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Jorge Bustos: "Cada uno de nosotros vive tres o cuatro momentos traum�ticos en su vida. Hay quien no los asimila y se ve arrastrado a la precariedad absoluta"

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Tras un a�o de entrevistas a decenas de personas sin hogar y trabajadores sociales del centro de acogida m�s grande de Espa�a, el subdirector del diario El Mundo, Jorge Bustos, publica su libro Casi, una reveladora cr�nica del desamparo.

El periodista y escritor Jorge Bustos en la Cervecer�a Alemana de Madrid
El periodista y escritor Jorge Bustos en la Cervecer�a Alemana de Madrid Ant�n Goiri

En febrero de 2021, "superados los a�os de precariedad que a menudo conspiran contra la vocaci�n period�stica", Jorge Bustos se compr� un �tico cerca de la estaci�n madrile�a de Pr�ncipe P�o con vistas al parque del Oeste y la Casa de Campo.

Bustos, que fue jefe de opini�n de El Mundo antes que subdirector del diario, est� especializado en periodismo pol�tico. Su trabajo se desarrolla en el Congreso de los Diputados, en despachos institucionales y restaurantes lujosos donde habitualmente conversa con pol�ticos, empresarios y poderosos.

Pocos d�as despu�s de mudarse a su nuevo barrio, Bustos se arrepinti�. Algunas noches para acceder al portal de su casa ten�a que esquivar a un indigente derrumbado por el alcohol. Se acostumbr� a sortear con el coche los cuerpos que se tambaleaban en los m�rgenes de la calzada. Las calles de su barrio le recordaban a las escenas de una pel�cula de zombis. �D�nde se hab�a metido?

Casi, de Jorge Bustos

19,95

Descubri� que estas personas sin hogar proven�an del Centro de Acogida San Isidro, a unos cientos de metros de su casa, una de las mayores instituciones del asistencialismo espa�ol. Y de pronto, en lugar de retirar la mirada como solemos hacer todos, se fij� en estos seres que habitan en los m�rgenes de la sociedad. Intuy� un viaje al origen del periodismo y de la condici�n humana sin salir de su vecindario.

Concert� una cita con Maribel Cebreco, la directora del Centro conocido como Casi por los funcionarios municipales que all� trabajan, y empez� a entrevistar a sus usuarios. "No es coqueter�a afirmar que yo no eleg� hacer este libro sino que me fue impuesto. As� me sent�, como un m�dium desprevenido. Pero el misterioso encargo habr� merecido la pena si predispone en el lector ese fogonazo de piedad continua del que nacen la gratitud por lo que nos ha sido dado y la promesa de no juzgar a quienes todo se les arrebat�", escribe en las primeras p�ginas de su libro Casi. una cr�nica del desamparo.

El periodista y escritor Jorge Bustos
El periodista y escritor Jorge BustosAnt�n Goiri

