¡Jambo, Zanzíbar!

Por sus aguas de colores imposibles, por la calidez de su gente, por su fauna, su rica historia y su belleza: ve haciendo las maletas, porque te llevamos a un lugar del que no querrás regresar.
Zanzíbar Tanzania
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Apenas 30 minutos separan el caótico ambiente de Dar Es Salam, la capital del país, del edén: Zanzíbar (Tanzania). 30 minutos en los que la explosión de colores de las destartaladas calles que rodean el aeropuerto de la ciudad da paso a un conjunto de paisajes surrealistas que ya nos conquistan desde la ventanilla de la avioneta.

Bancos de arena salpican la estampa idílica de un mar azul turquesa que hipnotiza cuando se está a punto de aterrizar en la isla más adorada de África. Porque Zanzíbar enamora desde mucho antes de que se haya puesto un pie en ella.

Es así, sin más preámbulos, como tocamos tierra en uno de esos lugares que siempre ocupa los primeros números de los destinos soñados. La isla de las especias, de las raíces multiculturales y de los caballitos de mar, es también la del jambo y el pole pole. Un lugar único donde perder el sentido del tiempo, entregarse a los baños eternos... y disfrutar.

Playa de Nungwi, Zanzíbar.Humphrey Muleba/Unsplash

SITUÉMONOS…

Eso: primero, pongámonos al día. Porque, para empezar, hay que ser claros: Zanzíbar no es una isla, Zanzíbar es un archipiélago. Y la isa de ese archipiélago a la que casi todo el mundo reconoce, erróneamente, con el nombre de Zanzíbar, es Unguja, de la que te venimos a hablar. A esa hay que sumar dos más pequeñas: Pemba y Mafia.

Uno de los rasgos que mejor definen a esta tierra colmada de riqueza cultural es, precisamente, su posición estratégica entre continentes. Esto hizo que durante siglos llegaran hasta ella, —e incluso algunos se asentaran—, pueblos tan diversos como los omaníes —los sultanes la eligieron como capital de su imperio—, los iraníes, los portugueses, indios o británicos. Eje crucial de la ruta comercial entre Oriente, Arabia y la propia África, el legado que fueron dejando tras de sí quienes por aquí pasaron sigue impregnando cada rincón de la isla.

Tras ser colonia portuguesa durante dos siglos, dominada por los árabes durante varios más, y funcionar bajo protectorado británico otros tantos años, en la actualidad, y desde 1964, Zanzíbar constituye una región autónoma que, junto a la vecina Tanganika, conforma Tanzania. Es decir, la unión de la parte continental y de las islas es la que compone el país.

Barco dhow en una playa de Zanzíbar.

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Stone Town (Zanzíbar).

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STONE TOWN: EL INICIO

Pero dejémonos de clases de historia y vayamos al grano: queremos explorar. Y no hay nada como tomarle el pulso a la capital de Zanzíbar para ir cogiéndole el rollito al destino. Aquí, entre las enrevesadas callejuelas que conforman el centro histórico, esas que los árabes dejaron a modo de legado, la vida sigue bullendo sin cesar: nada como perdernos por este laberinto intencionado para entender dónde estamos.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en un paseo por Stone Town no nos podrá faltar el ver, tocar, probar y hasta oler —y, ojo, que esta parte no siempre será del todo agradable— los puestos de su ambientado mercado de Darajani, que se divide en diferentes secciones. Las carnes y pescados son expuestas ante el público en un lugar donde el calor aprieta y las neveras brillan por su ausencia.

A cada paso, un “jambo” a modo de saludo que nos recuerda que aquí la simpatía y la hospitalidad están a la orden del día. Los puestos se siguen sucediendo bajo tejados de cañizo: verduras y especias, frutas y objetos de toda índole se amontonan sobre los mostradores. Fuera, el caos gobierna la escena: cláxones, carretillas, niños jugando y un sol de justicia que acompaña sin remedio, aunque nos encontremos en pleno invierno.

Stone Town (Zanzíbar).

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Andar y desandar el entramado de callejuelas es todo un reto. No hay nada como perdernos por ellas mientras admiramos balconadas que parecen sacadas del mismísimo Rajastán. A su lado, también edificios con un claro estilo colonial. Por aquí, y por allá, imponentes puertas de teca cuidadosamente talladas por artesanos señalan las casas donde un día vivieron ricos mercaderes. Algunas, además, cuentan con grandes pinchos que, aunque hoy son puramente decorativos, en su día funcionaron para protegerse de los elefantes.

