Navarra, el Reyno de los mil planes

Exploramos sus tierras áridas y sus bosques, sus valles, castillos e historia, en busca de la versión de Navarra que te conquistará. Aunque ya te advertimos… ¡que querrás conocerlas todas!

Impresionante vista del Santuario de San Miguel de Aralar.

El olor a tierra mojada y el sonido de un arroyo al correr el agua; el sabor intenso de sus quesos y la imponente silueta de un castillo al atardecer. La brisa de un Cantábrico que vuela alto, se retuerce entre árboles y montañas y abraza con fuerza incluso allá, en el interior. Sensaciones que nos hacen viajar, aunque sea con la imaginación, a la bella Navarra, tierra rica en todos los aspectos. En ella nos dejamos envolver por un universo cuyos paisajes mutan sin cesar: del desierto a la frondosidad de los bosques, de sus verdes valles a sus históricos pueblos.

Te proponemos hacer la maleta y acompañarte en un viaje que empieza aquí, y ahora. Una ruta que a la vez son diez versiones de esta hermosa tierra, porque de Navarra existen tantas caras como le queramos encontrar. Ponemos rumbo al Reyno de las mil posibilidades teniendo en cuenta dos premisas: mantener los ojos bien abiertos y el corazón listo para dejarnos conquistar. Aunque una cosa tenemos clara: elijamos la Navarra que elijamos, nos marcará para siempre.

Navarra en verde

La Navarra que se despliega más al norte, rozando ese Cantábrico que se huele y se siente incluso tierra adentro —allá donde arranca el Pirineo—, está protagonizada por la ruta Baztan-Zugarramurdi. Es esta una tierra de leyendas y de misterios, de historias que se han ido alimentando a lo largo de los siglos de detalles que se debaten entre lo real y la fantasía. Hasta ella nos dirigimos en busca de las Cuevas de Zugarramurdi, donde brujas y contrabandistas moldearon la idiosincrasia del lugar. Los verdes prados repletos de ganado aparecen a cada paso; también los hermosos caseríos: recorrer las calles de Ziga, Erratzu o Amaiur-Maya nos harán viajar en el tiempo; sentirnos parte de otra época.

Pero hay también lugar para otro tipo de naturaleza en esta ruta: la que encuentra en el arte su mejor aliado. En el Parque Natural del Señorío de Bertiz, las rutas senderistas tienen como colofón la visita a un jardín escultórico. Si nos va lo verde —y lo frondoso— podemos culminar la experiencia acercándonos hasta los embalses del Leurtza, contemplando la hermosa Cascada de Xorroxin o surcando los cielos —sobre verdes paisajes, cómo no— en las tirolinas de Irisarriland. No nos cabe duda: pronto querremos más Navarra.

Zugarramurdi

Francis Vaquero

Pero muy cerca, la ruta de Aralar-Ultzama hará realidad nuestros deseos. Aquí llega el momento de alimentar el alma y el estómago: los pastores de las **sierras de Aralar **son expertos queseros que hacen verdaderos tesoros a partir de la leche de sus ovejas latxas. Tras unos cuantos bocados a un buen Idiazábal —y quien dice unos bocados, dice medio queso— habrá que quemar calorías, y qué mejor manera de hacerlo que recorriendo en bici la Vía Vede del Plazaola: lo que un día fue el trazado ferroviario que unió Pamplona con San Sebastián, hoy se ha transformado en un apacible camino salpicado de sugerentes postales.

Hay más en esta ruta: muchísimo más. Experiencias que son auténticos regalos para el viajero que se atreve a adentrarse en cuevas como la de Mendukilo, o se anima a subir hasta la basílica romana de San Miguel de Aralar: las vistas desde allá arriba son de las que cortan la respiración. Empaparse de espiritualidad traspasando sus gruesos muros del siglo XI tampoco estará de más. Para compensar, más gastronomía: la que se despliega en el valle de Ultzama, donde entre cuajadas y canutillos de crema, recetas a base de boletus y alubias negras, daremos buena cuenta del mejor de los festines.

La selva de Irati es un paraíso para hayas, robles, abetos, abedules o sauces, entre otras especies vegetales.

