Uno de los subproductos del confinamiento ha sido vernos forzados a convivir en casa con todo lo que guardamos en ella: cosas y más cosas que abarrotan nuestras estanterías y armarios, se apilan en las mesas y en las perchas y reposan con su caos organizado en las esquinas y bajo las camas. A nivel personal, la experiencia de habitar en un museo dedicado a mi persona me ha hecho plantearme ciertas cuestiones: ¿soy yo todas estas cosas? ¿Soy la mera suma de todas las mierdas que acumulo?
En la sociedad capitalista en la que vivimos, el acto de consumir es una manifestación personal con la que sentirnos realizados. No solo me definen los productos que consumo –por cierto, gracias por leerme–, sino también por el tipo de consumo que practico y aliento. Aunque hay muchos otros aspectos que podríamos autoanalizarnos, en los últimos cinco meses nos ha caído encima la montaña de nuestras posesiones.
Los diseñadores de moda también se han visto encerrados en casa con sus cosas, y así se ha hecho patente en las colecciones de primavera masculina y crucero femenino para 2021 que acabamos de presenciar. Nos dejan un paradigma interesante: por muy evidente que sea el hecho de que la industria de la moda produce en exceso, el modelo dominante pide a las empresas que produzcan todavía más. Algunas marcas están intentando al menos hacerlo de manera sostenible, rescatando tejidos antiguos (como Ronald van der Kemp y Chanel) o ciñéndose a una presentación en vídeo (como Dries Van Noten). Otra tendencia que ha cundido entre los talentos más famosos de la moda es la ‘autosostenibilidad’. Los diseñadores están haciendo colecciones sobre su propio mundo de cosas y el resultado son prendas que tratan de las personas que las crean.
La expresión más obvia de este fenómeno la tenemos en los diseñadores que han protagonizado sus propios lookbooks. Gucci ha empleado como modelos a numerosos miembros de su equipo de diseño para que posen con sus estrafalarias creaciones. Beatrice Gianni, diseñadora de bolsos de la casa, luce un bolso de su propia cosecha. Sabrina Pilkati, del equipo de prêt-a-porter de mujer, lleva un look completo; y lo mismo se repite en la línea masculina, con el diseñador Marvin Desroc. Además de convertir a sus creativos en protagonistas, Gucci organizó un evento de 12 horas de streaming en directo para enseñar cómo se pone en práctica en la casa dicha filosofía.
En Los Ángeles, The Elder Statesman hizo lo mismo y mostró a un variado mosaico de profesionales, entre tejedoras, promotoras y comerciales, posando sonrientes y relajadas con sus prendas de cachemir (cabe resaltar que The Elder Statesman es la única firma que ha admitido públicamente que cuenta en su equipo con un “asesor de vibraciones”; y aunque puede que suene a cosas de angelinos, seguro que hay más marcas que cuentan de tapadillo con algún médium en plantilla). Mientras, en Londres, el personal de Burberry apareció fotografiado con el clásico tartán de la marca y su elegante sastrería delante de sus propias casas. Las musas del verano 2020 están muy lejos del perfil idealizado de los prescriptores de tendencias. Son personas como tú y como yo, más cercanas y más queridas.
Pero la evolución más interesante de esta temporada autorreferencial quizá sea la de ver a los directores creativos convertidos en sus propias musas. Allí estaba Gabriela Hearst junto a su hermana posando en el lookbook de su marca; o el contrapunto ‘macho’ de Philipp Plein, sujetando un skate en el suyo. Aún más fascinante ha sido poder asomarnos a las obsesiones personales de los diseñadores y sus alusiones a trabajos anteriores. El caso más explícito es el de Rick Owens, que intercaló tops de red de la primavera 2017 y camiseta de tirantes traslúcidas de la primavera 2011 en su colección masculina de primavera 2021. “Eché la vista atrás y utilicé mis propios archivos. Porque andaba con la mentalidad de no tirar nada”, contó a Luke Leitch de Vogue. Hubo ecos incluso del homenaje que rindió Owens a Larry Legaspi en la temporada de otoño 2019 en la chaqueta de costuras trapunto que lucía con arrojo Tyrone Dylan Susman en el lookbook de la marca.
