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‘El misterio último’: la conexión de las neuronas con los chamanes y antropólogos

Frente a la idea de que el hombre es el único ser inteligente de este planeta, el científico canadiense Jeremy Narby defiende la existencia de otros tipos de inteligencias naturales

Colonias de moho mucilaginoso del género 'Physarum' sobre materia en descomposición.
Colonias de moho mucilaginoso del género 'Physarum' sobre materia en descomposición.TommyIX (Getty Images) (Getty Images/iStockphoto)
Juan Arnau

Jeremy Narby es un antropólogo canadiense que ha pasado 15 años entre los indígenas del Amazonas. Conoce la psicodelia chamánica (se ha sentido resplandeciente y lleno de energía bajo los efectos de la ayahuasca) y simpatiza con la visión indígena de una naturaleza donde todo percibe y siente. La naturaleza es un continuo intercambio de signos. El chamanismo, un diálogo con esa naturaleza inteligente. La instrumentación no es mecánica, sino fisiológica: el cuerpo del chamán y su capacidad visionaria. “Los espíritus de las plantas deambulan de un lugar a otro para curar enfermedades. Pues a las plantas les importa mucho la humanidad”. Las piedras y las aguas, los animales y las plantas, tienen espíritus con los que es posible dialogar bajo el prisma de la ayahuasca y pueden enseñarnos cosas de gran utilidad. El chamán también se vale de los alucinógenos para adentrarse en la mente de otras especies, adquirir la agilidad del jaguar o la visión nocturna de la lechuza. Modos de afinar la percepción y de participar en la herencia común de todas las especies.

El mejor modo de entender la mente es el antropológico. Y el mejor modo de entender el cerebro es el neurocientífico. Si equiparamos mente y cerebro, entonces tenemos un dilema. Si la mente está dentro del cerebro, la investigación neurocientífica debería predominar sobre la antropológica. Si el cerebro está dentro de la mente (el modelo que propongo y que este libro sugiere), la antropología debería prevalecer. No sirven aquí medias tintas ni conciliaciones: en la vida, como en el conocimiento, hay que elegir. Es una cuestión política e histórica.

La resonancia magnética permite extraer imágenes de la actividad cerebral. Pero esas manchas de luz en una pantalla no explican cómo funciona el cerebro

El cerebro aloja la mente y los recuerdos. Ese es el paradigma moderno. Pero el cerebro, esa misteriosa gelatina, es maleable y tiene plasticidad. Si no la tuviera, no podríamos aprender. El conocimiento y la experiencia lo transforman. La resonancia magnética permite extraer imágenes de la actividad cerebral. Pero esas manchas de luz en una pantalla no explican cómo funciona el cerebro. El hecho de que ciertas neuronas estén relacionadas con un determinado comportamiento no significa que lo causen o produzcan. Un mayor flujo sanguíneo en una zona sólo indica que las neuronas están activas, que absorben glucosa y oxígeno de la sangre. Nada nos dice de cómo experimentamos lo que nos sucede.

Durante décadas se creyó que el cerebro de un adulto no podía cambiar. Hoy sabemos que se metamorfosea como una mariposa, aunque arrastra la pesada carga de la evolución. Las capas más profundas, el tálamo y la amígdala, son la sede de los instintos. Ese cerebro pasional e instintivo hace que el cuerpo se active ante una amenaza o un deseo. Un sofisticado sistema de supervivencia. Ser capaz de ver esas reac­ciones desde fuera, ha sido el objetivo de las prácticas contemplativas de todas las épocas.

Proteínas, sinapsis y neuronas no son imágenes o melodías. Son puntos de luz en una pantalla. La neurociencia admite que sigue siendo un misterio cómo la sustancia cerebral produce las imágenes mentales. “La investigación sobre el cerebro y la mente está en pañales, ignoramos cómo surge la sensación del yo en un organismo biológico”. Ese yo unitario es una ilusión fraguada por el cerebro. Aunque sería más adecuado decir que fraguada por la percepción, la memoria y el deseo, que nos hacen ser quienes somos. Y también por el lenguaje, que permite enunciar y comprender. El conjunto de esos cuatro factores es lo que llamo mente. Y el cerebro está dentro de ella.

Narby se ha dedicado a recoger por todo el mundo testimonios de inteligencia natural. Las abejas manejan conceptos abstractos, las plantas se comunican mediante raíces y sustancias volátiles, los delfines, con ondas sonoras subacuáticas. Las cucarachas descifran las perturbaciones del aire. Los cuervos fabrican herramientas. Los pulpos se enfadan, se disfrazan y roban langostas. Los murciélagos practican la reciprocidad con la comida. Algunas aves hacen de centinelas y avisan de la llegada de predadores.

Los animales no son meras máquinas reflejas, algunos pueden hacer abstracciones, comunicar conocimientos o modificar su instinto conforme adquieren conocimiento

La opinión general es que los cerebros, que están hechos de células, piensan. Pero hay casos en que una sola célula piensa por sí misma, como ocurre con las amebas. Estas criaturas unicelulares se desplazan transformándose. Viajar cambia al viajero. Carecen de ojos o de sistema nervioso, pero pueden orientarse y evitar obstáculos. De hecho, el moho mucilaginoso, un organismo unicelular astuto y calculador del tamaño de una mano, es capaz de resolver un laberinto y evitar sus callejones sin salida. Todo ello confirma que los animales no son meras máquinas reflejas, algunos pueden hacer abstracciones, comunicar conocimientos o modificar su instinto conforme adquieren conocimiento. Schopenhauer se equivocaba. La representación puede no ser esclava de la voluntad. Los budistas viven de esa fe.

Las criaturas vivas son el resultado de una larga serie de transformaciones. Ovidio y Kaf­ka lo anticiparon. La esencia de la naturaleza es la metamorfosis. Los humanos podemos acumular el conocimiento fuera de nosotros mismos (en libros o bases de datos) y eso nos da cierta ventaja. Pero también nos enajena. En el resto de los seres, la inteligencia viene incorporada. Hacerla artificial y externa, puede conducir a la estupidización general de la especie.

Podemos utilizar el jugoso libro de Narby para apuntar una metáfora tentativa. El cerebro se parece más a una esponja o una antena, que absorbe o capta el conocimiento, que a un ordenador que lo produce. El libro se cierra con un ejemplo de la vida salvaje que podríamos imitar. El jaguar se encuentra en la cúspide de la cadena alimentaria amazónica. Come de todo, desde peces a monos, lleva una vida discreta y se mueve con sigilo, pues no tiene otro rival que el hombre. Estos impecables predadores controlan su propio poder, no lo exhiben o externalizan. “Somos una especie joven y apenas hemos comenzado a comprender”.

Portada de ‘El misterio último’, de Jeremy Narby.

El misterio último

Jeremy Narby
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae, 2023
314 páginas. 22 euros

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