�Cu�l es tu primera impresi�n de esa realidad que habitualmente preferimos ignorar?
Lo primero es que no ves a estas personas, por eso les llaman "los invisibles". No solemos fijarnos en algo que no nos interpela. Yo me muevo en un mundo antag�nico al de la miseria. De pronto me apeteci� averiguar lo que pod�a aprenderse de la condici�n humana tan cerca de mi casa y tan lejos de mi h�bitat laboral en plat�s, despachos, estudios de radio y c�maras parlamentarias. El contraste al llegar a mi casa era brutal, y al final me vi implicado. Nunca pens� que fuera a escribir este libro.
�Por qu�?
Esto es periodismo social, nada que ver con lo que yo hago a diario. Aunque en realidad el periodismo no tiene ning�n adjetivo. Parte de la simple curiosidad por el otro. El libro es una cr�nica de lo que he visto y de lo que me han contado. No es que me metiera en esto porque yo vaya de bueno o busque la salvaci�n personal. No soy ning�n santurr�n. Pero lo cierto es que este ejercicio period�stico me ha cambiado la vida.
�C�mo es el Casi?
Es el centro de acogida m�s grande de Madrid, alrededor del cual orbitan otros centros tutelados, y uno de los m�s antiguos de Espa�a. Su gesti�n est� a cargo del ayuntamiento. El edificio se construy� en 1943 y ha sido dep�sito de mendigos, obra de misericordia, c�rcel... En 2011 se realiz� una importante reforma y ahora mismo tiene cerca de 300 plazas para pasar la noche. Est� abierto las 24 horas. Es un mundo aparte, con un comedor enorme por donde transitan cada d�a cientos de personas de 90 nacionalidades, con su correspondiente Babel de idiomas. Hay sala de televisi�n y de inform�tica, patio, sal�n de actos, gimnasio y hasta una modesta biblioteca. En el Casi no solo se come y se duerme. Adem�s de cuidados y atenci�n m�dica, los empleados municipales ayudan a los "usuarios" -as� los denominan- con el papeleo que conlleva la tarjeta de residencia, la petici�n de un ingreso m�nimo, la pensi�n no contributiva o el sello del paro.
�Por qu� se les llama "usuarios"?
Porque la aspiraci�n del Centro es que estas personas consigan la autonom�a suficiente para valerse por s� mismas. El objetivo program�tico es que los usuarios no dependan del Centro para subsistir, que no se acomoden all� como residentes.
�Qu� vida hacen los "usuarios", en qu� ocupan el tiempo?
La mayor�a entra y sale regularmente. Otros no salen nunca. Algunos tardan d�as en volver. O se les pierde la pista. Hay dos o tres muertes cada mes. El �xito es salir del Centro, vivir en un piso tutelado y rehacer su vida, pero pocos lo consiguen. M�s de la mitad de los usuarios del Casi cobran una ayuda p�blica. Algunos encuentran trabajo, aunque lo pierden con facilidad. Una minor�a mendiga, pero muchos simplemente deambulan hasta la hora del almuerzo o la cena. Seg�n el Instituto Nacional de Estad�stica, el porcentaje de personas sin hogar ha crecido en veinticinco puntos en la �ltima d�cada.
�A qu� se debe este incremento?
El treinta por ciento de los encuestados alega que ven�a de otro pa�s, y otro tanto que se vio en la calle tras haberse quedado en paro. El diecis�is por ciento culpa al desahucio por impago y un catorce a su divorcio. Lo que m�s me sorprendi� es el dato de que el diez por ciento de la gente en situaci�n de calle en Espa�a tiene estudios universitarios. El sesenta y cinco por ciento complet� la secundaria. Es decir, no son personas que nacieron en la miseria o que carezcan de capacidades para desenvolverse en la vida.
En el Casi vive un chef que trabaj� con Arzak, un torero que estuvo en la cuadrilla de Ortega Cano, un catedr�tico de arte, un periodista que firm� en El Mundo en los a�os 90, una joyera que se arruin� en la pandemia... Cuando te acercas a ellos y te interesas por su vida, te das cuenta de que una serie de desgracias encadenadas les han llevado a esa situaci�n.
Dices que cada uno de nosotros tenemos tres o cuatro momentos traum�ticos en la vida. Hay a quien el drama se le acumula, o no es capaz de digerirlo, y se ve arrastrado a la precariedad absoluta.
Es as�. Una parte de las personas que se quedan en la calle antes ten�a un lugar en la sociedad. El divorcio, la p�rdida del trabajo o la muerte de un familiar cercano les parte por el eje y no consiguen rehacerse de un trauma. O superan una parte pero enseguida llega otro drama que les destroza y les arrastra hasta que pierden todo lo que ten�an. Me refiero a aquellos que no vienen escapando de sus lugares de origen por causa del hambre o los conflictos, esos forman el grupo de los que nunca tuvieron nada.
