Álex López

Un día en el mundo rural con los curas con más parroquias de Salamanca

José Antonio y Paco se conocen al dedillo la comarca de Vitigudino. Las ruedas de sus coches acumulan miles de kilómetros en los 15 años que llevan siendo responsables de 12 parroquias y el Convento de las Agustinas. Pasamos un día con ellos

Domingo, 30 de junio 2024, 10:04

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El silencio al llegar a cada uno de los pueblos. El aire que se respira al entrar en las iglesias. Las sonrisas de los paisanos que nos vienen a recibir. Las miradas del que ve a alguien extraño, pero agradece una visita. La necesidad de salir de la soledad. La escucha de un sacerdote. La fe.

Seas o no creyente, más o menos practicante, o incluso llegues a detestar las prácticas eclesiásticas, este reportaje te invita a ir más allá. Pretende abrir una puerta a la empatía, esa que José Antonio y Paco, los curas de Vitigudino y otros 12 pueblos más -y los que están por venir- derrochan en su día a día. Llevan 15 años en el mismo lugar -anteriormente, en el Villar de Peralonso (con 14 pueblos)-, conocen a padres, madres, abuelos, abuelas y hasta bisabuelos. Cada vez a menos hijos, pero su esperanza pervive. Esperanza y esencia del mundo rural, base sobre la que se sustenta la que llamamos España Vaciada.

Esto es, un día con dos de los curas con más pueblos a su cargo de la provincia de Salamanca. Son los «reyes del mambo».

Parroquia de Vitigudino

Primera parada

Parroquia de Vitigudino

Son las nueve y media de la mañana y José Antonio y Paco nos esperan en la Iglesia de Vitigudino, municipio que además cuenta con el convento de las Agustinas Recoletas y la Ermita del Socorro. Comienza el día, ellos antes han desayunado, orado y realizado los asuntos administrativos -ingresos, cuentas de luz o agua- correspondientes a las 12 parroquias que atesoran más el convento, donde dan misa todos los días de la semana.

«Quisiéramos que fuera el centro espiritual, porque Vitigudino es el centro comercial, de bares...». Es este pueblo el que actúa como epicentro de un trabajo que debe contar con una exhaustiva organización para «no dar más privilegios a unos que a otros». Hay pueblos en los que apenas se ve gente en invierno, en otros consiguen reunir hasta diez feligreses en torno a la Eucaristía, mientras que en otros tantos son ellos los que acuden a dar misa a las casas de particulares. A todo ello, se suma las catequesis de por la tarde en la Parroquia de Vitigudino, además de los funerales que puedan surgir y las visitas a enfermos. «No hay día igual, tampoco pueblo igual», cuenta entre risas José Antonio.

De fondo una iglesia que se queda «muy grande» para las personas que habitualmente asisten. Con una capacidad para 450 personas, los domingos apenas llegan a 100 en el mejor de los casos, con la excepción del 15 de agosto. «Hay pueblos en los que estaríamos solos dando misa. La pobreza es muy grande en el mundo rural. Es triste ver cómo se van desplobando», relatan.

«Parecemos los notarios del pueblo». Ellos ven como cae la población, la falta de sanitarios, el cierre de comercios o el cambio del hogar a la residencia. Recogemos las llaves para ir al siguiente pueblo, las hay de todos los colores, tamaños y formas. Hay muchísimas.

Sanchón de la Rivera

Segunda Parada

Sanchón de la Rivera

Es el momento de coger el coche, una «herramienta fundamental» para su rutina diaria, que ya acumula 18.000 kilómetros en apenas cinco años. El cometido es el de poner el horario de la misa del domingo para esta semana. Papel y rotulador en mano se pega el aviso en la puerta de la Iglesia y se quitan los antiguos. También utilizan el teléfono, «cuando llamas a uno, se entera el resto». La misa del domingo 30 en Sanchón será a las 11:30 h. Van rotando. No quieren que siempre madruguen los mismos.

En invierno se oficia misa en la Ermita del Humilladero, un lugar más acogedor, recogido y calentito. En verano se da a elegir a los habitantes, «estamos a su servicio», pueden optar por la celebración en la parroquia, aunque para ello deben cruzar la carretera y eso da cierto «miedo» a los sacerdotes. Muchas personas mayores viven solas y no pueden desplazarse o salir de casa, otras esperan que sus familiares les recojan.

La parroquia está un tanto sucia y la madera sufre por la humedad. Hay algunas telarañas. Hace tiempo que no se usa. Según entramos, un jardinero corta las salvajes hierbas que impedían el acceso al edificio. «No hay conciencia de Iglesia y no hay conciencia para cuidar la Iglesia. Se necesita el trabajo voluntario para un bien común. Los mayores no pueden. No van a venir a limpiar el templo personas que no pueden ni limpiar sus propias casas», reflexiona Paco.

