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Guadarrama y el Jumbo coronan a Sepp Kuss ganador de la Vuelta a España

El neerlandés Wout Poels anuncia el festejo del norteamericano ganando la penúltima etapa por delante de Remco Evenepoel

La Vuelta Ciclista 2024
Kuss, en el centro, cruza la meta de GuadarramaManu Bruque (EFE)
Carlos Arribas

Los monumentos ilustran la Vuelta todas las etapas, veloz su paso, y la vigésima, la penúltima, prescriben lo que va a suceder. Engañan un poco.

Engaña el montañero de la rotonda de Manzanares, a la sombra del castillo, de donde salen, que señala las montañas y el cielo y anuncia audacia y soledad, y engañan las antenas de la NASA en Fresnedillas y Robledo, que apuntan a la Luna y Remco Evenepoel, que va delante, sus lunares azules marcando el camino, debería pensar entonces, como todos, en Eddy Merckx, que ganó su primer Tour un domingo y el lunes, pocas horas después, Neil Armstrong le imitó en el satélite, y las piedras verticales del comienzo de la subida a Abantos le llevan aires de un muro de su Flandes, y la vereda estrecha y mal asfaltada entre pinos oscuros en la que continúa le llevan quizás a La Redoute, la cuesta más empinada de la Lieja que dos veces ha ganado a los 23 años.

Pero también engaña el chavalín belga, baja la cabeza, hunde las espaldas, y, la espuma de los días pasados tanto pesa, la Luna se eclipsa como se eclipsó, más oscuramente, en el Aubisque y en el Tourmalet, los colosos que se le atragantaron y le condenaron a una Vuelta de fugas, a montones, lunares de montaña, unos cuantos, y victorias de etapa, tres, y su ausencia condena a la carrera a una resolución interna, a un debate de aires empresariales en las cenas intensas de un solo equipo. Curiosamente, y la ironía no dejará de hacer sonreír a los gurús de las escuelas de negocios, la solución deparó el mejor resultado, para la afición, para el ciclismo.

La mole herreriana de El Escorial no engaña, cómo iba a hacerlo la arquitectura tan recia, sólida, inamovible, tan permanente como el neerlandés larguirucho, nariz afilada, Wout Poels, también ganador de la Lieja, también inspirado por el recorrido y el olor de la victoria, que, dos meses de conquistar el Mont Blanc en el Tour, con 35 años, le hace un interior en una curva en cuesta a Evenepoel, le saca dos metros imposibles de cerrar y le derrota.

Es el aperitivo. Son los bombos y platillos que anuncian lo que todos esperan. Es la fiesta de Sepp Kuss, que se festeja por los pueblos de la sierra, cantos y bailes, saltos de las bicis sobre las raíces de los pinos que cruzan la carretera por debajo del asfalto, chistes y, pasada la curva de Guadarrama, un posado hermoso para una foto. Delante, los españoles, Ayuso, Landa, Mas, cuarto, quinto, sexto en la general, se desafían en el sprint de los derrotados. Detrás, Kuss y sus amigos, Vingegaard, Roglic, los tres primeros de la general, el de rojo en el centro, levantan el pie, dejan un hueco de unos metros para que se les vea bien, y se abrazan al estilo, tanto se aman, tanto orgullo sienten, tanto quieren a Kuss, su sonrisa eterna, al que el esloveno y el danés, dos de los mejores corredores del momento, señalan con el dedo, y hasta parece que le entonan a lo Tina Turner, you’re simply the best! Y, podrían añadir, como el Jumbo ninguno. Con su Vuelta, el Giro de Roglic y el Tour de Vingegaard, el equipo neerlandés es el primero que gana las tres grandes en el mismo año. Y solo en 1966, en una Vuelta sin extranjeros, el Kas de Gabika, Echevarría y Vélez, un equipo de amarillo también, había sido capaz antes de copar el podio con sus figuras.

Y a Sepp Kuss, Colorado kid, su espíritu relax pero serio. tan parecido al de Ricky Nelson, el pistolero cantante de Rio Bravo que se come a John Wayne y Dean Martin, le festeja su Noemí, que se le come a besos en la meta, y le corona la afición, que le aclama feliz, qué regalo, el ganador más inesperado, 10 años después de otro norteamericano sorprendente, Chris Horner, viejo redneck de 41 años nacido en Okinawa, Japón, que dejó de piedra a Vincenzo Nibali en el Angliru de 2013.

Antes de que en las escuelas de negocios se enseñaran esas cosas Bernard Hinault ya sabía lo que eran el liderazgo y la gestión de equipos, todo tipo de liderazgos. Liderazgo vertical y único, en sus primeros años en el Renault, liderazgo discutido y compartido en La Vie Claire, cuando Laurent Fignon le robó el corazón a Cyrille Guimard, y debió acoplar sus ambiciones a las de Greg LeMond. Aunque llegó a un acuerdo con el patrón Bernard Tapie para que el americano le dejara ganar él su quinto Tour en 1985 a cambio de su ayuda en 1986, el bretón le hizo sufrir. Le atacó duro y cuando le preguntaron por qué, Hinault respondió: “porque tiene que demostrar que merece ganar el Tour”.

Nada más comenzar la Vuelta, en la sexta etapa, los Jumbo decidieron, por razones estratégicas, sumar un tercer líder a la posición compartida en el vértice por Jonas Vingegaard. Organizaron una gran fuga (39 corredores) hacia el Pico del Buitre, en la sierra de Teruel, en la que incluyeron a la mitad del equipo. Tres para trabajar, Van Baarle, Valter y Tratnik, y uno para coronar el esfuerzo, Sepp Kuss. Manejaron perfectamente los tiempos, buscando siempre una ventaja considerable (tres minutos), no desmedida (llegaron a tener seis minutos sobre un pelotón en el que, desprevenidos y atónitos, tuvieron que trabajar los Movistar de Mas y los Soudal de Remco), y hasta regalaron el maillot rojo a Lenny Martínez para disimular. Objetivo conseguido: Kuss se convertía en el tercer líder del Jumbo. Al principio hacía gracia, tan simpático el chaval que hablaba español gracioso, que llevaba como amuleto una pulsera del Rocío y que no dejaba de decir que su mujer, Noemí, es catalana. El equipo jugó con el equívoco. Kuss, que nunca había brillado contrarreloj, hizo la crono de su vida en Valladolid. Mantuvo el rojo. En el Tourmalet, su aceleración eléctrica se comió en dos pedaladas la mitad de la ventaja que Vingegaard, buscando el sol, había acumulado en cuatro kilómetros. A la Hinault, le exigió a Kuss que demostrara que merecía la victoria, como Roglic también. Contra su resistencia feroz, y contra Landa samaritano y la afición que le jaleaba, cuando la lucha era aún libre, Roglic y Vingegaard chocaron en el Angliru. Aquella noche, las estrellas se rindieron. Solo brillaría su amigo, al que tantas victorias debían, y con envidia y admiración le acompañarían, menuda banda, en la carretera, aguantando desde las cunetas veloces el único sonido que, como emitido por una chicharra, les llegaba, kuss, kuss, kuss. Lo imitan los dos a coro, agudas sus vocecillas, ante la prensa, y, terminada la batalla, se ríen joviales, niños sin malicia, solo un poco gamberros.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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