Análisis

Josh O'Connor, lo amas o lo amas: el actor de moda performa una nueva masculinidad que libera y apasiona a sus fans

El actor inglés ha conseguido hacernos creer que hay lugar para los que no cumplen con un canon de belleza normativo y asfixiante; también que se puede vivir del arte y la creación pero, sobre todo, que siempre hay salida
Josh O'Connor Collage
Loreto Domínguez

La mayoría de las estrellas de Hollywood cuentan con un nutrido historial a sus espaldas. Cuando alguien ajeno a la farándula empieza a familiarizarse con su nombre, lo más probable es que esa actriz o ese cantante ya lleve décadas trabajando. El trabajo es arduo, muchos empiezan siendo unos niños. Algunos siguen insistiendo en que el sueño americano está asegurado, pero nadie dijo que te lo fuesen a regalar. Más bien todo lo contrario.

Josh O'Connor (Newbury, 1990) nació en una ciudad inglesa de 30.000 habitantes en el seno de una familia de artistas; su acercamiento a la fama nada tuvo que ver con el de su compañera de reparto en Rivales, Zendaya, que se estrenó en Disney Channel. Con solo 14 años, ya había posado como modelo y mostrado sus dotes como bailarina. Sin embargo, el primer crédito de O'Connor data de 2012, cuando el actor ya había cumplido los 22. De esta manera, no tuvo que renunciar a su infancia ni a su adolescencia que, por cierto, parecen bastante idílicas. Un año después, se estrenaría como Piotr, un soldado a bordo de un submarino soviético en la serie británica de culto, Doctor Who; sin duda una buena muestra de todo lo que después vendría.

Desde entonces, O'Connor ha seguido trabajando en series de televisión y películas más o menos reconocidas, pero a cada cual más interesante. Tras interpretar a uno de Los Durrell, se metió en la piel del príncipe Carlos en The Crown, aunque no fue hasta hace unos meses cuando su nombre empezó a aparecer por todas partes. En cuestión de semanas, estrenó en nuestro país La quimera y Rivales, dos de las cintas más esperadas. Y las redes sociales se abarrotaron de entrevistas suyas, de vídeos —también en la Met Gala, con un total look de Loewe— y de fans que señalaban sus encantos.

La incorporación del inglés a una lista de hombres deseados en masa durante los últimos tiempos, con características físicas y actitudinales más o menos similares, confirma un fenómeno que ya habíamos intuido. Los primeros en llegar: Timothée Chalamet o Harry Styles. Incluso Bad Bunny. Todos ellos han performado esa nueva masculinidad, tan bien recibida por aquellas personas que soñaban con que un hombre conjugase la despreocupación con el talento. Y que encima pareciese buen tío.

Tras la primera hornada de nuevas masculinidades, le tocó el turno a actores como Pedro Pascal, que ha incluido sus pronombres en su bio de Instagram, Jeremy Allen White, a cuestas con sus flores, o Paul Mescal con sus trajes nada aburridos o su look de volver de jugar al fútbol con los pals. Y al que, por cierto, casi todas descubrimos en Normal People, la serie que adaptaba la novela homónima de Sally Rooney. Flecha directa a nuestros corazones.

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Después de que sus compañeros hayan abonado el campo, le toca el turno a O'Connor, pero ni siquiera parece que lo esté deseando. Solo está bien con ello. “Es como un tío pijo, pero que en realidad no lo es”, adelanta una fan que ha preferido mantener su anonimato. “En Tierra de Dios se lía muchísimo con un tío y eso me pone un montón. Además, es feo pero súper atractivo y me encanta que tenga tanto talento, que sea tan buen actor”, confiesa. Otra fan de O'Connor es la Redactora Jefa de Vogue España, Cecilia Casero, que no teme en mostrar su querencia por el inglés. “Tengo debilidad por los guapos-feos o los feos-guapos, según se mire. Y él no puede encajar mejor en ese arquetipo: sus orejas de soplillo, su barba de varios días, sus ojeras… Luego se calza esos lookazos de Loewe —solo aptos para los chicos con enorme personalidad— y, claro, la mezcla es perfecta. Tampoco voy a negar que estoy altamente sugestionada por sus papeles en Los Durrell o en Only You: un buen tipo, algo distraído y jeta, pero genuino y adorable. Yo lo imagino así también en la vida real. Además, me encanta que su última novia oficial, Margot Hauer-King, sea una niña bien inglesa con perfil bajo que, aunque es guapa, no es la típica guapa”.

