¿Por qué nos gustan tanto las ruinas?

Quizás, ese conjunto de rocas es una llamada directa a nuestra imaginación; una forma de revivir historias pasadas que jamás hemos vivido.

¿Por qué nos gustan tanto las ruinas?

Alamy

LAS RUINAS APELAN A NUESTROS SENTIDOS

Como cualquier otra obra de arte, ** las ruinas son objetos de contemplación**. Este valor salta al primer plano si dejamos a un lado su valor histórico. La desconexión surge con mayor facilidad en lugares lejanos, que no forman parte de nuestra cultura.

En Angkor , ante los edificios engullidos por la vegetación, las nociones que tenemos de su pasado guardan silencio . Nos adentramos en los templos desde la estética. La vasta simetría de las estructuras, los rostros monumentales, los relieves que cubren los muros, componen una única pieza que se extiende en un entorno selvático.

“El paisaje de la desolación es paisaje. Hay belleza en las ruinas.” ― Ante el dolor de los demás, Susan Sontag.

Ta Prohm en Angkor Wat

Getty Images

LAS RUINAS SON HISTORIA VISUAL

Las ruinas perviven como testigos de una época. En un museo podemos contemplar una escultura en mármol que representa a un sátiro. La arquitectura delimita el espacio que ocupaba ese sátiro en la Antigüedad.

Quienes habitaban en los edificios que hoy son ruinas adoraban allí a sus dioses, cocinaban, comían, caminaban y dormían. La investigación arqueológica y las fuentes literarias de la época nos dicen cómo lo hacían. En el relato hay huecos, y esos huecos los llena la imaginación.

En ningún lugar se aprecia ese rastro de vida como en las ciudades romanas que sepultó la erupción del Vesubio. De una visita a Pompeya quedan las calles, los grafiti y poco más: la avalancha crucerista anula cualquier tentativa de evocación. La intimidad se mantiene a salvo en Herculano. La escala mantiene la impresión de pueblo costero. Los patios decorados con fuentes de mosaico, las termas, pequeñas, familiares.

Pompeya, la gran muestra

Alamy

Pero es en la Villa de Popea, en Oplontis, donde se vuelca el espíritu de un pasado desvanecido. En su excavación se recuperaron, mediante vaciados en yeso, los gestos de los sirvientes calcinados, pero también las contraventanas entornadas de un dormitorio, las letrinas, los frescos que cubren los muros, la piscina destinada a la natación.

“Si la poesía representa lo que un pueblo ha pensado y sentido, la arquitectura es lo que han tocado sus manos, lo que ha construido su fuerza, lo que ha contemplado su mirada, día a día.” ― Las siete lámparas de la arquitectura, John Ruskin.

Villa de Popea, en Oplontis

Alamy

LAS RUINAS SON TIEMPO Y MEMORIA

En Ozymandias , un poema que se hizo célebre tras su aparición en la serie Breaking Bad, Shelley habla de un viajero que encuentra un coloso derribado en un país lejano. Junto a él hay un pedestal con una inscripción que anuncia el esplendor de la ciudad creada por un gran rey. Pero a su alrededor tan solo hay ruinas.

Los versos dan forma a una imagen: el tiempo que derriba el poder, que muestra el vacío de la vanidad. El símbolo se materializa en las ruinas, en lo que fue y ya no es.

Se dice que el poema surgió tras contemplar una estatua de Ramsés II en el Museo Británico, pero mucho más evocador que esta monumental escultura resulta el templo funerario del faraón, el Ramesseum, en Tebas. Sus restos reproducen con fidelidad el paisaje que describe Shelley. Allí, las grandes columnas y los restos de figuras monumentales yacen derruidos en el desierto.

“Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia / de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas / se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas.” ― Ozymandias, Shelley.

Ramesseum, en Tebas

Alamy

LAS RUINAS NOS HABLAN DE NOSOTROS MISMOS

La poesía también ha recurrido a las ruinas como metáfora de un estado vital. Al pasear por la abadía de Jumièges, en Normandía, surge la imagen de un cuerpo despojado y abatido.

La fachada permanece sólida, flanqueada por dos torres. Pero al atravesar la portada, las columnas de la nave se elevan hacia el vacío. Bóvedas derruidas, arquerías que se abren en muros solitarios, estancias que han perdido sentido, función, coherencia.

Los árboles se inclinan sobre los contrafuertes y la hierba cubre lo que fue el pavimento. Abandono y decadencia. Dos ideas muy apreciadas por el viajero romántico.

“Es hermoso contemplar las ruinas de las ciudades, pero es más hermoso todavía contemplar las ruinas de los hombres.” ― Los cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont.

Abadía de Jumièges

Alamy

Las ruinas hablan de vida, y si esta lleva a la caída, también marca un renacer. La arquitectura es espacio, y ese espacio, al ser abandonado, no se apaga. Se transforma.

No es la destrucción lo que da forma a la ruina, ya que esta solo llevaría a la cantera, como sucedió hasta el siglo XVIII. La ruina la crea nuestra mirada. Y esa mirada da forma a un objeto nuevo, interpretado como lugar de contemplación, como un túnel hacia una época pasada o como metáfora de un estado de ánimo.

La redención, ese concepto tan cinematográfico, tan de Netflix, también está en las ruinas.

“Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta / Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.” ― Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Pablo Neruda.

Ver más artículos

¿Te imaginas el aspecto original de estas siete ruinas antiguas?

Abandonados pero jamás olvidados

Ruinas, tumbas y ciudades perdidas donde sentirse como Indiana Jones

Iglesias en ruinas: el magnetismo de lo roto (y trasnochado)