�Cu�les son los principales problemas con los que se encuentran las personas sin hogar?
En la mayor�a de los casos hay un problema de alcoholismo, que se une a los que he comentado antes. El Casi puso en marcha una iniciativa pionera, la sala de reducci�n de da�o. Se trata de una habitaci�n con mesas, sillas y una pantalla de televisi�n donde cada hora, bajo control m�dico, se dispensa una dosis medida a aquellos dependientes que desean beber sin el peligro de acabar tirados sobre el banco de un parque expuestos a una hipotermia o inconscientes en los escalones de la estaci�n de Pr�ncipe P�o.
En esta sala consumen menos y con m�s orden, e incluso algunos consiguen dejar el alcohol. Esta noticia por s� sola basta para llevar esperanza a los trabajadores del Casi, que no son gente acostumbrada a las buenas noticias. Otro de los problemas comunes que est� creciendo es la enfermedad mental. De hecho, es tambi�n un grave dilema al que se enfrenta la gesti�n del Centro, ya que se est� convirtiendo en un psiqui�trico y no es ese su cometido. Muchos de los usuarios tienen que estar medicados para evitar brotes violentos o autolesivos.
�C�mo es vivir en la calle?
A una primera noche a la intemperie sobrevive cualquiera, pero al cabo de un par de semanas algunas vejaciones ya son imborrables. Si transcurre un mes, el deterioro se acelera, la capa de dignidad que nos recubre sufre un da�o irreversible y esa persona jam�s vuelve a ser la misma. Si el proceso lo sufre una mujer, el da�o se multiplica. Cuando pasas ese umbral es dif�cil volver atr�s y recuperarte. Las personas sin hogar con las que he hablado carecen de fuerza para salir de su situaci�n, se abandonan. Se acostumbran a que les traten con brutalidad y tratan de protegerse con una coraza instintiva, as� que no le dicen la verdad ni al m�dico. Pierden la capacidad de expresarse. Me llam� la atenci�n que tras quedarse sin hogar, lo segundo que pierden es el lenguaje. Viven en un estado de reclusi�n verbal. Pueden pasar meses sin hablar con nadie y sin que nadie les dirija la palabra.
Los que se pasan el d�a deambulando por las calles y los parques hasta la hora del almuerzo se juntan entre ellos, pero no se mezclan con los ciudadanos. Se han habituado a que no queremos saber nada de ellos. Les ignoramos. Esa divisi�n entre "ellos" y "nosotros" me espanta, porque en esa dial�ctica est� una parte de su drama. Este libro intenta despertar en el lector esa palabra de la que tanto se abusa hoy en d�a, la empat�a, que en el fondo es algo tan sencillo como ponerte en el lugar del otro. A veces empatizamos con causas ajenas y lejanas, sin darnos cuenta de que en nuestro propio barrio hay personas que nos ruegan con los ojos un poco de empat�a. Muchas veces no piden dinero. Se conforman con que les des los buenos d�as. Yo lo he comprobado. Les basta con un saludo para mejorar su dignidad ese d�a.
Es dif�cil imaginar c�mo puede una persona acostumbrarse a convivir con la violencia y el rechazo.
Es su d�a a d�a. Hablamos de varios tipos de violencia. La violencia f�sica es la m�s grave, pero tambi�n sufren la llamada violencia institucional. Entre las tareas de los trabajadores del centro est�n acompa�ar a los usuarios a hacer una gesti�n al banco, a comprar al supermercado o al m�dico. Maribel, la directora del Centro, me dijo: "No nos damos cuenta de que ellos nos tienen mucho m�s miedo a nosotros que nosotros a ellos. Porque ellos solo han recibido violencia".
Un d�a me un� a la ruta habitual de �scar, un trabajador del Samur Social que lleva m�s de veinte a�os en un equipo de calle de Madrid. Cada d�a recorre el barrio de la Casa de Campo. Pregunta a los indigentes conocidos si necesitan algo, y a los nuevos les explica c�mo funcionan los centros. Conoce mil historias. Me cont� la de una mujer que se volvi� loca al ver a su marido en la cama con su hermana y lo perdi� todo. La de un hombre que termin� alcoholizado en la calle pendiente de una indemnizaci�n por despido de m�s de doscientos mil euros, al que nadie cre�a, y result� ser verdad. �scar reconoce los grados de deterioro que provoca dormir en la calle.
