El Mazucu: ecos de batallas en los montes de Llanes

La sierra del Cuera esconde valles recónditos donde todavía resuenan las bombas de una de las batallas más desconocidas de la Guerra Civil.
El Mazucu
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La visión que ofrece la sierra del Cuera cuando nos aproximamos a ella desde Cantabria evoca una imagen digna de los mundos de Tolkien. Las cumbres del Cuera aparecen y desaparecen entre nieblas nacidas en un mar que lame sus mismos pies. Dicha sierra, la más oriental de Asturias, marca la frontera histórica entre las tierras cántabras y las vinculadas a Oviedo. Su aspecto de fortaleza atrajo a los últimos cántabros sometidos a los romanos, a los cristianos que escapaban de los árabes y a los ejércitos republicanos. Los recuerdos de dichas gestas aún perviven en los montes, y para quién sabe caminar con el oído abierto, todavía resonarán los obuses que estallaron en alto del Cuera durante una de las batallas más desconocidas de la Guerra Civil: la batalla de El Mazucu.

UNA BATALLA OLVIDADA

La batalla del Mazucu todavía se recuerda en Villaviciosa, Llanes y en los pueblos de la sierra del Cuera. Corría agosto de 1937 cuando una noticia llegó a la Asturias republicana: Santander había sido tomada por las tropas sublevadas que se habían abierto paso desde Navarra a través del País Vasco y cuya meta final era Oviedo. Guarnecida por montañas en todos sus flancos, la única provincia del norte aún leal a la República era un orzuelo en el ojo de Franco, y su mayor impedimento para tomar ventaja en la guerra.

Puente Romano de Cangas de Onís, también conocido como ‘El puentón’.

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El objetivo de los sublevados era alcanzar Cangas de Onís desde Santander, y una vez cruzado el río Sella, tomar el camino directo que conduciría a Oviedo y a la rendición de Asturias. Solo la sierra del Cuera se interponía entre Franco y la conquista del norte. Enfrente, las tropas franquistas tenían como adversario al XIV Cuerpo, un ejército republicano conformado en su mayoría por milicias sindicalistas mermado y por la rendición de las tropas nacionalistas vascas tras la caída de Santander. Su general, Adolfo Prada, solo tenía un objetivo: sostener la defensa de Asturias al resguardo de sus montañas y esperar la llegada del invierno.

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La moral era baja entre los milicianos republicanos que abandonaron presurosos la capital cántabra y tomaron posiciones en la línea del río Deva. Eran pocos, a pesar de las levas forzosas realizadas en los pueblos para la defensa de Asturias. Sumaban, en total, cinco mil frente a las treinta mil tropas franquistas que se acantonaban en Santander. El enfrentamiento no tardó en producirse, y a comienzos de septiembre, el ejército fascista lanzó una ofensiva relámpago. Las Brigadas Navarras al mando de José Solchaga superaban en cinco hombres a uno a las fuerzas del XIV Cuerpo del Ejército Republicano, y contaban con un valioso aliado: la Legión Cóndor enviada por la Alemania nazi en ayuda del bando sublevado.

Paso de montaña de El Mazucu.

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Los mismos aviones que habían descargado sus bombas en Guernica borraron las líneas republicanas en el río Deva, y la defensa quebró. Algunos grupos de milicianos tomaron el camino hacia Liébana, mientras que otros trataron de reagruparse en torno al teniente Juan Ibarrola y los restos del XIV Cuerpo. El 5 de septiembre tomaron la decisión de concentrarse en el alto de El Mazucu, el único paso de montaña que conectaba la costa de Llanes con la capital, Oviedo. El valor estratégico del enclave y su posición elevada en lo alto de la sierra del Cuera hacían soñar a unos republicanos que confiaban en sus montañas para frenar a los sublevados.

RUMBO A EL MAZUCU

Desde los carriles de la autovía del Cantábrico pueden contemplarse los altos de El Mazucu, y también, los prados de Llanes que alojaron el cuartel de las tropas nacionales antes del asalto al puerto. El actual campo de golf de Andrín era entonces una campa que funcionó como aeródromo para los aviones de la Legión Cóndor. El asedio franquista a El Mazucu fue realizado siguiendo el camino que hoy marca la carretera LLN-7 a través de un puerto que remonta la Sierra del Cuera entre castaños, hayas y abedules que guardan ruinosas trincheras. En su cima encontraremos un monumento que recuerda a quienes allí lucharon, y que nos permite admirar el paisaje que alojó la mayor batalla del norte: un pequeño valle guardado por cumbres de caliza blanca donde se asienta El Mazucu, pueblo que da nombre a la batalla.

El Mazucu, pueblo del concejo de Llanes.

