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Una alianza desdibujada

Ivan Ferreiro y Leiva se duelan en el escenario de la sala Galileo Galilei

La idea tiene su gracia y la génesis, más aún. Iván Ferreiro y Leiva, amigos de muchos puertos y correrías, coinciden este verano en la coruñesa playa de Riazor y, en la fanfarronería cordial de los camerinos, se plantean un duelo sobre el escenario. El cariñoso pique se alimenta en sucesivos tuits hasta que ambos sustancian una fecha común, la de anoche en la Galileo Galilei. Sin muchas pistas sobre lo que sucedería, las entradas se evaporan ante lo que parece una ocasión singular. Y lo fue solo a medias: nada aconteció fuera de lo que cabría prever entre dos buenos amigos que comparten algunas buenas canciones, pero seguramente no muchas horas de preparativos.

La reinvención es un objetivo loable. El pop ha sido por estos lares más bien pacato y egocéntrico, ajeno a eso que los redichos llaman sinergias. Estos dos felices culos inquietos reniegan del ensimismamiento y siempre han preferido enredar, en la mejor acepción del término. Leiva se retó el mes pasado, sin ir más lejos, con uno de sus mayores, Ariel Rot. Pero la confrontación de ayer no pasó casi nunca del tibio intercambio de golpes: ahora una tuya, ahora una mía, en esta nos cedemos la voz cantante. Y poco más. La instrumentación, de guitarra y teclado, no propiciaba las interacciones. Y las versiones, Destruye (Ilegales) y Crímenes perfectos (Calamaro), tampoco parecieron guiadas por la audacia.

Los dos colegas hicieron bien, en cambio, en dosificar sus títulos más evidentes: Ferreiro incluso se disculpó antes de hincarle el diente a Promesas que no valen nada. Leiva estuvo algo atildado con Nunca nadie y estimulante con Por mi tripa, pero le sobró Champán, una de esas piezas en las que confunde sensualidad y obviedades, Paul Newman con Nacho Vidal. La alianza Madrid-Vigo puede acabar resultando, pero por ahora se la intuye solo desdibujada.

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