Y así, con el apetito satisfecho e impregnados de naturaleza de la cabeza a los pies, toca hablar de otra ruta: la de Irati-Roncesvalles. Aunque esta vez habremos de adentrarnos en la selva: la de Irati, claro está, el hayedo más grande de Europa. Nos calzaremos unas buenas botas de trekking y… ¡a caminar! Paso a paso, poco a poco, hasta que tanta belleza nos procure un Síndrome de Stendahl en toda regla. Aquí volveremos a ser conquistados, esta vez por el misticismo que emana de la mismísima puerta del Camino de Santiago: en Roncesvalles, donde el gótico francés estalla, se inician cada año muchos peregrinos, aunque a nosotros lo que nos apetezca —no nos vamos a engañar—, sea quedarnos a vivir allí.

La naturaleza estalla en el Reyno

Y tanto, que además es lo que nos enamora de esta tierra, en esta ocasión a lo largo de la ruta Urbasa-Andía-Urederra. Descubrimos el placer de emocionarnos, así de repente, en pleno Parque Natural de Urbasa, donde el nacedero del Urederra, al que se llega tras atravesar estampas mágicas repletas de cascadas y pozas de aguas azul turquesa, es el protagonista. Y de vistas va aquí la cosa, porque resulta que los miradores más sorprendentes esperan en este viaje. Empezando por el de Lizarraga, pasando por el Balcón de Ubaba, y acabando por la que se contempla junto al Palacio de Urbasa: mejor llevar memoria y batería suficientes para la cámara, porque nos echará humo.

El nacedero del río Urederra, espacio natural protegido.

En dominios de Tierra Estella, tocará ponerse las pilas: las experiencias de turismo activo tienen aquí un escenario idóneo. También arranca en este enclave una de las rutas que más tienta por su hermosura: la dedicada a Estella y al Camino de Santiago. Una propuesta ideal para los amantes del arte y de la historia que parte de la propia localidad, donde recorremos La Rua, su calle principal: jalonada por esplendorosos palacios e iglesias, será fácil toparse con peregrinos en plena ruta atravesando sus calles empedradas.

Más allá, más maravillas: el monasterio de Iratxe y construcciones medievales, renacentistas y barrocas. Rodeado de viñedos, nos tienta —¡ay!— a catar los caldos de la tierra en una pausa. ¿Un aliciente más para apostar por esta Navarra? Claro que sí: Puente la Reina, con su histórico puente, es el lugar donde dos ramales del camino se convierten en un mismo viaje.

Los tesoros brillan en Estella al caer la noche.

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Y si cuando unas líneas atrás hablábamos de vino los ojos te hicieron chirivitas… probablemente hayamos encontrado tu lugar en el mundo —o al menos, de Navarra—. Se trata de la ruta Olite-Ujué, en plena zona media del Reyno, donde los viñedos regalan un paisaje de lo más hipnotizante. Paramos en alguna de sus bodegas —ejem, no había duda, ¿no?— para comprobar a qué sabe esta tierra, y si queda hueco, visitar el Museo del Vino.

Después alcanzaremos uno de los enclaves más impactantes: el castillo de Olite, con su imponente perfil bien dibujado en el horizonte, deja claro que no se trata de un castillo cualquiera. Con el gótico haciendo gala de su elegancia, descubrimos la villa que lo rodea para continuar de camino a Ujué, según dicen —y damos fe—, uno de los pueblos más bellos de España. ¿Lo mejor del destino? Su santuario-fortaleza de Santa María y las vistas,: desde aquí tendremos la Ribera y los Pirineos a nuestra merced.

La impresionante fortaleza de Olite, al atardecer.

Entre desiertos, valles y foces

Y ahora sí: cambiamos de escenario, cambiamos de estampa. ¿Imaginas cómo debe ser recorrer los paisajes del desierto más grande de Europa? Pues no imagines: porque en Navarra esto también es posible. Hablamos de las Bardenas Reales, Y aunque suene contradictorio —porque lo es—, nuestra próxima propuesta, la ruta Tudela-Bardenas, aúna en un mismo destino el paisaje más árido y el más rico en vegetación. Empezamos recorriendo el Parque Natural y Reserva de la Biosfera de Bardenas Reales, que impacta y cautiva a partes iguales. Sus formaciones erosionadas han sido escenario de todo tipo de rodajes y grabaciones y no es para menos: parecen de otro mundo.

