Carta de amor al Erasmus

Porque por muchos años que pasen, por muchas ciudades que acumulen las suelas de tus zapatos, ninguna tendrá nada que hacer frente a la que fue testigo de tu Erasmus.

El año de tu vida

Photo by Yanapi Senaud on Unsplash

(Versión disponible en inglés) En la vida tomamos decisiones constantemente. Unas son cruciales, otras banales. Unas determinan nuestro futuro cercano, otras muchas solo el presente; pero hay algunas, que pueden llegar a marcar el resto de nuestras vidas. El Erasmus es una de ellas. Y quien lo ha vivido, sabe de lo que hablo.

Todo comienza con un destino, un billete de ida y una maleta repleta de ilusiones y expectativas pero también de miedos, dudas e incertidumbre. De esa sensación de volar hacia un nuevo horizonte.

Años después, nostalgia aparte, puedo decir alto y claro que no me equivoqué, que cada uno de los días que pasé allí no se parecieron en nada a lo que yo esperaba encontrarme, que cada una de las personas que conocí no eran como yo las había imaginado, eran, y son, mucho mejores.

Me fui con mil razones por las que partir, y volví con un millón por las que quedarme; me fui porque quería descubrir un lugar, y volví con un hogar y una familia que nacieron entre cuatro paredes a las que no tardé en llamar casa.

Quién me iba a decir a mí que esa ciudad que vi por la ventanilla del avión aquella tarde de mediados de septiembre se convertiría en mi casa.

Quién me iba a decir que dormiría en estaciones, aeropuertos e incluso vaporettos. Que tendríamos que cenar en el pasillo de la residencia porque todos no cabíamos en una habitación. Que sería el primer año que no querría que llegase el verano.

Pronto descubres que todos los tópicos son ciertos, empezando por la burocracia: un nuevo número de móvil, una cuenta bancaria, un carnet de universidad y las dos palabras más odiadas: 'Learning Agreement', porque quien no haya hecho malabares para convalidar sus asignaturas, que pague la primera ronda de chupitos.

Puedes vivir en piso o en residencia, pisar más o menos la Universidad y cocinar, o encontrar a alguien al que le encante hacerlo.

Unos aprenden el idioma, otros vuelven a casa con un acento entre canario y andaluz. Unos encuentran el amor cada noche y otros, una noche, encuentran al amor de su vida.

Pero si hay algo que todos los Erasmus tienen en común, es la fiesta.

¿Quién no recuerda esa tarjetita con esas tres letras azules? ESN: la llave que abría las puertas de todas las discotecas.

Sí, es cierto. No seré yo quien lo niegue. Los Erasmus salen casi todos los días de la semana (y digo lo de casi porque siempre hay alguna excepción). Puede que llegue un momento en el que tu cuerpo se resienta y se te pase por la cabeza quedarte en casa, pero entonces, siempre se plantea la misma cuestión: ¿y si justo hoy me pierdo algo emocionante?

Ha llegado la hora de reconocerlo: queridos padres que creísteis (o no) que íbamos a clase, ya sabéis la verdadera razón de que nuestra última hora de conexión fuesen las 7 de la mañana.

El tópico de la fiesta es cierto, al igual que aquello de que tarde o temprano acabas juntándote con españoles aunque te hubieses propuesto que no lo harías. También dicen que es más fácil aprobar, y normalmente lo es, aunque yo también he visto a muchos hincando codos de lo lindo.

¿Que qué hace el estudiante Erasmus cuando no está de fiesta? Una de las mejores cosas de la vida: viajar. Cruzar Polonia en PolskiBus, descubrir Ámsterdam en bicicleta, colarse en las casetas de la Oktoberfest en Múnich, atiborrarse de chocolate en Bruselas, recorrer en coche el sur de Italia, ver atardecer en el Sena...

Tantos recuerdos, tantos momentos... Diez meses que son tan intensos como una vida y en los que todo se magnifica (me río yo de Gran Hermano).

Diez meses en los que aprendes, esta vez de verdad, que los amigos son la familia que uno elige, que veintitantos años solo se tienen una vez en la vida, que esa vida es demasiado corta para despertarse por la mañana con remordimientos; y demasiado larga como para no tener alguna que otra resaca. Que el Cola Cao es un bien de primera necesidad, que planchar es prescindible y que lo de llevar un horario está sobrevalorado.

Y un día te sorprendes a ti mismo paseando por aquellas calles sin rumbo fijo, con esas personas que se han convertido en una parte fundamental de tu vida, y te das cuenta de que ya no echas de menos tu cama, porque tu sitio está ahí.

Y por muchos años que pasen, por muchas ciudades que acumulen las suelas de tus zapatos, ninguna tendrá nada que hacer frente a la que fue testigo de tu Erasmus. Porque es tuya, porque tienes tantísimo que agradecerle como escaleras tiene la Torre Eiffel y monedas la Fontana di Trevi.

Porque en parte, hoy eres lo que eres gracias a cómo te hizo. Porque todos los caminos llegan a aquella plaza, a aquel bar de mala muerte, a aquella parada de metro.

Qué importa de donde vienes, y qué importa a donde vas, si ahora estás ahí. Feliz recuerdo. Feliz Erasmus.

Carta de amor al Erasmus