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DE ÁREA A ÁREA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aquel viejo reglamento olvidado...

Tiempo atrás se le tenía más cariño a las reglas en el fútbol, casi devoción, pero ahora cambian cada poco

Los jugadores del Rennes y el Villareal, discuten al final del partido.
Los jugadores del Rennes y el Villareal, discuten al final del partido.YOAN VALAT (EFE)

En las acaballas del Rennes-Villarreal (minuto ciento y pico) se produjo una jugada rara con gol local que hubiera significado el 3-3. El turco Atilla Karaoglan lo concedió, pero el italiano Massimiliano Irrati, desde el VAR, le avisó de su error, y aquel anuló el tanto. Así que el Villarreal ganó 2-3 y regresó tan ricamente, primero de grupo y clasificado directamente para octavos. Esta vez, un punto a favor del VAR.

La cuestión fue: el rennais Le Fée lanzó un golpe franco directo, el balón rebotó en el larguero y sin que nadie lo tocara regresó a él mismo, que inició jugada de ataque con gol final de Avignon. El error del árbitro nace, me hizo notar Iturralde, de su mala colocación. En lugar de estar hacia un costado, con buena visión, estaba muy centrado, según la tonta consigna reciente de abandonar la vieja diagonal, así que veía la barrera pero no al lanzador. Por eso no se percató de que el que recogía el rebote era el mismo que lanzó la falta. El del VAR sí, pues tenía la panorámica. El quid de la cuestión es que el que pone la pelota al juego en una falta, penalti, saque de banda, córner, o saque de puerta no puede volver a tocarlo hasta que lo haya hecho algún compañero o rival. Pasa a veces en penaltis, nunca lo vi en un golpe franco, pero el principio es el mismo, y más viejo que el hilo negro.

Si traigo esto a colación es porque me ha extrañado la reacción de muchos amigos y colegas ante el hecho, que da idea de un largo despiste respecto al Reglamento. Algo que, como todo, tiene sus causas. Tiempo atrás se le tenía más cariño, casi devoción. Cada poco salía una nueva edición del Reglamento Comentado de Pedro Escartín, árbitro en la preguerra, luego comentarista y divulgador. Era una especie de misal para los aficionados. Nos gustaba interpelarnos a unos a otros, discutir jugadas, y si las espadas quedaban en alto el día siguiente alguien aparecía con el libro para zanjar la cuestión. Formaba parte de la afición de fútbol.

Y era fácil si se ligaba todo a una lógica natural, desarrollada a partir de la norma-raíz: no se pueden usar las manos. A partir de eso, unas faltas graves, sancionables con libre directo, unas leves, con libre indirecto, el fuera de juego, muy entendible si se capta su esencia (incurre en fuera de juego el que se sitúa por delante del balón excepto en… y ahí entran las excepciones conocidas) y un principio de lealtad al juego y de obediencia al árbitro. Eso, las medidas del campo, del balón, del tiempo y demás, todo bien sintetizado en XIV Reglas de redacción sencilla, fácilmente traducibles a cualquier lengua y entendibles desde cualquier cultura. Porque era una ley natural.

Pero llevan tantos años ya toqueteándolo y chinchándolo, metiendo y sacando cosas sin criterio y de forma absurda, que se le ha perdido el hilo. Y ya no hay un Reglamento Comentado de Pedro Escartín a mano, sino un árbitro en cada medio de comunicación, algunos sin la actualización necesaria ni verdadera conciencia del bien hacer. Así que el aficionado se siente como el viejo recluta de la mili, abandonado a la triste realidad de que le mueve la orden arbitraria del suboficial de turno, que cambia de criterio como cambia de humor. ¿Cómo coger cariño a algo tan poco duradero como el reglamento actual, que ya no me decido ni a escribir con mayúscula?

No quisiera pasar por un nostálgico abrazado a eso de que cualquier tiempo fue mejor. Siempre pensé que con el tiempo todo mejora menos la fruta. Por desgracia, ya son dos cosas las que empeoran, la fruta y las reglas del fútbol. El que quiera puede consultarlas en la web de IFAB, están en cuatro idiomas, entre ellos el nuestro. Pero no sé si merece la pena: las cambian cada poco. Y el de Escartín, que nos sabíamos como el catecismo, nos lo ha echado a perder el vanidoso y entrometido David Elleray.

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