Un paisaje de otro mundo, en Navarra: las Bardenas Reales.

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Sin embargo, no muy lejos la vida vuelve a brotar a lo grande. Hablamos de Tudela, donde las más ricas y sabrosas verduras son cultivadas. Habrá que sentarse a la mesa, pero también dar un paseo para conocer su legado más monumental: plazas, palacios o edificios religiosos como la catedral de Santa Ana son todo un must. El placer de, simplemente, pasear por sus callejuelas medievales, nos permite conocer el corazón de una de las ciudades de origen islámico más importantes de España. ¿Para acabar la ruta? Fitero, donde encontramos su espectacular monasterio y las aguas termales de su balneario, de más de cien años de historia.

Y ascendemos de nuevo en el mapa —y en la orografía— en busca de más atractivos. Como los que ofrece la ruta Leyre-Javier-Sangüesa. Aquí es la Sierra de Leyre la que nos acoge, y lo hace con un claro mensaje: amantes de la cultura, preparaos para disfrutar. ¿Primera parada? El monasterio de Leyre, donde los cantos gregorianos de sus monjes benedictinos son la mejor —y más bella— banda sonora. Cuando vengamos a darnos cuenta, habremos vuelto a viajar, esta vez en el en el espacio y tiempo, al atravesar el puente levadizo del histórico Castillo de Javier, hogar del patrón de los navarros. Pero de belleza el Reyno está servido, y lo comprobamos una vez más en lugares como Sagüenza o pueblitos como Aibar o Gallipienzo. Si el mundo se acaba, que nos dejen aquí.

El Hotel rural Heredad Beragu, en Gallipienzo, es una parada obligatoria.

Pero no: el Reyno nos sigue tentando, y no tenemos más remedio que dejarnos llevar. Porque en la ruta de Roncal-Lumbier Navarra nos vuelve a conquistar. Y lo hace con sus paisajes pirenaicos, que se entregan en valles como el de Larra-Belagua —el único navarro de origen glaciar— o el de Roncal, que concentra en sus siete pueblos todo el encanto del universo. Después tocará bajar a las entrañas: una ruta senderista por la Via Verde del Irati nos conducirá entre gargantas y estampas de lo más especiales hasta la Foz de Lumbier, mientras que desde lo más alto de la Foz de Arbaiun, contemplaremos a los buitres conquistar el cielo. ¿Se puede acaso pedir algo más?

¿Una ruta de senderismo por el imponente cañón Foz de Arbaiun?

Y por fin… la capital

Y hasta aquí la Navarra más natural, la verde y rural que ya nos tiene enamorados. Toca conocer el lado más urbanita del Reyno, pero nos lo pone bien fácil: Pamplona lo tiene absolutamente todo para atraparnos desde ya. Porque aquí confluyen cultura, arquitectura, historia, gastronomía y tradición. ¿Y por dónde empezar? Pues quizás recorriendo su casco viejo, donde Pamplona vibra y se vive al 100%. Parar en sus negocios históricos, visitar su catedral, conocer sus galerías de arte y museos y finalizar en la Plaza del Castillo: allí se halla el Café Iruña y no hay mejor lugar para descansar.

Aunque a Pamplona también se va a comer, que los navarros en lo gastro —ya sabemos— no se andan con chiquitas. Y aquí, lo que se estila, es ir de Pintxos: en el centro, por las calles Estafeta, San Nicolás o Comedias, las terrazas bullen de actividad. Después tocará un poco más de historia: la que nos cuentan sus murallas medievales, de las que se conservan… ¡5 kilómetros! Pero si hay algo que identifica a la capital del Reyno, esa es su fiesta universal. Y para adentrarnos en el mundo de los San Fermines nada como animarse con una ruta guiada con la que recorrer sus enclaves más importantes. Así iremos calentando para el 2022. Porque volver a Navarra… está claro que volveremos.

Desde el Mesón del Caballo Blanco se puede disfrutar de las mejores vistas de Pamplona.

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