Monsanto, el pueblo de Portugal que decidió vivir aplastado por la roca

Nos escapamos al pueblo portugués que se negó a ser engullido por la roca y que decidió convertirse en una obra de arte.
Monsanto pueblo de Portugal
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No pienses ni por un segundo que nuestro país vecino solo nos reserva maravillosas playas, pastéis de Belém, algún pueblo medieval que se detuvo en el tiempo, casas forradas de azulejos o palacios decadentes. Portugal tiene un entorno rural increíble, algo desconocido para algunos pero que, desde su parapeto, aún susurra a los viajeros que recorren el país luso en busca de nuevas experiencias. 

Ni siquiera hace falta alejarse de la frontera con nuestro país para descubrir insólitos pueblos portugueses donde desconectar. Este es el caso de Monsanto, el pueblo aplastado por la roca, que bien podría ser la versión portuguesa de Setenil de las Bodegas para aquellos que conozcan bien las tierras de Cádiz. 

Monsanto, al igual que su primo gaditano, es el ejemplo de un pueblo que intentando luchar contra el titán de roca, acabó dejando florecer una amistad quizás algo estrambótica.

Panorámica de Monsanto.

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DESAFIANDO LA GRAVEDAD DESDE EL MEDIEVO

Nuestro destino se encuentra en la Beira de interior, muy cerca de la frontera de España con Portugal por la parte de la provincia de Cáceres. Se puede acceder desde Alcántara o desde Coria, aunque siempre es mejor esta última opción ya que la carretera desde Cáceres capital es muchísimo mejor.

Queda a la misma altura que Plasencia. Lo que sí hay que tener claro es que aparcar en el pueblo es toda una odisea por lo que siempre es mejor dejar el coche en la entrada y evitar sorpresas inesperadas.

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Hemos llegado a un pueblo que no llega a los mil habitantes censados, cuyas casas aparecen como una erupción de la montaña sobre el granito, desafiando a la orgullosa piedra casi a 800 metros de altura sobre el nivel del mar.

Su peculiar ubicación estuvo en el punto de mira de los musulmanes durante la ocupación de la península hasta que, tras pasar a manos cristianas, acabaría en poder de la Orden del Temple, artífices de convertir Monsanto en fortificación defensiva con su castillo y sus murallas.

Primeros asentamientos construidos bajo las rocas de Monsanto.

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La villa de Monsanto es eminentemente medieval, y prueba de ello se encuentra en la herencia recibida de los Templarios, un patrimonio que ha sabido resistir al paso del tiempo. Este legado ha permanecido en forma de templos, como son la Capilla de San Miguel, del siglo XII, de la que quedan apenas unos restos frente a un cementerio centenario de los que da repelús al caer la noche.

Algo más arriba se encuentra la Torre Peão, los restos de una antigua atalaya medieval que suponen el punto más alto de la villa. La panorámica desde este punto es vertiginosa, nos da una idea de la singularidad del sitio y del motivo por lo que fue una villa tan golosa para todo tipo de conquistadores.

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El Castelo de Monsanto, declarado Monumento Nacional en 1948, tuvo mucho poderío durante la Edad Media. Se encuentra muy próximo a la ubicación en la que nos encontramos. Se construyó en la parte más alta para poder vigilar los alrededores, incluyendo la frontera con el entonces Reino de León. Llegó a tener dos puertas de acceso, una torre del homenaje (hoy en día desaparecida) y cuatro torres vigía.

Diferentes desgracias acaecidas durante el siglo XIX –como una explosión en el polvorín y un derrumbe posterior– provocaron el abandono del castillo, aunque durante el siglo pasado se hicieron diversos intentos por preservar el patrimonio.

Iglesia de Monsanto.

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Tras descubrir el castillo y obtener la primera panorámica desde uno de los puntos más altos de Monsanto es hora de descender y descubrir las casas aplastadas de este pueblo tan peculiar. Desde el castillo se pueden seguir las murallas que aún permanecen en pie.

