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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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La cuarta bruja de Macbeth

Ver a Macarena Olona en el debate televisado de los candidatos a las elecciones andaluzas fue algo fascinante, un improvisado viaje a través del tiempo, como estar ante una encarnación femenina de Onésimo Redondo

Visitantes de la Feria del Libro de Madrid, el pasado 27 de mayo.
Visitantes de la Feria del Libro de Madrid, el pasado 27 de mayo.Álvaro García
Manuel Rodríguez Rivero

1. En el páramo

Lo cierto es que, a menudo, una imagen, arropada con mil palabras, dice más que una enciclopedia de las que ya no se venden en papel. Vi a la señora Olona (esa castiza mixtura de Charlotte Corday, Agustina de Aragón y María Estela Martínez de Perón en la época en que estaba abducida por López Rega) en el primer debate televisado de los candidatos a las elecciones andaluzas: fue algo fascinante, un improvisado viaje a través del tiempo, como estar ante una encarnación femenina de Onésimo Redondo (1905-1936) casi 90 años después de que el líder nacionalcatólico y falangista vallisoletano pronunciara por la radio, al día siguiente del Alzamiento, su célebre discurso: “Ya no habrá paz mientras el triunfo no sea completo. Para nosotros todo reparo y todo freno está desechado. Ya no hay parientes. Ya no hay hijo, ni esposa, ni padres, solo está la patria”. Había que mirar su deliberadamente bien visible cadenita con la cruz de oro subrayando su generoso escote, como si se tratara de una declaración impostada de principios y aquí estoy yo, qué pasa. Había que escucharla predicando en su no-tierra andaluza y acusando a tirios y troyanos, como un avatar del siglo XXI del venerado “caudillo de Castilla” vallisoletano; no le faltó nada a la dama: antifeminismo, racismo, reaccionarismo de antigua matriz agraria y Santiago y cierra España, así como desprecio por todo lo que signifique modernidad y democracia, y violencia agazapada contra los “corruptores” e invasores de nuestra hermosa patria que es una e indivisible, y si no le gusta, márchese. La escuché como si fuera un holograma de una lección práctica de vetusto nacionalsindicalismo, en la que lo único que se echaba de menos era alguna mención antisemita (una obsesión de O. R., editor temprano de Los protocolos de los sabios de Sión), claro que después del Holocausto tal referencia resultaría inconveniente incluso para Vox. Luego, mi mente (sin duda trastornada) transfirió la figura de Olona a otro escenario nada andaluz: estaba agachada en un frío páramo, con las otras tres brujas de Macbeth, decidiendo cuándo se encontrarían de nuevo mientras invocan a gatos (Graymalkin) y sapos (Paddock), convencidas de que lo hermoso es feo y lo feo hermoso, como ocurre en la vida. Para entender el papel que el pensamiento de O. R. tuvo en la formación del magma ideológico del franquismo sigue siendo útil El evangelio fascista, de Ferran Gallego, publicado por Crítica (cuando Crítica era plenamente Crítica) en 2014.

2. En la Feria

No todas las brujas son oscuras ni anuncian desgracias. Hay otras, más amables, cuya magia se orienta en direcciones muy distintas. Ramón Alba (alias Polifemo), que este año cumple 50 de feriante, me asegura que ya hubo una edición en la que no llovió ningún día (quizás lo hiciera por la noche). Yo no lo recuerdo, pero estoy seguro de que la excepcional bonanza climática de este año se debe a algún tipo de encantamiento (que no figura en el Malleus maleficarum) con el que Eva Orúe, directora del evento y, presumiblemente, bruja aficionada, ha conjurado el mal tiempo. Hasta este momento (crucemos los dedos), la Feria goza de un clima californiano y de una bonanza económica que venga Dios y la tenga (sobre todo el próximo otoño). Después de los dos últimos y olvidables meses en el comercio del libro, la Feria está siendo como una bocanada de aire fresco que permitirá equilibrar las cuentas de muchas librerías. Los feriantes se quejan muy poco (lo peor es lo de los suprimidos planos de la Feria, peccata minuta en la lista histórica de lamentaciones) y se les nota satisfechos. Como sucede en cada edición, en la selección de las casetas se reflejan modas y tendencias: en esta, y además de la apabullante presencia de libros feministas, se exhiben muchas obras sobre la extrema derecha y el fascismo que (quizás) regresa, así como otras sobre la sentencia de muerte que el capitalismo del Antropoceno ha dictado sobre la Tierra. Y es que, si queremos cambiar la tendencia, deberíamos recordar, por ejemplo, que El socialismo puede llegar sólo en bicicleta (Catarata), según proclama Jorge Riechmann en la edición revisada (una década más tarde) de uno de sus más importantes textos ecosocialistas.

3. ¡Ah, el amooor!

Como me siento rebosante de alegría gracias a una pequeña, ocasional y decadente dosis de cannabinoides, permítanme que les recomiende tres bellas historias para enamorados. Cantos de sirena (Gatopardo, traducción de Patricia Antón), de Charmian Clift, son unas estupendas memorias de viaje que reflejan con candor la década que ella y su marido, dos escritores australianos, pasaron en la diminuta isla griega de Kálimnos, a la que huyeron a principios de los cincuenta desde un Londres repleto de smog, prisas y negruras para buscar el sol, vivir y trabajar tranquilos. Era cuando aún no funcionaba a tope el turismo de masas y viajar no producía grandes dosis de mala conciencia ecológica. Las otras dos novelas son Rheinsberg (1912), de la que ya existía una traducción en Muchnik, y El palacio de Gripsholm (1950), traducido anteriormente en Acantilado, Trotta y otras; ambas obras, que narran sendos idilios, son obras de Kurt Tucholsky, uno de los más famosos periodistas de la República de Weimar, y pueden encontrarse juntas en un solo volumen (edición de Pilar Martino Alba) en la Biblioteca Cátedra del Siglo XX.

4. En Omelas

Se acaba la Feria, pero si les gustan las buenas historias, no se pierdan, por favor, Quienes se marchan de Omelas (1974), un estupendo relato de una treintena de páginas que roza la perfección y que la gran Ursula K. Le Guin compuso en 1974; lo ha publicado Nórdica en traducción de Maite Fernández y con ilustraciones de Eva Vázquez. Yo ya he regalado tres. De nada.

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