CULTURA

La paradoja de la crueldad: por qué la generación de las causas sociales consume más contenidos violentos y pornográficos

Las generaciones más jóvenes defienden la censura de obras audiovisuales misóginas u homófobas, y sin embargo son quienes más consumen narrativas crueles, según varias investigaciones

En octubre de 2021 cundió el pánico entre numerosas asociaciones de padres y madres de todo el país. Con tanto desconcierto como terror, veían cómo sus hijos preadolescentes compraban chándales verdes en Aliexpress y simulaban morir fulminados en una especie de concurso macabro en el recreo. El culpable no era otro que El juego del calamar, una serie surcoreana que copó durante semanas el podio de visualizaciones en Netflix y cuyas escenas de alt

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En octubre de 2021 cundió el pánico entre numerosas asociaciones de padres y madres de todo el país. Con tanto desconcierto como terror, veían cómo sus hijos preadolescentes compraban chándales verdes en Aliexpress y simulaban morir fulminados en una especie de concurso macabro en el recreo. El culpable no era otro que El juego del calamar, una serie surcoreana que copó durante semanas el podio de visualizaciones en Netflix y cuyas escenas de alta violencia -no recomendables para un público menor de edad- opacaron la moraleja anticapitalista de la ficción. La cosa se repitió justo un año después, en 2022, cuando el disfraz más popular de Halloween fue el de Jeffrey Dahmer, la estrella del entonces recién estrenado show homónimo. ¿El problema? Que su protagonista no era otro que un asesino en serie conocido como el "caníbal de Milwaukee", y que esta vez la historia, lejos de ser ficción, estaba basada en hechos reales, con todas las implicaciones que eso tenía. Los monos naranjas de presidiario llenaron las calles la noche del 31 de octubre.

"Hay algo muy interesante que ha surgido en los últimos tiempos y que hemos bautizado como paradoja de la crueldad: un efecto que parece estar gestándose en las generaciones milenial y centenial de España y Latinoamérica. Básicamente, se trata de que las generaciones más jóvenes suelen justificar la censura de obras audiovisuales a través de manifestaciones en redes sociales, aunque son estas mismas generaciones las que más consumen historias crueles", explica Luis Miguel Romero Rodríguez, investigador experto en estrategias de comunicación digital en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

Según su compañero Carlos Fernández, profesor e investigador de la Universidad del Atlántico Medio especializado en cine y medios audiovisuales, algunos estudios recientes apuntan a que la ideología política influye -y mucho- a la hora de elegir contenidos en una plataforma u otra. Por ejemplo, en Netflix los espectadores de generaciones más jóvenes (como los centenials) consideran que las redes sociales pueden servir para presionar a las productoras, distribuidoras y plataformas para cambiar algo de la trama que no sea "políticamente correcto". "En el caso de HBO, las audiencias jóvenes están de acuerdo en usar la reivindicación a través de redes sociales, pero también piensan que esto podría conllevar un acto de censura artística, mientras que en el caso de Filmin, Prime Video y Disney+ encontramos unos usuarios que no está tan de acuerdo en exigir a las plataformas que retiren una obra o que la modifiquen, pues consideran que puede significar censura", detalla.

Dicho de otra manera, la reflexión social y cultural parece ser una cortina de humo para que nos comamos un buen plato de violencia, vísceras y tristeza. La Generación Z, que se muestra públicamente ética, comprometida y sensible con las causas sociales disfruta al mismo tiempo, sin inmutarse, con el contenido más morboso, abyecto y pesimista posible. Sin embargo, para la psicóloga Inmaculada Martínez, miembro de Doctoralia, la adicción a productos violentos o morbosos no está directamente relacionada con la generación a la que se pertenezca, sino a las particularidades de la persona, sea cual sea su edad. "Las características de la personalidad del individuo, su entorno social y familiar, su pasado, y sus aprendizajes o la existencia de trastornos serían posibles factores que propician el consumo de este tipo de obras", afirma.

