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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fiesta apenas comienza

Dicen en estas tierras que por el desayuno se sabe cómo será el almuerzo, pero unos buenos huevos revueltos no son garantía de ordenar un país revuelto

Gustavo Gómez Córdoba
Un mural del presidente electo, Gustavo Petro, en Bogotá
Un mural callejero de Petro en las calles de Bogotá.NATHALIA ANGARITA (Bloomberg)

Gobernar es fácil. Siempre y cuando uno no gobierne. Lo comprueba una somera revisión de las declaraciones de quienes han llegado a la presidencia de Colombia: saben, como expresidentes, resolver todos los problemas que no pudieron enfrentar satisfactoriamente en sus respectivos periodos. Es sencillo ganar batallas y partidos de fútbol después de ver cómo se perdieron. Desde las academias militares y la banca, o desde un sofá en casa, todos somos Alejandro Magno y Johan Cruyff.

Gustavo Petro, durante toda su carrera política, ha sido un ser de soluciones. Un cerebro fértil para la resolución de problemas nacionales. No existe tópico en el que carezca de una propuesta, un proyecto, una estrategia o, al menos, una idea que podría ponernos en la ruta de los finales felices. Obvio, excepto cuando construye trenes aéreos, pero ocurrencias como esa, lo sabemos, no pasarán jamás de la pirotecnia propia de las campañas. Y está claro que la impunidad en Colombia, más que un asunto penal, pertenece al campo del proselitismo.

Póngale usted sobre la mesa al presidente electo un naipe con 52 dramas nacionales. Baraje y pídale que elija una carta. Cualquiera que él saque, como demostró en campaña, tendrá inmediata respuesta. Por eso perdió Rodolfo Hernández, porque tenía el naipe trucado y las 52 cartas estaban marcadas con la misma figura: “acabar con la corrupción”.

Extraña, a estas alturas, que no tengamos más petros, más solucionadores de la renderización con reales posibilidades presidenciales. Deberían contarse por docenas. No es difícil: los problemas de este país son los mismos hace décadas, así que encontrarles remedio es tarea que cualquiera, con tres dedos de frente (o tres asesores en frente), lograría de manera medianamente satisfactoria. Tal vez se necesiten tres o cuatro gobiernos petristas para erradicar nuestros males, pero en este primer gobierno se sentarían los pilares que nos darán salud, educación, vías, trabajo, seguridad y una economía sana a 50 millones de atormentadas almas.

Petro comenzará a gobernar (de hecho ya lo está haciendo) con una importante votación, contando con el respaldo de inmensos sectores de la política criolla (algunos de los cuales, hieden) y con una popularidad que apenas se compara con la de Michael Jackson en años de Thriller. Además, le sobra carácter, astucia y fanaticada.

Cierto es que el uribismo pura sangre no ha sucumbido a los encantos de este galán seco, algo brusco e introvertido, pero pocos presidentes electos han tenido tan favorable escenario para lograr transformaciones en beneficio de la gente real. Si las esperanzas de los colombianos pudieran tasarse en oro, podría decirse que Petro es hoy el hombre más rico del país. Y que, a diferencia de otros ricos, él conoce lo que es el fervor, el genuino amor de la gente.

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Sus devotos admiradores están convencidos de que es matemáticamente imposible que falle, y de que él estaba en el momento correcto de la historia, parado en el sitio adecuado. Tal vez convenga, a riesgo de parecer aguafiestas en pleno éxtasis del cambio, recordarles a tirios y troyanos que Gustavo Petro es un ser humano. Que no podrá mover la piedra del sepulcro ni deshacer misiles con el pecho, seamos creyentes o consumidores de comics.

Los hijos de los dioses ascienden al cielo; los seres humanos descienden a la realidad. Y es ahí, con los pies firmemente anclados en la tierra, que sabemos de qué están hechos. Petro está a punto de descubrir quién realmente es él. No lo sabe. Pero lo sabrá. Todo nefelibata termina descubriendo que las nubes no son sólidas.

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