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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Argentina: todo roto

Desde posiciones en las antípodas, Massa y Milei se disputan un territorio resbaladizo, donde ya nadie cree que la política sea un servicio público, el continuismo resulta insoportable y el cambio aterrador

Sergio Massa y Javier Milei.
Sergio Massa y Javier Milei.

“Oooh, que se vayan todos, que no quede ni uno solo, han coreado los seguidores de Javier Milei durante toda su campaña. “Yo grito mucho porque estoy indignado y cansado de la casta política que nos está robando el futuro”, explicó él. Despotricar contra “la casta” ha sido su marca de fábrica: “Soy el León, corrió la casta en medio de la avenida. Soy el rey, te destrozaré, toda la casta es de mi apetito”. Por esos días Milei explicó que no se refería sólo al kirchnerismo, sino también a “los viejos meados” que lidera Patricia Bullrich. Los mismos que esta semana, tras el massazo de la primera vuelta electoral, se convirtieron en sus aliados.

Las elecciones en Argentina están viéndose atravesadas por una suma de contradicciones y conflictos al interior de los bandos mismos. A quienes han apoyado a Milei más por romper con la élites políticas que por sus convicciones ultraderechistas, los frustra verlo ahora de corbata y abrazado con Macri y Bullrich, a quien antes trató de “burra”, “ignorante”, “terrorista” y “borracha”. Si a Juntos por el Cambio los unía el antikirchnerismo, ahora los separa el ultraderechismo de Milei. Ni el radicalismo ni Lilita Carrió están dispuestos a secundar un proyecto que desprecia al estado y sus seguridades sociales. Horacio Rodríguez Larreta, que hubiera sido la respuesta más sensata y coherente de Juntos por el Cambio para enfrentar el momento actual, sufrió los ataques de Macri, que al mismo tiempo apoyaba a la Bullrich y negociaba bajo cuerda con Milei. Es evidente que Larreta hoy prefiere la moderación de su amigo Massa que la desmesura de El Loco. El peronismo cordobés no se lleva nada de bien con Massa y está por verse cómo juega Juan Schiaretti. Es de suponer que debiera apoyar a su compañero de partido, pero en unas piezas animadas que circulan por TikTok figura entre los superhéroes que llegan al rescate de Milei. Sergio Massa, por su parte, está llamado a terminar con la era kirchnerista: le compitió para las elecciones de 2015, es un hombre de confianza de EE UU, nada tiene que ver con la ola del socialismo bolivariano y posee plena conciencia del desprecio que la expresidenta genera por sus acusaciones de corrupción. Sin embargo, de los aproximadamente tres millones de votos que sumó Massa respecto de las PASO, más de un millón vinieron del conurbano porteño, donde tiene especial fuerza La Cámpora kischnerista. Axel Kicillof, proveniente de ese sector, sacó un 45% de los votos en la provincia de Buenos Aires. Es decir, si bien Cristina permaneció oculta durante toda la campaña electoral, esto no significa que haya desaparecido.

No pocos imaginaron, antes de conocer los resultados, que con estas elecciones comenzaba la muerte del justicialismo. La miserable representación que en mucho países del mundo están teniendo los partidos políticos tradicionales parecía infectar Argentina, donde “peronismo” llegó a ser casi sinónimo de “argentinismo”. Y si bien su votación fue la más baja que han tenido, la llegada de Massa en primero lugar cambió el estado de ánimo. Para las primarias obligatorias había salido tercero, después de Milei y de la suma de Juntos por el Cambio. Había buenos indicios para pensar que con el kirchnerismo terminaba el peronismo. “Somos una culebra que sabe renovar su piel”, me dijo un militante joven.

Basta preguntar a cualquiera en Buenos Aires por el momento político que viven para escuchar de vuelta un rosario de improperios, furias, lamentos y frustraciones. Milei no sólo tiene el reto de seguir representando el malestar ante una casta con la que ahora se abraza, sino que deberá contrarrestar la impresión cada vez más generalizada de que su locura es cosa seria: que no escucha voces, que no habla con perros muertos, que no se olvida de dónde está, que es capaz de controlar sus impulsos. La inmensa mayoría de la derecha, en todo caso, como también se está viendo en Chile, parece dispuesta a sumarse a sus liderazgos más extremos y delirantes con tal de doblegar a sus adversarios históricos.

El reto de Massa, por su parte, será convencer no sólo de que no es el heredero del gobierno cuyas finanzas ha manejado y que tienen al país con más de un 40% de pobres, sino que tampoco es el continuador de un discurso de izquierda que a estas alturas resulta poco creíble y cansador. En su discurso triunfal, Massa pidió humildad frente a los contradictores e invitó a poner la otra mejilla cuando se reciban ataques. Dio por muerta la grieta y se comprometió a llevar adelante un Gobierno de unidad nacional, todo lo contrario a esa política adversarial promovida por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, los ideólogos post marxistas que inspiraron a la Cámpora.

Para ambos, la tarea es conquistar el mayor grado de confianza posible, allí donde ya nadie cree que la política sea un servicio público ni que su finalidad sea el bien común, donde el continuismo resulta insoportable y el cambio aterrador.

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