Para saber más

En sus sucesivas investigaciones, Fernández y Romero Rodríguez han detectado que existe una visión del arte y de la política a la hora de suscribirse a un servicio de streaming u otro. "Hay una audiencia que se toma la política más en serio que el arte, otra valora más el entretenimiento y otra que directamente cree que el arte es absoluto", explican. Debates que no son del todo nuevos, aunque la hiperindustrialización del cine en la época de las redes sociales está llevando al séptimo arte a un terreno vacío en el que cualquier película o serie puede ser objeto de polémica o polarizar a las audiencias. Es lo que se conoce como "guerras culturales". "La actual capacidad del espectador de encontrar espacios de reivindicación en las redes sociales les empodera como consumidores, pero a la vez genera un chilling effect: que autores y productoras se autocensuren e incluso cambien narrativas hacia lo que puede ser socialmente aceptable por los grupos de presión de las nuevas generaciones", sostiene Romero Rodríguez.

Sobre la censura de contenidos audiovisuales "políticamente incorrectos" indaga Álvaro Cabezas, investigador en la Universidad Internacional de La Rioja. En uno de sus últimos artículos realizó un análisis de las peticiones de cancelación dirigidas a Netflix y registradas en la plataforma Change.org desde 2017 a 2022. ¿El resultado? 249 peticiones en todo el mundo, que acumularon 3.066.008 firmas solicitando la retirada de 63 contenidos distintos. Más de la mitad de las demandas se realizaron desde Estados Unidos, epicentro del movimiento woke.

"Había una concentración de las peticiones hacia contenidos específicos en ciertas fechas, lo que sugería una acción coordinada por parte de grupos o activistas ciudadanos, que se acumula principalmente en los días previos al estreno de la producción", detalla por correo. "Lo curioso es que gran parte de los firmantes no había visto el contenido íntegro de las producciones, sino que tomó su decisión basándose en los tráileres promocionales. El elevado número de firmas de las peticiones más populares estuvo fuertemente influido por campañas y acciones específicas de organizaciones desarrolladas en redes sociales y medios de comunicación". La presión de los usuarios fue en vano: el gigante del streaming no eliminó ninguna de las producciones, aunque sí toqueteó su algoritmo para "esconder" ciertos contenidos potencialmente polémicos.

La paradoja de la crueldad, en realidad, no es algo completamente nuevo. Videojuegos, películas y novelas para jóvenes la han exprimido para hacer negocio durante décadas. La llamada generación de cristal, especialmente sensible con el mundo que le rodea, se inicia en el consumo de porno entre los ocho y los 11 años. Actualmente, el 90% de los adolescentes acceden a contenidos clasificados para adultos con regularidad, según varios informes de la organización Save the Children y de la Agencia Española de Protección de Datos. Pero, ¿no es extraño que tras un mal día de trabajo o una paliza a estudiar, los veinteañeros quieran atiborrarse de historias deprimentes como Euphoria o Por trece razones? ¿La angustia se digiere mejor con palomitas? "Hasta las películas nuevas ambientadas en el universo de Harry Potter, la saga de Animales fantásticos, son, en comparación con las primeras películas del mago de principios de los 2000, mucho más políticas, oscuras y tristes", apunta Fernández.

"Los espacios de reivindicación en redes empoderan a los consumidores, pero a la vez generan un chilling effect"

Luis Miguel Romero Rodriguez, experto en comunicación digital

Tras analizar otros casos como Chernobyl y Black Mirror, la conclusión es que existe un exceso de crueldad trivializada y una insensibilización del espectador ante las imágenes de violencia, que resultan fascinantes. Como predijo Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, la violencia del mundo real cada vez parece ser más ficticia y, por ende, banalizada. De ahí el creciente éxito de las narrativas misántropas, apocalípticas y pornográficas. "Grupos feministas como Pro Empower solicitaron la retirada de películas como 365 días por fomentar la cultura de la violación. Otra de las series para la que se pidió con mayor énfasis la cancelación fue Insatiable: se criticaba la cosificación de la mujer y la imposición de cánones de belleza poco saludables, como la extrema delgadez. Son temas de gran calado social, muy vinculados a movimientos ideológicos", señala Cabezas.