Pero hay más en Stone Town, cuyo nombre proviene de los muros de muchas de sus construcciones, levantados con piedra coralina extraída del mar. Como, por ejemplo, el vetusto fuerte que los omaníes levantaron en el siglo XVII: en su jardín interior aguardan tiendas de suvenires y artesanía. Aunque para jardines, los de Forodhani, donde la vida sucede entre animadas charlas, partidas de cartas y colonias de gatos. Desde muy cerca parten, por cierto, las excursiones en barco que llevan hasta Prison Island, donde habitan tortugas gigantes y a la que antiguamente eran desterrados los esclavos más rebeldes.

The Residence (Zanzíbar).The Residence

Porque hay un lado no tan popular de esta isla que no podemos dejar pasar: la luz que desprende hoy Zanzíbar tuvo también sus sombras. La oscuridad que marcó el convertirse, durante una época, en uno de los puntos de mayor tráfico de esclavos de todo el continente africano. El Slave Market Memorial recuerda aquellos tiempos. A solo unos pasos se alza la descomunal catedral anglicana, tras la que se percibe el alminar de una mezquita: hoy, cristianos y musulmanes, son ejemplo de convivencia pacífica.

¿Un último homenaje? Se lo hacemos al gran Freddie Mercury, nacido precisamente aquí, en Stone Town. La que fue su casa durante los primeros ocho años de su vida hoy es un hotelito con un sencillo cartel que lo anuncia. Es hora de seguir el viaje.

Villa.The Residence Zanzibar

COMO EN CASA

La excursión a Stone Town es, precisamente, una de las más solicitadas por quienes deciden hospedarse, como hacemos nosotros, en uno de los resorts de lujo más increíbles de la isla. Aunque The Residence by Cenizaro no es solo un alojamiento exclusivo: este edén ubicado en el sur de la isla, alejado de las zonas más turísticas y multitudes, se halla rodeado de la naturaleza más sublime. Un sueño hecho realidad.

Saboreamos un zumo tropical a modo de bienvenida mientras hacemos check-in. Después, comenzará la incesante sucesión de experiencias con las que exprimir hasta el último de los segundos en el paraíso. Y no importa si es relajados, sin hacer absolutamente nada más que darnos un baño en la piscina privada de nuestra villa —ojo, porque se trata del único resort de lujo de la isla cuyas 66 villas cuentan con su propia piscina—, o contemplando esos atardeceres que solo se pueden ver en África, cóctel mediante, desde su palapa. Un baño en otra de sus piscinas, la infinity pool con vistas al mar, tampoco estará de más.

Bienvenidos a The Residence.The Residence Zanzibar

Aquí, en este pedacito de cielo en la Tierra, las horas transcurren dejándonos mimar por su atento equipo, que trabaja y se esfuerza cada día para que todo sea perfecto. Y la tarea de generar buenos recuerdos pasa por alimentarnos bien: los desayunos en la terraza del hotel son inigualables, pero nada como un taller de cocina privado con el chef Mussa para conocer los detalles de la gastronomía de la isla. Risas, bromas, y un final feliz consistente en, claro, catar lo preparado. Y todo con unas vistas inigualables al mar.

Aunque es la gastronomía, de hecho, el punto fuerte de The Residence: cada noche, una cena estilo bufé se encarga de transportarnos a un lugar del mundo diferente mediante los sabores. De fondo, la actuación de algún grupo local se encarga de amenizar la velada. Mucho más íntimo, eso sí, es el restaurante Pavillion, ubicado en una zona más apartada a la que accedemos con nuestro medio de transporte favorito, la bicicleta que nos asignan nada más llegar: cenar a la carta una selección de platos que tienen las brasas como aliadas hará que nos vayamos a dormir con el mejor sabor de boca.

Atardecer en The Residence.The Residence Zanzibar

BAJO EL MAR…

Aunque cueste alejarnos de nuestro particular paraíso, a Zanzíbar hemos venido a descubrir. A conocer su esencia, aunque eso suponga tener que abandonar —aunque sea solo un ratito— nuestra cómoda suite para seguir conociendo la amplia oferta de actividades que se pueden realizar más allá de nuestros eventuales dominios.

