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CLÁSICO COLO COLO-UNIVERSIDAD CATÓLICA
Columna
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El árbitro acusado de traicionar al equipo donde jugó

Felipe González dirigió el clásico que Colo Colo le ganó a la Universidad Católica este domingo. Su excompañero Nicolás Núñez lo acusa de haberlos perjudicado por “frustración o resentimiento”. Una historia extraña e irrepetible

clásico entre Colo Colo y Universidad Católica
Damián Pizarro de Colo Colo celebra tras anotar contra Universidad Católica, en el estadio Monumental de Santiago, el pasado 1 de octubre.Elvis González (EFE)

Como pocas veces se ha visto en una cancha de fútbol, el argentino Fernando Zampedri festejó eufórico el balonazo que mandó a las tribunas cuando el tiempo reglamentario se extinguía. Era saque de banda, contra Colo Colo, de visitante, con un jugador menos y faltando segundos para que se cumpliera el tiempo reglamentario.

El clásico que reunía a los dos equipos más exitosos de la última década en el fútbol chileno estaba uno a cero a favor de la Universidad Católica, pero el sabor era más intenso: la derrota dejaba a Colo Colo sin opciones de disputar el título. Los cruzados habían hecho un partido mezquino, fingiendo infracciones, reclamando un penal no sancionado y encerrándose en su terreno. Por eso, los 11 minutos de tiempo agregado que dio el árbitro Felipe González no parecían exagerados.

Pero los albos lo dieron vuelta. Un gol a los 97 minutos y otro a los 101 les otorgaron los tres puntos, la alegría de 40 mil personas y la ilusión de conquistar la corona. El rival, obviamente, reclamó por el arbitraje, como ha ocurrido siempre desde que el juego es juego.

Sin embargo, el joven técnico de la Universidad Católica rompió el molde. En vestuarios, ya calmado, Nicolás Nuñez dijo que “no queremos que Felipe González nos arbitre nunca más. Es evidente que hay algo personal de él; frustración, resentimiento en haber pertenecido a este club y no haber seguido participando”.

Efectivamente, González entró a la categoría sub 10 en la Universidad Católica a mediados de los noventa. Era, en sus orígenes, un volante mixto de buen trato de balón, al punto que sus compañeros le decían Guille, por su afán de imitar a Barros Schelotto. Estuvo en el club por una década, donde fue bajando de posiciones en la cancha hasta llegar a ser defensor. Cuando debió definirse su paso al primer equipo le comunicaron que no seguiría. Nunca estuvo en la categoría de Nicolás Nuñez, pero se cruzaron en vestuarios más de una vez.

González prolongó su carrera en Hossana, un cuadro evangélico que militaba en la Tercera División, y luego saltó al profesionalismo en San Luis, el año 2004. Su mejor momento lo vivió al año siguiente, cuando integró como defensor la planilla de Santiago Morning, coronándose campeón de la Primera B, con Esteban Paredes, el goleador histórico del fútbol chileno como compañero.

Pudo seguir escalando, pero una lesión al ligamento cruzado lo obligó a abandonar a los 27 años. Siguiendo los consejos de su padre se transformó en árbitro, llegó a la división de honor y hoy es el presidente del Sindicato de jueces profesionales, con una ventaja sobre sus pares: maneja el paño. En un medio donde se suele reprochar a los referís su falta de conocimiento del juego, de empatía con el jugador y de interpretar criteriosamente el reglamento, Felipe González acumulaba ventajas.

Hasta que expulsó a Gary Kagelmacher por hacer tiempo, no sancionó un penal contra Clemente Montes y aplicó 11 minutos de tiempo agregado en el clásico más picante de los últimos tiempos en canchas nacionales.

¿Venganza? ¿Rencores guardados? El pasado futbolístico de González nunca fue tema hasta ahora, ni a favor ni en contra de los clubes donde jugó y menos de su casa formativa, la Universidad Católica. Pero en un duelo donde la tradición, la lucha acumulada en los últimos años y, sobre todo, las disputas personales terminaron, de manera insólita, provocando un debate inédito.

Un entrenador y un árbitro que compartieron series menores, hoy están irremediablemente enfrentados. Como para no volver a cruzarse más.

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