Conferencia de Seguridad de Múnich

15 de febrero de 2020

Excelencias, distinguidos invitados, estimados colegas y amigos, 

Gracias por darme la oportunidad de dirigirme a ustedes en el día de hoy. Y permitan que exprese un agradecimiento especial a mi amigo el embajador Ischinger. 

Ayer estuve en Kinshasa, en la República Democrática del Congo, donde me reuní con el Presidente y otros ministros de alto nivel para examinar los progresos logrados en la lucha contra el brote de ebola y trabajar juntos en un plan dirigido a fortalecer el sistema de salud del país para que nunca más vuelva a ser víctima de un brote como este. 

Me gustaría dar las gracias al Presidente por su liderazgo y por su visión de una República Democrática del Congo más sana y segura. 

Finalmente empezamos a ver la posibilidad de poner fin a este brote, después de más de 18 meses y de la pérdida de 2249 vidas. En la última semana solo se ha registrado un caso de ebola, frente a los 120 casos semanales que se alcanzaron en abril, en el momento álgido del brote. 

Esta epidemia es muy distinta del anterior brote de ebola que se produjo en 2018 en la zona occidental de la República Democrática del Congo, una región relativamente estable y pacífica. Aquel brote se controló en tan solo tres meses. 

Esta experiencia ilustra una lección fundamental que nos enseña la historia: la enfermedad y la inseguridad son viejos amigos. 

No fue ninguna coincidencia que la pandemia de gripe de 1918 estallara en mitad de la Primera Guerra Mundial, y que matara a más personas que la propia guerra. 

No es una coincidencia que la última frontera en la erradicación de la poliomielitis se encuentre en las regiones más inseguras del Pakistán y el Afganistán. 

No es coincidencia que el ebola se haya propagado por la región más insegura de la República Democrática del Congo. 

Si no hay paz, la salud puede convertirse en un sueño inalcanzable. 

Pero también puede ocurrir lo contrario: las epidemias son capaces de causar una gran inestabilidad e inseguridad política, económica y social. 

Por lo tanto, la seguridad sanitaria no es algo que interese únicamente al sector de la salud. Es asunto que afecta a todos. 

Hay sobre todo tres escenarios en los que es esencial que haya una respuesta coordinada entre los sectores de la salud y la seguridad: 

En primer lugar, las epidemias de alto impacto en situaciones de conflicto e inseguridad, como el ebola. En los últimos años, el 80% de los brotes que han requerido una respuesta internacional se han producido en países afectados por situaciones de fragilidad, conflicto e inseguridad. 

En segundo lugar, la aparición de un patógeno con potencial pandémico, que se propaga rápidamente de un país a otro y que requiere una respuesta inmediata y a gran escala en los países. 

Y en tercer lugar, la liberación deliberada o accidental de agentes biológicos, un suceso que esperamos sea poco frecuente pero para el que debemos estar preparados. 

El segundo de estos escenarios es el que estamos viviendo en estos momentos con el brote de COVID-19. 

Por mucho que se declare una emergencia de salud pública de importancia internacional, mientras el 99% de los casos se encuentren en China esto seguirá siendo en gran medida una emergencia para este país. Por la simple razón de que en el resto del mundo tenemos únicamente 505 casos y en China hay más de 66 000. 

Déjenme ser claro en este punto: es imposible predecir qué dirección va a tomar esta epidemia. 

Lo que sí puedo decirles son los aspectos que nos parecen alentadores y los que nos parecen preocupantes. 

Nos alienta ver que las medidas que ha adoptado China para contener el brote en su origen parecen haber servido para dar tiempo al mundo, aunque hayan supuesto un gran coste para el propio país. El hecho es que están ralentizando la propagación al resto del mundo. 

Nos alienta comprobar que fuera de China aún no se ha dado una transmisión comunitaria generalizada.   

Nos alienta que la comunidad mundial de investigadores se haya reunido para fijar las necesidades de investigación más urgentes en materia de diagnóstico, tratamientos y vacunas, y acelerar su cobertura. 

Nos alienta que hayamos podido enviar kits de diagnóstico, así como suministros de máscaras, guantes, batas y otros equipos de protección personal, a algunos de los países que más los necesitan. 

Nos alienta el hecho de que un equipo internacional de expertos se encuentre en estos momentos sobre el terreno en China, colaborando estrechamente con sus homólogos chinos para comprender el brote y determinar cuáles han de ser los próximos pasos en la respuesta mundial. 

Pero también hay aspectos que nos parecen preocupantes. 

Nos preocupa el continuo aumento del número de casos en China. 

Nos preocupan los informes que llegaron ayer de China sobre el número de trabajadores de la salud que se han infectado o han muerto. 

Nos preocupa la escasa urgencia con la que se aborda la financiación de la respuesta por parte de la comunidad internacional. 

Nos preocupan los graves desajustes en los mercados de equipos de protección personal que ponen en peligro a los trabajadores sanitarios y a los cuidadores que se encuentran en primera línea.   