En Louis Vuitton, Nicolas Ghesquière adoptó un enfoque más abstracto, y quizá no le quedó otra. Tras diseñar una colección épica tras otra al mando de Balenciaga a principios de los 2000, su amarga ruptura con la casa le llevó a besar la lona. Ni siquiera tal desengaño disuadió a Ghesquière de construirse un archivo y embarcarse en un lento viaje por su memoria: tops de rayas y amplios pantalones cargo; poéticos cuellos rizados de encaje en tonos viejos; cinturas ceñidas de oficinista ochentera y materiales sintéticos. “He buscado en un lugar que llevaba mucho tiempo llamándome, un lugar al que no había tenido tiempo de volver… Me tomé mi tiempo para explorar mi identidad creativa y preparar lo que vendrá después”, le contó a nuestra compañera Nicole Phelps. Hay una línea que pasa claramente por sus colecciones previas y llega hasta su pasado como diseñador: los vestidos explosivos del otoño 2020 se almidonan con elementos eduardianos de la primavera 2006 de Balenciaga.
John Galliano se remitió a obras de su marca homónima y reencarnó la muselina de efecto húmedo que usó en su colección de 1985 en vestidos acuosos de alta costura para Maison Margiela Artisanal. En línea con el concepto ‘entre bastidores’ que ha dominado la temporada, también quiso dar visibilidad, a través de una película dirigida por Nick Knight, a los muchos diseñadores y creativos que ayudan a hacer realidad sus ideas.
Y luego está Miuccia Prada. Si bien muchos de los diseñadores aquí mencionados son maestros de la automitología, a la señora Prada ya la mitifican otros. No hay cuenta de Instagram sobre los archivos de Prada que no acumule decenas de miles de seguidores. Con su silencio y su hermetismo para con su vida privada, la diseñadora se ha convertido en uno de los enigmas más esquivos de la moda contemporánea con fans acérrimos que estudian al milímetro su trabajo, sus looks, sus escasas apariciones públicas y sus declaraciones aún más escasas.
Su colección masculina de primavera de 2021 ha sido su gran obra final como directora creativa en solitario de la casa que ella misma fundó sin lugar a dudas, ya que antes de que introdujera el prêt-à-porter en la década de 1980, Prada era un negocio familiar de maletas y bolsos. El hecho de que se tratara de su canto del cisne dio a aún más razones a seguidores y críticos para examinar cada puntada en busca de nuevas pistas. En los abrigos burgueses y las líneas minimalistas, muchos vieron guiños a Raf Simons, su nuevo cómplice a partir de septiembre. Pero aquellos que conocen a la sra. P., saben que en realidad fue una colección sobre sí misma. En aquel primer look que mostró al mundo, en el otoño de 1987, la modelo lucía un abrigo de ópera de satén, con cierre en el pecho. El gesto de estilo, llevar un abrigo de noche completamente abrochado, es muy típico de sus apariciones públicas, ya sea en sus saludos ‘visto y no visto’ en la pasarela o en sus citas anuales (casi siempre sin foto) con la Gala Met. Como marca, lo cierto es que Prada ha rebañado su archivo en las últimas doce temporadas, de refritos de estampados hawaianos a sus típicos gráficos guapifeos. Esta vez, sin embargo, ha sido una oda en toda regla a su comandante en jefe, aunque ella jamás lo admita.
¿Adónde nos lleva pues esta mirada autorreferencial, tanto en el plano comercial como en el cultural? En lo que atañe a las ventas, rehacer piezas de archivo ha demostrado ser muy ventajoso. En 2018, Balenciaga, Versace y Helmut Lang rebuscaron en sus archivos y rehicieron puntada por puntada piezas que databan de los años 60, 80, 90 y principios de los 2000. En 2019, Marc Jacobs y Anna Sui recuperaron sus colecciones grunge; ya en 2020, Simons anunció que relanzaría 100 artículos de archivo, mientras que los planes de futuro de Alaïa pasan todos por reutilizar estampados y motivos del difunto Azzedine.
Mientras que el mundo no salga de la actual recesión económica, la solución de reeditar éxitos pasados puede muy bien sostener el negocio. Pero en cuanto a innovación, a la hora de ampliar su área de inclusión e ideas nuevas, la metamoda tiene sus límites, ya que sigue proyectando el acomodado sistema actual en lugar de imaginar uno nuevo. Sin embargo, puede que, nada más nacer, el concepto esté ya obsoleto. La vuelta de Hood by Air nos trae su propio proyecto de archivo, pero en lugar de Shayne Oliver rehaciendo a Shayne Oliver, el creativo entregará las riendas a una nueva generación de jóvenes diseñadores para que reinterpreten su trabajo según lo sientan. Esa sí que es una propuesta ilusionante de cara al futuro de la moda: con la cantidad de jóvenes diseñadores que coleccionan Ghesquière, Galliano y Prada, lo más inteligente por parte de los grandes nombres sería acoger en sus universos a nuevos talentos creativos. Qué bonito sería.
Este artículo se publicó originalmente en Vogue.com