Muchas personas sin hogar rechazan los albergues porque est�n tan embrutecidos que no aceptan ninguna norma. Cuando duermes en la calle no descansas porque tienes que tener un ojo abierto por miedo a las agresiones. Es la ley de la selva. El que no cobra la ayuda le roba al que s� la cobra. Las palizas est�n a la orden del d�a. Todas las mujeres que han dormido a la intemperie han sido agredidas o violadas varias veces. La mujer que se queda en la calle es v�ctima total. Una de ellas me confes� que su mejor decisi�n hab�a sido entregarse al chulo m�s peligroso: "Prefiero que me pegue uno a que me peguen todos", me dijo.
Un voluntario del Centro te dijo: "Cuidado, porque todo lo que te cuentan puede ser verdad".
La primera reacci�n de una persona sin hogar es la desconfianza, pero si consigues entablar una conversaci�n escuchas historias incre�bles, dif�ciles de creer. Este voluntario me contaba que un usuario del Centro le estuvo contando durante a�os que fue un asesino del GAL. Quer�a que le presentara a un periodista y confesarlo. Result� ser cierto... Habl� con una mujer que me dijo que consigui� escapar de las FARC, pero su hija de un a�o qued� en Colombia. Otros intentan captar tu atenci�n con fantas�as, o te cuenten con toda naturalidad que el otro d�a intentaron suicidarse tir�ndose desde el segundo piso.
�Qu� personas de las que conociste te han impactado m�s?
Cada d�a recib�a un bombardeo de impresiones. Se me qued� grabado Ricardo, un hombre con vocaci�n literaria al que yo llamaba Vargas Llosa. En el Casi editan una revista con art�culos, poemas y dibujos de los usuario. Yo les di un taller de periodismo. Ricardo es alcoh�lico, a las nueve de la ma�ana ya est� bebiendo. Me contaba que le cuesta fijar la vista en las letras y ya no puede leer. En cambio s� puede escribir y es uno de los m�s prol�ficos del Centro. Pero la historia m�s luminosa es la de Luc�a, una joyera arruinada que se vio en la indigencia. Es una mujer inteligente, inquieta, aficionada a la novela hist�rica...
Un d�a fuimos de excursi�n al cementerio de San Isidro y me dijo: "Yo s� que no tendr� ni siquiera una tumba". Luego empez� a hablar del disparatado precio de los alquileres y de la gentrificaci�n de los barrios, lo cual es rocambolesco en alguien que no tiene casa. Luc�a estaba informada, le�a los peri�dicos. Le pregunt�: �C�mo una persona como t� puede estar aqu�? Me respondi� que estaba agradecida de que le dieran techo y comida, que m�s no ped�a a la vida... Estas personas no tienen autoestima. Est�n destrozadas por dentro. Son verdaderas v�ctimas, no v�ctimas que se ofenden porque el rey Baltasar lleva la cara pintada de negro o que culpan al sistema capitalista o al mercado de la vivienda de sus desgracias personales.
Me sorprendi� que todas estas personas asuman sus errores vitales y se culpen de ellos a s� mismas. Es justo lo contrario de lo que vemos en las redes sociales y en los medios, donde tendemos a exagerar la violencia. Hablamos de la paz en el mundo y de concienciaci�n con la sensibilidad ajena, pero vemos a un pobre pidiendo en la puerta del supermercardo y miramos para otro lado. Estas personas son v�ctimas indudables que eluden victimizarse. No creo que todos los pobres sean santos, desde luego. Tambi�n conoc� mala gente entre ellos. Es el ser humano en su estado m�s salvaje y primario.
�Por qu� dices que escribir este libro te ha cambiado la vida?
Porque me ha hecho mejorar como persona. No quer�a contar una epifan�a personal, pero creo que estar en contacto con los m�s vulnerables, con los que menos tienen, enriquece tu mirada con la realidad de la vida. Aprendes a relativizar y te acostumbras a mirar con otros ojos a los dem�s. Ayer com� con un importante directivo de una empresa del IBEX y volv�a a casa pregunt�ndome: �Qu� habr� pasado hoy en el Casi? Este trabajo me ha hecho recalcular dr�sticamente mi concepto de empat�a, de dignidad humana, de prejuicio... No s� si volver� a hacer un tema as�, pero lo llevo conmigo.

El drama de las personas sin hogar

-Seg�n el Instituto Nacional de Estad�stica, m�s de 28.500 personas sin hogar en nuestro pa�s fueron atendidas en centros asistenciales de la red p�blica en 2022, un 25 por ciento m�s que en 2012.
-De ellas, 7.277 viven en la calle, 11.498 en albergues y centros asistenciales, y 9.778 en pisos y pensiones de la red.
-Las personas sin hogar representan el caso m�s severo de exclusi�n social. Se enfrentan a la soledad, la violencia y el rechazo.
-"Debatimos sobre grandes causas abstractas, pero cuando la pobreza nos interpela cara a cara, solemos mirar para otro lado", dice Jorge Bustos.