Son más modernas que el castillo, ya que estas datan del siglo XVIII, más concretamente del año 1738 cuando, tras finalizar la Guerra de los Siete Años, se pensó defender la villa a golpe de piedra y granito. Están flanqueadas por dos puertas de acceso que cargan sobre sus espaldas el peso de los últimos siglos.

UN PUEBLO ‘APLASTADO’

El trayecto a través de las peculiares calles de Monsanto es casi como recorrer el parque de atracciones de los Picapiedra en versión medieval. Muchas de las piedras que se han desprendido de la montaña han servido para construir las casas que hoy en día son su mayor reclamo turístico.

Las casas más espectaculares de Monsanto se encuentran en la parte alta del pueblo, donde las enormes moles de granito parecen enormes champiñones, árboles o sombreros de piedra que se asientan sobre el terreno como si nada.

Algunas casas de Monsanto son blasonadas y aún conservan en las fachadas lo que queda del escudo de la casa dinástica que en otro tiempo allí residió. Porque en Monsanto hubo nobleza y el arte manuelino aún se puede apreciar en muchas de sus calles y algunos de sus templos religiosos como la Capilla de San Antonio, que encuentras de camino según se desciende.

Las calles de Monsanto parecen el escenario de un cuento.

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La villa de Monsanto fue declarada en el año 1938 como la “Aldea más portuguesa de Portugal” y esto no fue por casualidad. El motivo por el cual ostenta este título es porque es la villa que mejor ha conservado su esencia y figura a pesar de las muchas inclemencias que ha sufrido.

Con motivo de tal hazaña, Monsanto exhibe en lo alto de la Torre de Lucano, un campanario medieval del siglo XV que permanece intacto, un gallo de plata como símbolo de Portugal. Al llegar a la Torre Lucano hemos alcanzado la Plaza de la Misericordia, donde se encuentra la iglesia del mismo nombre, un templo renacentista del siglo XVI que esconde un conjunto de imaginería sobre La Pasión de Cristo sencillamente increÍble.

Desde ahí hay que partir a la Rua da Capela, la calle en la que se encontraban las posadas y donde se llega hasta la Fuente do Ferreiro, la que dicen que es la única que saciaba la sed de reyes y príncipes. Y entre piedra y piedra, casi hemos dado la vuelta entera a la villa. O al menos a la parte monumental.

Según volvemos, no es raro encontrar de nuevo enormes rocas que parecen aplastar las casas pero que por el contrario les sirven de tejado o de muro de carga. Bueno, de eso y de photocall para instagramers, que ven en cada casa un universo de posibilidades para subir a las redes, pues cada casa en Monsanto es completamente diferente a la anterior, con una fantasía en forma de gigante de granito totalmente distinta. Un delirio.

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TRES COSAS A TENER EN CUENTA

La primera de ellas es que los portugueses son muy hospitalarios pero muy celosos de su patrimonio, por lo que no miran con buenos ojos que nadie suba por la ventana de su casa para hacerse una foto encima de la roca. La locura para hacerse con la foto perfecta nunca ha de ir reñida con las buenas costumbres. Y de buenas costumbres los portugueses saben bastante más que mucho.

En segundo lugar, es importante saber que Monsanto ofrece distintas opciones de alojamiento pero sin grandes lujos. Además del GeoHotel Escola, muy concurrido por las vistas, hay algunas opciones de alojamiento muy curiosas. Una de ellas es una casa rural conocida como A Casa Mais Portuguesa, una casa rústica portuguesa reconvertida donde además se pueden comprar embutidos y quesos portugueses. Se encuentra en la Rua da Chapela.

En tercer lugar, para comer buen polvo à lagareiro, arroz con liebre o, por supuesto, bacalao (porque para algo estamos en Portugal) hay que ir a O Cruzeiro (Fernando Ramos Rocha, 17) una bodega típica portuguesa donde, además, hay una buena selección de vinos de la tierra para maridar. ¡Que aproveche!

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