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Luis Alberto Urrea, narrador hispano de Estados Unidos: “Trump hizo de la frontera un teatro de horrores”

El autor mexicanoestadounidense, que escribe solo en inglés y asegura que en Estados Unidos hay una actitud abiertamente racista contra su lengua paterna, cambia en su última novela su habitual temática de frontera por los recodos más íntimos de su madre

Luis Alberto Urrea
Retrato del autor Luis Alberto Urrea.JPBody

Luis Alberto Urrea (Tijuana, 1955) es uno de los narradores hispanos de Estados Unidos más importantes de nuestro tiempo. Representante de una tradición literaria extraordinariamente diversa cuyas señas de identidad, pese a lo dispar de los orígenes de quienes la integran, evidencian una sólida unidad, debida a una presencia, tanto simbólica como real: el español. Es una lengua que muchos de ellos han perdido, pero que sigue dando forma, incluso en su ausencia, a su visión literaria. El mundo de Urrea es la frontera que separa México de Estados Unidos, la frontera herida de la que hablaba Carlos Fuentes, una cicatriz abierta que en ningún momento ha dejado de sangrar, una zona de fricción lacrada por el racismo, la violencia, la injusticia y la corrupción. Urrea es autor de 18 libros, entre los que se incluyen cinco volúmenes de poesía, dos libros de memorias (Hijo de nadie y Tiempo de errancia) y dos colecciones de relatos (Seis clases de cielo y El museo del agua). El núcleo central de su obra consta de seis novelas, a las que es preciso añadir su imprescindible trilogía de la frontera.

“Los Urrea somos de origen vasco”, señala el escritor al principio de la conversación, que tiene lugar en la cafetería de un hotel de Chicago. “Mis antepasados llegaron con los conquistadores. Mi madre era norteamericana y mi padre mexicano. Cuando se casaron se fueron a vivir a Tijuana, donde nací yo. Vivíamos en un callejón de tierra en lo alto de un cerrito en Colonia Independencia, en una casa muy humilde que construyó mi abuelo y tenía un jardín. Recuerdo que había un falso castillo medieval y al final de la calle alguien tenía un oso amaestrado. En la casa de al lado había un loco que cuando se emborrachaba sacaba una pistola y disparaba a la luna. Mis padres volvieron a San Diego cuando enfermé de tuberculosis”.

Undated image of author Luis Alberto Urrea's mother, Phyllis de Urrea, in the Red Cross uniform.
Imagen sin datar de la madre del autor Luis Alberto Urrea, Phyllis de Urrea, con el uniforme de la Cruz Roja. ARCHIVO PERSONAL LUIS ALBERTO URREA

¿Cómo se hizo escritor?

“Vivíamos en un barrio pobre muy violento. Los enfrentamientos entre blancos, chicanos y negros eran constantes. Yo apenas salía del apartamento. Me pasaba el día leyendo. Mi madre siempre quiso que yo fuera americano, pero mi padre era mexicano cien por cien. Gracias a ella descubrí a Dickens, Mark Twain y Rudyard Kipling. Otra influencia importante fue la de mi hermanastro, que ya murió. Era adicto a la ciencia ficción y me hacía llegar los libros de Ray Bradbury”.

La ciencia ficción estaba destinada a ejercer un papel importante en el nacimiento de Urrea como escritor gracias a un golpe de suerte, cuando su profesor de escritura creativa le dio a leer a Ursula K. Le Guin, a la sazón escritora residente en la universidad, un cuento de su joven discípulo. “Le Guin estaba impartiendo un taller como escritora residente y cuando leyó el cuento me quiso conocer, convirtiéndose inmediatamente en mi mentora y haciendo que el cuento apareciera en una antología”.

Otra influencia de peso, esta vez procedente de la tradición literaria hispano-norteamericana, fue la figura de Rudolfo Anaya, el celebrado autor de Bless Me, Ultima, una de las obras esenciales del canon latinx. Cuando se le pregunta qué otros escritores estadounidenses de origen latino son importantes para él, Urrea evoca, consciente de que serán muchos los nombres que olvidará mencionar, a John Rechy, Rolando Hinojosa-Smith, el puertorriqueño Piri Thomas, Sandra Cisneros, Ana Castillo, Julia Álvarez y los poetas Jimmy Santiago Baca y Martín Espada.

