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Shane Larkin, un base tan temido como admirado por su juego y su espíritu de superación

El referente del Efes, que este miércoles se juega el pase a la Final Four con el Barça, lidia con un trastorno obsesivo-compulsivo

Robert Álvarez
Shane Larkin, en su último partido en el Palau.
Shane Larkin, en su último partido en el Palau.LOLA BOU (GETTY IMAGES)

Shane Larkin estará en el punto de mira de compañeros, rivales y aficionados este miércoles en el Sinan Erdem Dome de Estambul. Si no varía el guión, empezará el partido en el banquillo. Pero nadie se lleva a engaño. Si de un jugador depende la clasificación del Anadolu Efes por primera vez  para una Final Four desde 2001, es de este base nacido en Cincinnatti hace 26 años. Lo saben muy bien Svetislav Pesic y los jugadores del Barcelona, enfrascados en la misión de retornar al equipo azulgrana a la cita de los cuatro mejores clubes del continente en la que no comparece desde 2014. Este año, con el aliciente de que se disputa en Vitoria, del 17 al 19 de mayo, con tres equipos ya clasificados: Real Madrid, Fenerbahçe y CSKA Moscú.

Los datos son contundentes: Larkin promedia 20 puntos y es el máximo anotador, de largo, en el único playoff que ha llegado al empate a dos victorias. Ya en la fase regular, Larkin le metió al Barcelona 37 puntos y consolidó a su equipo en el cuarto puesto, el que, en definitiva, le da la ventaja de jugar el partido definitivo este miércoles en Estambul (19.00, Movistar +).

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El número 0 del Efes es el prototipo del jornalero a caballo entre la NBA y Europa. Su última apuesta por triunfar en la liga estadounidense fue en 2017. El Baskonia, su equipo entonces, deseaba que siguiera, pero prefirió perder dinero, se afirma que renunció a un contrato garantizado por seis millones de dólares, en pos de la gloria en la NBA. Aceptó la propuesta de los Celtics, económicamente modesta, con solo 1,4 millones de dólares por una temporada, pero interesante porque podía impulsar su carrera en la NBA después de haber jugado en tres equipos diferentes en sus tres primeras temporadas: Dallas, Nueva York y Brooklyn. Había destacado en la Universidad de Miami y fue elegido en el 18º puesto del draft de 2013 por Atlanta, que lo traspasó de inmediato a los Mavericks.

Su padre es Barry Larkin, una figura del béisbol. Su camiseta con el número 11 está retirada por los Cincinnati Reds, y en 2012 entró en el Salón de la Fama. Dos tíos suyos fueron también destacados deportistas. Byron jugó en la Liga Universitaria de baloncesto con Xavier University y Stephen, en la Major League de béisbol. Cuando era un crío, dos compañeros de su padre le llevaron a un entrenamiento de verano. Ni le fue bien ni le atrajo el béisbol. “Era un niño hiperactivo. Me gustaba moverme, correr, saltar y tocar cosas. Simplemente me gustaba moverme mucho”, le cuenta a Joe Arlauckas en The Crossover. “Por eso opté por el baloncesto, un deporte en el que siempre estás activo. No hay un momento en la cancha en el que puedas relajarte. Siempre tienes que estar activo. Debes estar atento y listo para hacer el próximo movimiento”.

El baloncesto le ha servido para lidiar con el trastorno obsesivo-compulsivo que sufría. En agosto de 2018 explicó, en una entrevista con la ESPN, que una de sus mayores obsesiones era lavarse las manos ocho veces seguidas simplemente por tocar una alfombra o que le rozara su perro. Llegó a lavárselas tanto que le sangraban y se le hacían llagas. El baloncesto le ayudó a superar esa obsesión. Mientras jugaba, olvidaba que el balón lo tocaban muchas otras manos sudorosas y, centrado en el juego, no reparaba en los constantes contactos con los cuerpos de sus rivales. “No podía apretar el botón del ascensor o el grifo para abrir el agua —¡eso está tan sucio!’, pensaba—, pero un día me di cuenta de que podía correr en una cancha de baloncesto donde los chavales se agarraban por las axilas y tocaban el balón después de haberse hurgado la nariz. Jugué, salí de la cancha y me comí una hamburguesa sin haberme lavado las manos. No tenía ningún sentido”.

No podía apretar el botón del ascensor ni el grifo para abrir el agua —¡eso está tan sucio!’, pensaba—”

En el draft de 2013 algunos equipos le preguntaron si se veía capaz de seguir capeando su trastorno obsesivo-compulsivo. Tras su primera temporada en Dallas, fue enviado a Nueva York junto a José Manuel Calderón, entre otros, en el traspaso que llevó a los Mavericks a Tyson Chandler y Raymond Felton. En 2015 firmó por Brooklyn. “Es rápido, tiene muy buena ruptura en el uno contra uno, usando cambios de ritmo y acelerando con el bote. Es un base muy jugón, con un muy buen manejo del balón”, lo definía Alfredo Salazar, secretario técnico del Baskonia cuando lo fichó en 2016.

Un año después, el equipo de Vitoria pretendía que siguiera y el Barcelona, su rival ahora, le hizo llegar una oferta. Él prefirió intentar hacerse un hueco en la NBA con los Celtics. Ahora, quiere hacer historia con el Efes, precisamente a costa del Barça, al que volvió a llevar por el camino de la amargura en el tercer partido con 20 puntos y una notable actuación que le valió el excepcional reconocimiento y aplauso hacia un rival de la afición que llenó el Palau.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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