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A medida que nos acercamos a las casas de El Mazucu podremos distinguir hondonadas y agujeros de aspecto añejo en los prados donde hoy en día dormitan tumbados los terneros. Son cráteres de las bombas que un día cayeron sobre el pueblo. La iglesia de la aldea fue testigo de ello, y cuando busquemos su campana, solo encontraremos la carcasa de un viejo obús. El eco de los cencerros resuena sin parar en el valle, ¿cómo debió ser entonces el ruido de un bombardeo?

La altura de la montaña propició la resistencia republicana, y los hombres de Juan Ibarrola lograron frenar las acometidas de los sublevados durante los primeros días de batalla. La cobertura del bosque y los nidos de ametralladora escondidos en las cumbres frenaron a los franquistas mientras la lluvia arreciaba sobre el Cuera. Los aviones de la Legión Cóndor no podían volar debido al mal tiempo, permitiendo a los republicanos tomar las mejores posiciones para la defensa. No hubo peña ni saliente donde no estuviese asomado el cañón de un miliciano, mientras las tropas sublevadas acometían con idéntico ímpetu las laderas del puerto. Los días pasaban entre metralla y caídos en ambos bandos, y nada parecía poder decantar la batalla de uno u otro lado. Hasta que las nubes se disiparon, y los aviones de la Legión Cóndor pudieron despegar.

Era trece de septiembre de 1937. Durante ocho días, las tropas republicanas soportaron el bombardeo de los aviones nazis refugiándose en las grutas que les ofrecía la montaña. Ardieron bosques enteros a causa de las bombas incendiarias, y el pueblo de El Mazucu vio destruidas sus casas. El bombardeo, sin embargo, no sirvió para rendir a los defensores, aunque cortó las vitales rutas de suministro con Cangas y el interior de las montañas. Algunos milicianos comenzaron a mirar hacia el monte, y los oficiales republicanos advirtieron a los posibles desertores: nadie escaparía de El Mazucu.

Vistas panorámicas desde Peña Blanca a la costa de Llanes.

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EL FINAL DE LA BATALLA

No serían las bombas de la Legión Cóndor ni los continuos ataques de las Brigadas Navarras quienes rindieron a un ejército republicano que aprovechaba el terreno accidentado para sorprender al enemigo. Impotente ante las tácticas guerrilleras, la aviación alemana utilizó en el Mazucu técnicas nunca antes aplicadas en combate, como el ‘bombardeo en alfombra’ que arrasaba bosques enteros mientras los republicanos se defendían lanzando bidones de gasolina desde lo alto de la montaña. La escasez de medios y munición entre los milicianos, aislados además de cualquier vía de suministro, fue el factor que hizo flaquear a los republicanos y provocó las primeras deserciones. Era imposible defender el Mazucu frente a fuerzas tan superiores sin un ayuda que nunca llegaba desde Gijón y Oviedo.

El día 22 de septiembre, tras 12 días de batalla, cayó la última trinchera republicana en lo alto de Peña Blanca, la gran montaña que da sombra a las casas de El Mazucu. Un pueblo donde la batalla no se nombra, porque muchos fueron los rebeldes, ‘maquis’ también llamados, que de aquí salieron, como se recuerdan las levas forzosas que los republicanos llevaron a cabo en el pueblo. Merece la pena, sin embargo, caminar por El Mazucu utilizando el camino que conduce a Las Llastrías para disfrutar de las vistas que allí se obtienen de la sierra de la Cubeta y del valle de Caldueño, uno de los últimos rincones de Asturias que todavía desconocen el imperio del eucalipto. Hasta en esto se muestra El Mazucu irreductible al invasor.

Fabada asturiana.

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También merece la pena, mientras masticamos el recuerdo de la batalla acontecida entre estas montañas, terminar nuestra visita con una parada en el camino que nos conducirá de vuelta a Llanes. La carretera LLN-7 que nos condujo hasta lo alto de El Mazucu pasa ante la puerta del restaurante Picu L’Saglar, un mesón tradicional asentado junto al río Bedón y que reúne en su cocina lo mejor de la gastronomía del Oriente asturiano. El mayor de los motivos que pueden hacernos frenar ante Picu L’Saglar es su fabada, que enamorará a quienes todavía no amen el plato más propio de Asturias. Suave y a la vez con carácter, con un compango que se deshace, la fabada del Picu L’Saglar ha sido finalista y premiada, al igual que su pote. Tomarla junto al río quizás dé mejor sabor a un guiso que merece cualquier viaje y debe convertirse en obligatorio para cualquiera que visite las montañas de Llanes.

Sirvan nuestra parada en el Picu L’Saglar para hacernos valorar la paz que nos permite comer fabada mientras oímos bajar el agua que nace en la sierra del Cuera. Nunca es del todo agradable visitar el lugar de una batalla de nuestra propia guerra, pero al menos que el Mazucu sirva para recordar que un día volaron bombas sobre este rincón de Asturias, cuando lo único que debería caer del cielo son gotas de lluvia.

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