Casero no es la única que defiende con ahínco el trabajo y las virtudes extraprofesionales del actor. O'Connor también ha conquistado a la traductora y adaptator de la casa, Esther Giménez. “Con esa cara de pánfilo adorable, tan poco normativa y tan británica, de mejillas sonrosadas, de media sonrisa dulce y timidez ineludible —en definitiva, de rosa inglesa en versión masculina—, que además rompe con todos los códigos del macho, sabes que sería el compañero perfecto, entre beso y beso perversamente dulce, de tus frikadas más excéntricas". Por su parte, Marina Valera, Senior Management Audience Development de Vogue, también apunta en esa dirección. “Creo que una de las cosas que más me gusta de él es que no se haya operado esas orejas de soplillo o esa nariz prominente para encajar en el estándar de Hollywood. Ojalá las actrices pudieran hacerlo también, la verdad”, lamenta.

Josh O'Connor y Zendaya, dos de los protagonistas de 'Rivales'.Mondadori Portfolio/Getty Images

Resulta evidente que O'Connor es el actor de moda —y no solo entre estas paredes—. A su físico no normativo se le añaden sus decisiones fílmicas pero también vitales. Pasó meses durmiendo en una antigua furgoneta de reparto de DHL, es republicano, disléxico, le encanta la jardinería, se implica con sus papeles y no se acaba de creer lo de ser una estrella. Por eso cualquiera fantasearía con irse a tomar unas pintas con él a un pub inglés. Allí nos lo imaginamos como uno más; en algún momento de la noche, incluso olvidaríamos que es un actor de moda. Y es en esa falta de encorsetamiento en donde surge la magia. Porque no hay nada más sexi que la ligereza —iba al rodaje de La quimera en canoa— y la intelectualidad no subrayada; la que no resulta impostada y tampoco acaba por ser machacona.

Por algún motivo también resulta placentero que le gusten las pequeñas cosas sin un valor explícitamente material; las flores secas, las poesías o las piezas de cerámica antiguas como las de su abuela que llevó a las 10 cosas sin las que no podría vivir Josh O'Connor. De hecho, en el mencionado vídeo, el único rastro de mundanal ruido son unas Adidas extra ligeras que el actor usa para correr maratones por Londres. Todo tiene un fin; un propósito. Los objetos sirven para admirarse con ellos; lo mismo ocurre con la naturaleza. La vida que roza el anacoretismo, pero en la que hay ciudad y películas taquilleras, pero nunca blockbusters.

Que exista, que guste, nos confirma que otra sociedad es posible: que hay lugar para los y las que no cumplen con un canon de belleza normativo y asfixiante; también que se puede vivir del arte y la creación —y pocas cosas resultan más estimulantes— pero, sobre todo, que siempre hay salida. ¿Por qué no habríamos de tomarnos la vida como él, con esa calma y tranquilidad; haciendo de nuestros días jornadas sin rastro de estrés ni angustia, pura contemplación? La respuesta es evidente, pero soñar con ello nos permite coger aliento. En un momento en el que las estrellas ya no nos dejan fabular —a las letras de Taylor Swift me remito: “Sabes que eres realmente buena cuando puedes hacerlo incluso con el corazón roto”, canta en su último álbum— resulta refrescante que alguien nos cuente, aunque sea una verdad a medias, que todo es más fácil de lo que parece. Que la felicidad está lejos del móvil y de las clínicas de cirugía estética. Y él lo ha conseguido.