Villar de Samaniego

Villar de Samaniego

Vamos a casa de Casimira, no estaba previsto parar en el municipio y es ella, con 87 años, la que custodia una de las llaves que dan acceso a la Iglesia. Con bata, expresiones propias del castellano más aldeano y un corazón que no le cabe en su pequeño cuerpo; la mujer cuenta a los curas la última fiesta que tuvo. Tiene un huerto bien cuidado y sobre la cuerda de tender la ropa cuelgan tres toallas de ducha. Este ambiente podría llevar a cualquiera a su hogar de la infancia.

En la Iglesia la luz es muy tenue. Apenas se ve. «No hay dinero para luz nueva o simplemente en ocasiones para tener luz». Si a estos problemas se suma las pocas personas que va a misa... ¿de dónde sacan las fuerzas? «Estuve en la sierra ocho años e iban dos personas a misa en Santibañez de la Peña. El primer día fue un poco duro, pero el segundo fue como si estuviera en la Catedral de Salamanca. Dios está aquí, como está allí, pensé. Un médico cura cuerpos, nosotros atendemos a su espíritu, a la fe; haya una, dos o cien personas en los pueblos. La vocación nos mueve«.

«Estuve en la sierra ocho años e iban dos personas a misa, fue como si estuviera en la Catedral de Salamanca»

José Antonio

Párroco de Vitigudino

Inspeccionamos el lugar y continuamos. Lás imágenes están reformadas y los bancos parecen bastante nuevos. Mientras hablamos de la soledad, de la compañía que buscan en cada uno de las conversaciones con los curas, siempre respetados por los más mayores. «Dicen que uno puede estar acompañado, pero morir solo y es verdad. Lo que hablan con nosotros es distinto. Vemos que buscan quitarse el peso de la enfermedad con nosotros», exponen.

Robledo Hermoso

Tercera parada

Robledo Hermoso

Es nuestra tercera parada, la última antes de regresar a Vitigudino para comer y asistir a la catequesis de los más pequeños. En Robleda hay ambiente; hoy no solo viene el panadero, también pasa revisión la médica y viene el del butano. Además, hay misa. Muchas cosas en una sola mañana y todas a la misma hora, por lo que si dos se juntan, los curas pueden parar la misa, salir y volver a retomar la ceremonia por donde la habían dejado. Se ríen al contarlo, pero le dan normalidad.

Por su hospitalidad, esta parada emerge como la preferida. Los vecinos acuden de dos en dos a misa y en seguida cuentan sus últimas peripecias. «Nos dicen que si no vamos a misa no se ven. La Iglesia es la que aglutina a todos, a todos juntos y eso también es importante», señalan los párrocos, «les acompañamos en su día a día; sus percances, sus alegrías, su vida».

Comienza la Eucaristía oficiada por José Antonio, mientras nos dirigimos a la casa de Jose. A sus 94 años muestra unas capacidades cognitivas destacables y se acuerda de prácticamente todo. Eso sí, no puede andar y es por eso que el cura acude a su hogar, donde después de una charla, le otorga la ostia sagrada y la bendición.

Muebles de madera, una mesa camilla con el brasero bajo las mantas, una puerta de entrada siempre abierta. Nos invitan a comer. Esto es especial. Seguimos nuestro camino.

«La riqueza de los pueblos es lo que acabamos de vivir, entrar a una casa como si fuera la tuya. La vida es más humanamente rica»

Paco

Párroco de Vitigudino

¿Qué han aprendido estos años en el mundo rural, sienten envidia de los designados en la capital? «Cuando el obispo te envía tu te acomodas. Creo que en la capital sería peor, no conoces a la gente. También cae el número de personas, en ello no hay diferencias. Creo que aquí la sensibilidad es diferente. La riqueza de los pueblos es lo que acabamos de vivir, entrar a una casa como si fuera la tuya. La vida es más humanamente rica».

El fin de semana

Seis misas

El fin de semana, descanso para algunos, más trabajo para José Antonio y Paco que se encargan de al menos seis misas. A las 10:30 h. y siempre depende de la semana cada uno va a una parte de la provincia para oficiar dos misas. Posteriormente, a las 11:30 h. se celebra la Eucaristía en el Monasterio de Agustinas Recoletas y una parroquia más -es decir, otras dos-. Y, finalmente, a las 12:30 h. se celebra la de la parroquia de Vitigudino y otra elegida.

Nos cuentan que tienen muchas manos, muchos ayudantes, como Don Víctor que actúa como tesorero o los celebrantes de la palabra, quienes pueden dar la comunión. Antes de la pandemia había cinco celebrantes, también mujeres, ahora se ha reducido. Ellos se muestran a favor: «No es la misa, pero al menos se reunen y rezan juntos. El domingo es el día que los cristianos no pueden perder del horizonte».

Las paradas se acaban, ¿les da miedo el futuro? ¿Qué ocurrirá con estos pueblos? «No. Dios dirá».

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