“Cuando Ursula K. Le Guin leyó el cuento me quiso conocer, convirtiéndose inmediatamente en mi mentora y haciendo que el cuento apareciera en una antología”

Como narrador, Urrea demuestra el mismo nivel de eficacia cada vez que atraviesa la frontera porosa que media entre la ficción y la no ficción. Su primer libro, Al otro lado de la alambrada (Across the Wire, 1993), es una crónica implacable de la vida en la frontera. “Es una historia trágica”, apunta, evocando uno de los episodios clave. “Yo fui el primero de mi familia en ir a la universidad y, cuando me gradué, mi padre me dijo que me daría 1.000 dólares. Su banco estaba en Rosario, Sinaloa, y allá se fue, manejando siete horas sin descanso, pero en el camino de regreso lo mataron. Nadie sabe lo que pasó exactamente. Cuando llegó la policía, aún estaba vivo, aunque estaba empapado de sangre y orines, de modo que no quisieron tocarlo, así que no encontraron el dinero, que sin duda se hubieran quedado. Localizaron a un primo mío y llamaron a una ambulancia. Mi primo encontró el dinero, pero la ambulancia nunca llegó. El dinero lo empleé en comprar el cuerpo de mi padre y sufragar los gastos del entierro”.

La estampa es ilustrativa de la manera de narrar de Urrea, cuyas crónicas de la frontera tienen tanto de atroz como de veraz. Un año después llevaba a cabo su primera incursión en la novela. En busca de la nieve (In Search of Snow, 1994) es “un retrato de Arizona en los años cincuenta con la historia de la amistad entre dos chicos procedentes de los dos lados de la frontera, uno mexicano y otro norteamericano, que buscan la gracia, perdidos en el desierto”.

En sus dos siguientes títulos, El lago de los niños durmientes y El camino del diablo, volvió por los fueros de la no ficción. “El lago de los niños durmientes alude a una época de grandes lluvias. La gente hurgaba buscando cosas útiles en un basurero. Del lado de la frontera de Tijuana hay un cerro en el que se entierra a los bebés y a los niños, distinto del lugar donde entierran a los adultos, y con tanta lluvia se llenó de agua y se formó un lago y los ataúdes de los bebés se empezaron a abrir y llegaban gaviotas a devorar los cuerpos”.

“Cuando me gradué, mi padre me dijo que me daría 1.000 dólares. El dinero lo empleé en comprar el cuerpo de mi padre y sufragar los gastos del entierro”

La trilogía se cierra con El camino del diablo (The Devil’s Highway, 2004), libro que está a punto de alcanzar 40 ediciones. En su escalofriante reportaje, Urrea narra con dolorosa pulcritud la suerte de 26 hombres que intentaron cruzar la frontera, la mitad de los cuales falleció en el empeño. Finalista del Premio Pulitzer, El camino del diablo es un libro necesario que alerta sobre una realidad insoslayable que en estos momentos es uno de los caballos de batalla de las próximas elecciones presidenciales, la inmigración ilegal. “Los hechos sucedieron en 2001, así que han pasado muchos años desde que ocurrió la tragedia. Para mí, la frontera cambia y no cambia. Trump la convirtió en un teatro de horrores y abusos, incluida la separación forzosa de madres e hijos como forma de coerción”.

Tras una breve pausa, el escritor musita para sí que la frontera debía desaparecer, y habla de un cuento en el que jugó con la idea, El bebedor nocturno, escrito por encargo de la revista McSweeney’s, en un número especial dedicado a la catástrofe del cambio climático.

A cross in honor of deceased migrants, next to the Mexico-U.S. border fence in Agua Prieta, a city in the Mexican state of Sonora, in 2017.
Cruz en honor a los migrantes muertes junto a la valla de la frontera México-Estados Unidos en Agua Prieta, estado de Sonora, 2017.GUILLERMO ARIAS (AFP / Getty Images)

“El título es una alusión a Xipe Tótec, el dios que se ponía la piel de las víctimas de los sacrificios humanos y se bebía su sangre cuando caía en forma de lluvia. Cuando lo escribí pensé que los narcotraficantes estaban haciendo sacrificios humanos sin la fe ni la religión, nada más la violencia. Si Xipe Tópec volviera ahora que los mares no dejan de subir, se encontraría con que la lluvia habría hecho desaparecer la frontera. ¿Entonces qué?”, exclama, interrogando al vacío.

Urrea siguió dando testimonio de la vida en la frontera en su sólido corpus de novelas, abordando distintos aspectos de una realidad cambiante desde la visión de su historia familiar. En La hija del colibrí y La reina de América rescata la figura histórica de su tía Teresita, curandera que ejerció su oficio entre los indios yaquis. En Into the Beautiful North relata las peripecias de una joven que cruza repetidamente la frontera tratando de restaurar el equilibrio perdido entre los dos lados. La casa de los ángeles rotos (2018), su novela más reciente antes de Buenas noches, Irene, es una saga familiar inspirada en la muerte de su hermano. “Estaba muriendo de cáncer cuando falleció la matriarca de la familia. Decidimos hacer una fiesta, un poco como la despedida de Mark Twain cuando Tom Sawyer vislumbra el final de su vida”.