Nos preocupa la proliferación de rumores e informaciones engañosas que entorpecen la respuesta. 

Y, por encima de todo, nos preocupan los estragos que este virus podría causar en países con sistemas sanitarios más endebles. 

Los brotes de ebola y COVID-19 ponen de manifiesto una vez más la importancia vital que tiene para todos los países invertir en preparación y no dejarse llevar por el pánico. 

Hace dos años, la OMS y el Banco Mundial fundaron la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación, un organismo independiente encargado de evaluar el estado de preparación del mundo para una pandemia. Mi hermana Gro Bruntland, copresidenta de la Junta, se encuentra hoy aquí con nosotros. 

El año pasado la Junta publicó su primer informe, cuya conclusión era que el mundo sigue estando mal preparado. 

Hace demasiado tiempo que el mundo funciona de acuerdo con un ciclo de pánico y negligencia. Volcamos gran cantidad de dinero en un brote y, cuando este termina, nos olvidamos del asunto y no hacemos nada para prevenir el siguiente. 

El mundo gasta miles de millones de dólares para prepararse ante un ataque terrorista, pero relativamente poco para prepararse ante el ataque de un virus, que podría ser mucho más mortífero y también mucho más perjudicial desde el punto de vista económico, político y social. 

Esta es una actitud que resulta francamente difícil de entender y que demuestra una peligrosa falta de visión.  

Hoy tengo tres peticiones que hacer a la comunidad internacional. 

La primera es que debemos aprovechar la oportunidad que tenemos ahora para intensificar nuestra preparación. 

China le ha dado tiempo al mundo. No sabemos cuánto. 

Todos los países deben estar preparados para que les lleguen casos, para tratar a los pacientes con dignidad y compasión, para prevenir la transmisión y para proteger a los trabajadores sanitarios. 

La OMS está colaborando con los fabricantes y distribuidores de equipos de protección personal para garantizar un suministro fiable de los medios que necesitan los trabajadores sanitarios para llevar a cabo su labor de forma segura y eficaz. 

Pero no estamos luchando únicamente contra una epidemia; estamos luchando contra una infodemia. 

Las noticias falsas se propagan con más rapidez y facilidad que el propio virus, y son igual de peligrosas. 

Por esa razón estamos trabajando también con empresas del ámbito de las comunicaciones y los motores de búsqueda, como Facebook, Google, Pinterest, Tencent, Twitter, TikTok, YouTube y otras, con el objetivo de frenar la difusión de rumores e informaciones engañosas.   

Hacemos un llamamiento a todos los gobiernos, empresas y servicios de noticias para que colaboren con nosotros en la transmisión del nivel de alarma adecuado, sin alimentar la histeria. 

La segunda es que este trabajo no incumbe únicamente a los ministros de salud. Hace falta un enfoque en el que participe todo el gobierno. 

Por otro lado, debe ser un enfoque coherente y coordinado, que se base en pruebas científicas y tenga en cuenta las prioridades de la salud pública. 

En muchos países se han adoptado medidas desde algunos sectores del gobierno sin consultar debidamente con el ministerio de salud ni considerar el impacto que podían tener. 

Ahora más que nunca es el momento de dejar que la ciencia y los datos empíricos orienten las políticas. 

Si no lo hacemos, estamos abocados a seguir un oscuro camino que no conduce a ninguna parte más que a la división y la discordia. 

La tercera es que debemos guiarnos por la solidaridad, no por los estigmas. Repito: debemos guiarnos por la solidaridad, no por los estigmas. 

El mayor enemigo al que nos enfrentamos no es el virus en sí mismo, sino los estigmas que nos enfrentan unos a otros. ¡Debemos acabar con los estigmas y el odio! 

[Aplauso] 

Se han escrito y dicho muchas cosas sobre mis alabanzas a China. 

He otorgado mi reconocimiento a quienes lo merecen y continuaré haciéndolo, igual que haría con cualquier país que combatiera activamente un brote en su origen para proteger a su propio pueblo y a los demás pueblos del mundo, aunque ello conllevara un elevado costo para sí mismo, e igual que he hecho siempre en estos casos. 

Es fácil asignar culpas. Es fácil politizar las cuestiones. Resulta más difícil abordar un problema juntos y tratar de encontrar soluciones juntos. 

Todos vamos a aprender lecciones de este brote. Pero ahora no es el momento de hacer recriminaciones ni de politizar la situación. 

Tenemos ante nosotros una alternativa. ¿Somos capaces de unirnos para hacer frente a un enemigo común y peligroso? ¿O permitiremos que el miedo, la desconfianza y la irracionalidad nos distraigan y nos dividan? 

En nuestro mundo fracturado y dividido, la salud es una de las pocas esferas en las que la cooperación internacional ofrece la oportunidad de que los países trabajen juntos por una causa común. 

Es el momento de los hechos, no del miedo. 

Es el momento de la racionalidad, no de los rumores. 

Es el momento de la solidaridad, no de los estigmas. 

Muchas gracias.