Y resulta que donde más cosas interesantes suceden en esta isla es en las profundidades del mar. Con la magia mediante de quienes organizan experiencias a medida en The Residence, rápidamente nos colocamos el bañador, nos enchufamos las gafas y el tubo de esnórquel, y nos montamos en una barca a motor que nos lleva varios cientos de metros mar adentro para alucinar con el universo submarino. El Área de Conservación de la Bahía de Menai nos espera.

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Un salto a las aguas de azules imposibles del Índico y el tiempo parece que se detiene. La fascinante vida marina transcurre en torno a un arrecife de coral infinito que se muestra vivo, activo. Flotamos en torno a él y todo nos sorprende: allá va un pez trompeta; por aquí, un par de caballitos de mar. Imponentes peces Napoleón, estrellas de mar azules y naranjas, pececillos multicolores entre los que aleteamos hasta sentirnos parte del reparto de Buscando a Nemo... ¿Es aquello un pez león? Por favor, pero qué belleza.

Pingwe, Unguja, Zanzíbar.

Javi Lorbada/Unsplash

Otra manera de disfrutar del mar es madrugando: porque no todo va a ser jauja en la isla. Eso sí, el esfuerzo tendrá su recompensa: contemplar a familias completas —hasta 20 individuos contamos— de delfines en absoluta libertad, no es algo que suceda todos los días. Saltando y nadando, jugando y haciéndonos entender que, la felicidad, se puede lograr de muchas maneras.

También al alcanzar uno de esos bancos de arena blanca, resplandeciente, que motean el océano donde menos se espera. Son los famosos bancos de arena o sandbanks, y también desde The Residence, si así se desea —y nosotros, claro, lo deseamos— deleitan con un aperitivo improvisado a modo de marisco a la brasa en este remoto lugar.

Jozani, Zanzíbar.

Patrick Mueller/Unsplash

ENTRE PRIMATES Y PIMIENTAS

No hay viaje a Zanzíbar completo si no se ahonda un poco más en su variada fauna autóctona. Y es que la variedad de especies que habitan esta isla es de lo más interesante: mariposas, reptiles, aves y mamíferos rellenan una lista infinita.

Nosotros nos quedamos con unos animales muy singulares que no tardan ni dos minutos en conquistarnos el corazón: libres, divertidos y juguetones, los colobos rojos aparecen cuando menos se les espera por los lugares más insospechados del resort, dispuestos, si hace falta, incluso a darse un chapuzón en nuestra piscina. Es lo que tiene encontrarnos rodeados de la naturaleza más exuberante, que no somos los únicos que la apreciamos.

Para disfrutar de ellos, sin embargo, hay otra excursión disponible: el Parque Nacional Jozani Forest se encuentra a escasos 30 minutos de The Residence y es el hogar de incontables ejemplares. Las visitas guiadas nos llevan a aprender muchas más curiosidades sobre estos primos lejanos que, a buen seguro, nos dejarán infinitos momentos de risas. La raza, por cierto, está en peligro de extinción.

Zanzíbar, la isla de las especias.Mathias Katz/Unsplash

Algo más al norte, muy cerca de Stone Town, otra de esas paradas imprescindibles para terminar de darle un sentido a Zanzíbar: son sus granjas de especias, un negocio que marcó un antes y un después en el desarrollo de la isla y en su riqueza. De hecho, aquello de ser popularmente conocida como “la isla de las especias” tuvo su momento más álgido en el siglo XIX, cuando proliferó el comercio de estas. Así construyó su imperio: a base de clavo, de pimienta o de vainilla.

Hoy esos tiempos de gloria pasaron a mejor vida, pero decidimos recorrer una plantación de la mano de un guía que nos descubre las plantas y árboles de los que se extraen muchas de esas especias. Y hablamos de cúrcuma o jenjibre, de cardamomo, de nuez moscada o de pimientas de todos los colores. Una clase magistral con la que finalizar esta incursión al presente, que es también pasado, de nuestro paraíso particular.

Por cierto, y por si alguien se lo preguntaba... ¡por supuesto que nos llevamos algunas a casa! Zanzíbar, la perla de Tanzania, es un viaje inolvidable, ¿repetimos?

Nungwi, Zanzíbar.

Dmitry Limonov/Unsplash

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