediato de Qazi, Lajdar Brahimi, quedó excluido de la decisión definitiva sobre el nombramiento de Alaui.

El Gobierno de Alaui está sufriendo ataques en casi todos los frentes. En el triángulo suní, Faluya es un área prácticamente "prohibida" para las tropas estadounidenses y las fuerzas iraquíes a las que han conseguido entrenar. Y, aunque se haya sofocado la rebelión de Al Sáder, no hay duda de que puede volver a estallar. El índice de paro entre los jóvenes chiíes es superior al 80%, el odio a los estadounidenses está exacerbado y las armas abundan más que nunca; con todo eso, ni siquiera la muerte de Al Sáder extinguiría la rebelión. Mientras tanto, muchos personajes destacados del Gabinete de Alaui, como Ibrahim Yafaari, vicepresidente segundo, no están tan dispuestos, como pareció estarlo el primer ministro recientemente, a emplear la fuerza contra Al Sáder. Algunos se quejan de que Alaui defiende -o, por lo menos, no rechaza- el regreso de antiguos miembros del régimen de Sadam Husein.

Lo cierto es que la política iraquí es muy complicada y enormemente cambiante. La situación podría apaciguarse en un futuro próximo. Aunque es popular entre los chiíes pobres de las ciudades, Al Sáder tiene escasos simpatizantes entre quienes se disputan el poder en Irak.

No obstante, resulta difícil ver qué eficacia puede tener la ONU mientras los grupos políticos iraquíes están enzarzados en lo que cada vez se parece más a una lucha a muerte por la supremacía, un juego en el que, por primera vez desde la caída de Sadam Husein, la división de Irak se cierne como una auténtica posibilidad.

Para empeorar aún más las cosas, los recientes combates en Nayaf han causado grandes daños en la ciudad sagrada de la confesión chií, un centro de peregrinación en el que aspiran a ser enterrados los chiíes devotos. Durante el Gobierno de Sadam Husein, Nayaf sufrió terriblemente. Tuvieron un breve periodo de alegría cuando llegó la liberación, pero ahora los hoteles de los peregrinos han quedado destruidos y el extenso cementerio es una zona de guerra.

Todas las guerras acaban, por supuesto, pero no parece que las luchas en Irak vayan a terminar a corto plazo. Y, pese a unas perspectivas tan poco propicias, los funcionarios de la ONU parecen resignados a llevar a cabo su misión. Pero, en privado, tienden a culpar a los Estados miembros de la organización por haberles colocado, una vez más, en una posición imposible.

Ahora bien, si se retiran con discreción, como hicieron tantas veces durante los años noventa, y se comportan como "el buen soldado", la situación parece condenada a fracasar. Con razón o sin ella, el fracaso de la ONU en Irak debilitaría todavía más su autoridad moral y limitaría su capacidad de actuar en las crisis en las que los deseos de las grandes potencias no son el factor decisivo y en las que Naciones Unidas aún puede confiar en hacer que las cosas sean distintas.

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