Urrea habla español con una precisión y soltura que solo es posible tener en la lengua materna. Sin embargo, toda su obra está escrita en inglés. ¿Hay contradicción en ello?

“No quiero pecar de místico, pero para mí el español es algo sagrado, casi espiritual. Escribo en inglés acerca de cosas que sucedieron en español”.

“Hay una actitud abiertamente racista contra el español en este país. Mi intención es presentar un mundo que se expresa en español a lectores que no hablan nuestro idioma, utilizando el suyo. Quiero representarnos en este país que tiene opiniones muy extrañas. También hay un elemento de respeto. No quiero pecar de místico, pero para mí el español es algo sagrado, casi espiritual. Escribo en inglés acerca de cosas que sucedieron en español”.

Buenas noches, Irene marca un punto de inflexión en la trayectoria de Luis Alberto Urrea. Por primera vez se aleja de la temática de la frontera, para rendir homenaje a su madre, fallecida en 1990. “Un día me di cuenta de que el mundo que había representado siempre era el de mi padre, a pesar de que siempre he tenido muy presente a mi madre. Indagar en todo lo que había vivido fue un reto muy difícil para mí. Lloraba cada noche. Gritaba en sueños. Estaba destruida por lo que vivió durante la Segunda Guerra Mundial, de modo que me propuse seguir sus pasos y llevar a cabo una investigación en profundidad de todo lo que hizo como miembro especial del cuerpo de mujeres al que perteneció. Visité todos los lugares de Europa en los que estuvo. Mi madre siempre hablaba de lo que vivió con su amiga Jill, que en la novela aparece como Dorothy. En todo el proceso de investigación me ayudó mi esposa, Cindy. Ella fue quien localizó a Jill, que no había muerto en el accidente del que hablo en la novela. Mi madre guardaba en un baúl cartas y fotos que no quería que nadie viera. Allí conservaba el testimonio gráfico de lo que vio en el campo de concentración de Buchenwald cuando fue con las fuerzas que lo liberaron. Y después estaba su trágica historia de amor con un piloto que murió en combate. De repente los descubrimos en una foto tomada en Cannes. Nadie de mi familia sabía nada de aquello, pero su amiga Jill, que tenía 94 años cuando la fuimos a ver, nos lo contó. Era una guerra, dijo, todas teníamos hombres. El hombre que estaba con ella en las fotos se llamaba Jake. Entonces empezó el reto. ¿Cómo escribir una novela sobre la vida sexual de tu madre, sobre un episodio del que no sabíamos nada? En la Universidad de Urbana-Champaign hay un centro de documentación y nos invitaron a pasar un día revisando los papeles que la amiga de mi madre había depositado allí”.

Buenas noches, Irene es una narración poderosa, resultante de un arduo proceso de investigación sobre un aspecto de la guerra raramente visitado, el papel que desempeñaron las mujeres como fuerza de apoyo psicológico. “Nadie habla de ellas. Era un servicio parecido al de la Cruz Roja, y su misión consistía en servir café y dónuts a los combatientes cuando regresaban del frente. ¿Quién va a querer escribir acerca de una cosa así? Pero fue algo muy real, que marcó la vida de mi madre y la de muchas mujeres para siempre. Empezaron durante la Segunda Guerra Mundial, después siguieron en Corea y terminaron en Vietnam”.

La novela ha sido recibida como la aportación de un latino que ha enriquecido el núcleo central de las letras norteamericanas. Urrea se apresura a aclarar que no se trata de un cambio de escenario permanente. Su próximo libro, Las cebras de Tijuana, supondrá su regreso al escenario primordial de su obra, la frontera. Ello no quiere decir que Buenas noches, Irene implique un cambio de posición, ni mucho menos un ejercicio de apropiación. Lo que sí es, es una urgencia que era preciso atender, un reto que, tras muchos años de vivir con él, exigía que se le prestara atención, el reto consistente en adentrarse en los recodos más íntimos de la historia secreta de su madre y dar cuenta en clave de ficción de lo vivido por ella y por todo un grupo de mujeres que desempeñaron un papel importante en un escenario en el que las únicas presencias a tener en cuenta eran las de los hombres.

Portada de 'Buenas noches, Irene', de Luis Alberto Urrea. EDITORIAL AdN

Buenas noches, Irene

Luis Alberto Urrea
Traducción de Francisco González
AdN, 2024
480 páginas. 22,95 euros

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