También en los últimos años se ha detectado en las series una tendencia a una mayor inclusividad en los castings. Pero, para el investigador, es difícil calibrar hasta qué punto se trata de una apuesta de las compañías por representar de manera más fiel la diversidad social o es solo una muestra de tokenismo, la práctica de incluir personajes de colectivos minoritarios de escaso impacto en la producción con el fin de evitar acusaciones de discriminación por parte de organismos y personajes públicos.

Fernández opina que la tendencia al pesimismo y la decadencia en las series y películas actuales viene motivada por "una sociedad desencantada, cínica y que ha asumido la contradicción como parte esencial de la vida". Es decir: los milenials y zetas, marcados por la precariedad y los problemas de salud mental, han asumido la falta de esperanza en el futuro como una narrativa hegemónica que se cuela incluso en sus espacios de ocio y entretenimiento. Es lo que Romero Rodríguez denomina "síndrome del mundo cruel", un fenómeno que conduce a una percepción distorsionada del entorno como un lugar peligroso y hostil: "Se basa en la exposición prolongada a contenidos de carácter violento, ya sea a través de los medios, las plataformas, o las redes sociales. De alguna manera, se maximiza la sensación de inseguridad, cuando quizás objetivamente no exista tanta como se piensa".

"La normalización de conductas misóginas, racistas u homófobas entre los jóvenes, en un entorno en el que se promueven la igualdad y la inclusión, puede deberse a diferentes causas. En algunos casos es una forma de oposición ante la autoridad, entendiendo como autoridad lo que se recoge a nivel social como comportamiento deseable", explica Martínez. "La juventud es un momento de creación de identidad antes del ajuste de la adultez, y el joven en ocasiones se construye por oposición. Podría definirse como un acto de rebeldía ante un exceso de dependencia y sobreprotección".

"Banalizamos que somos peones de un sistema sádico desde nuestro pesimismo conformista y recalcitrante"

Carlos Fernández, profesor e investigador de la Universidad del Atlántico Medio

Margaret Atwood, autora del El cuento de la criada, afirmaba en 2021 que si algo le había quedado claro al ser humano es que el siglo XX estuvo protagonizado por distopías, guerras y totalitarismos. Una inquietante tríada que vinculó la idea de "sociedad perfecta" con la de masacre: "Tenías que matar a todo el que no estuviera de acuerdo contigo para instaurar tu utopía. Y las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo", advertía. Para muestra, los titulares sensacionalistas que espectacularizan a diario los conflictos de Ucrania y Gaza.

De Orwell a Bradbury, los expertos consideran que la distopía en el siglo XX fue una necesidad, pero ahora es una moda derivada de nuestro pesimismo "conformista y recalcitrante". A juicio de Fernández, en el caso de El juego del calamar -que hace unos meses presentó un reality en Netflix y estrenará su segunda temporada también en 2024-, no se persigue ni la transformación del espectador ni su reflexión, sino "la banalización de un sistema sádico del que somos peones", algo que sí hacía el cine de la crueldad que describieron el crítico André Bazin y el cineasta François Truffaut en los años 70.

"Hay que pensar en libros como La larga marcha de Stephen King, Battle Royale de Koushun Takami, Los juegos del hambre de Suzanne Collins, El corredor del laberinto (2009) de James Dashner o Divergente de Veronica Roth: todas son aventuras sádicas sobre la maldad del sistema que, a excepción de la obra de King, han pasado a ser productos audiovisuales superventas destinados a un público juvenil que, en mayor o menor medida, solo busca un espectáculo sangriento y entretenido", concluye el experto.

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