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Crítica | Como pez fuera del agua
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Amor de periferia

He aquí una comedia de éxito en taquilla que no solo se toma en serio a todos sus personajes sino que sabe extraer una ficción compleja de una realidad social conflictiva

Un fotograma de 'Como pez fuera del agua'.
Un fotograma de 'Como pez fuera del agua'.

Cuando, en las primeras líneas de diálogo de una película, se menciona a Pasolini y, poco después, un gag se apoya en una canción de Renato Zero, este crítico no puede evitar sentirse en buenas manos, pese a la desconfianza que, en primera instancia, pueda provocar el uso escasamente refinado de ralentís y tomas en gran angular. Dirigida por Riccardo Milani, cineasta inédito en nuestro país que biografió a Domenico Mudugno para televisión, Como pez fuera del agua no invoca a Pasolini y Zero sin razón: la periferia, la vida en los suburbios sumida en la marginalidad, que uno afrontó desde el arte combativo y el otro en clave de kitsch melódico, centra esta heterodoxa comedia romántica presidida por la gráfica imagen que propone su contundente título original, según el cual un romance entre clases sociales irreconciliables duraría lo mismo que un gato en plena autopista.

COMO PEZ FUERA DEL AGUA

Dirección: Riccardo Milani.

Intérpretes: Paola Cortellesi, Antonio Albanese, Sonia Bergamasco, Alice Masseli.

Género: comedia. Italia, 2017.

Duración: 98 minutos.

Milani ha hecho una película que, como algunos recientes trabajos de Pif —La mafia sólo mata en verano (2013) y Amor a la siciliana (2016)—, Gianni di Gregorio —Vacaciones de ferragosto (2008) y Gianni y las mujeres (2011)— y Ficarra & Picone —La hora del cambio (2017)—, parece tener plena conciencia de la gran tradición de la comedia crítica italiana. En Como pez fuera del agua, el miembro (progresista) de un Think Tank que desarrolla políticas sociales para la Unión Europea pondrá a prueba sus convicciones ideológicas cuando su hija adolescente se enamore de un chico de extrarradio, nacido en el seno de una familia singularmente desestructurada. Cuesta poco imaginarse a Alberto Sordi en ese papel principal, del mismo modo que es inevitable pensar en la gran composición que hubiese hecho Ugo Tognazzi del padre (preso) del muchacho. La comparación no es desfavorecedora: he aquí, pues, una comedia de rotundo éxito en taquilla, que no sólo se toma en serio a todos y cada uno de sus personajes —no hay caricaturas de trazo grueso, sino identidades (y razones)—, sino que sabe extraer una ficción compleja y no necesariamente complaciente de una realidad social conflictiva donde anti-europeísmo y conciencia social mantienen un pulso aparentemente irresoluble.

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