An illustration of a human eye in the center of a storm.
Credit...Edmon de Haro

Dilema en Wall Street: ¿ganancias a corto plazo o beneficios climáticos?

Los gestores de carteras tienen incentivos contradictorios mientras los riesgos económicos y financieros causados por el cambio climático se hacen más evidentes pero siguen siendo imprecisos.

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Hace poco, un equipo de economistas analizó 20 años de investigaciones arbitradas sobre el costo social del carbono, un estimado de los daños causados por el cambio climático. Llegaron a la conclusión de que el costo promedio, ajustado para métodos mejorados, es bastante más alto incluso que la cifra más actualizada del gobierno estadounidense.

Esto significa que, con el tiempo, las emisiones de gases de efecto invernadero cobrarán una factura mayor de la que prevén los reguladores. Conforme evolucionan las herramientas para medir los vínculos entre los patrones climáticos y la producción económica —y las interacciones entre el clima y la economía magnifican los costos de forma impredecible—, los estimados de los daños tan solo aumentan.

Es el tipo de datos que uno podría esperar hiciera sonar las alarmas en el sector financiero, el cual sigue de cerca los acontecimientos económicos que podrían afectar las carteras de acciones y préstamos. Sin embargo, fue difícil detectar siquiera una ligera reacción.

De hecho, a últimas fechas, las noticias de Wall Street sobre todo se han tratado de una retirada de los objetivos climáticos, en lugar de un compromiso renovado. Los bancos y los gestores de activos se están retirando de las alianzas internacionales en torno al clima y se quejan de sus normas. Los bancos regionales están aumentando sus préstamos a los productores de combustibles fósiles. Los fondos de inversión sostenibles han sufrido pérdidas devastadoras y muchos han colapsado.

Entonces, ¿qué explica esta aparente desconexión? En algunos casos, es el clásico dilema del prisionero: si las empresas cambian en conjunto a energías más limpias, un clima más fresco beneficiará más a todos en el futuro. Pero a corto plazo, cada empresa tiene un incentivo individual para sacar provecho de los combustibles fósiles, lo cual dificulta mucho más la transición.

Y, cuando se trata de evitarles daños climáticos a sus propias operaciones, el sector financiero está genuinamente teniendo problemas para comprender lo que significará un futuro con temperaturas más altas.

Para entender lo que está pasando, hay que ponerse en los zapatos de un banquero o un gestor de activos.

En 2021, el presidente Joe Biden reintegró a Estados Unidos al Acuerdo de París y sus reguladores financieros empezaron a emitir informes sobre el riesgo que representaba el cambio climático para el sistema financiero. Un pacto mundial de instituciones financieras asumió compromisos con un valor de 130 billones de dólares para intentar reducir las emisiones, confiados en que los gobiernos iban a crear una infraestructura reguladora y financiera para volver rentables esas inversiones. Y en 2022, se aprobó la Ley de Reducción de la Inflación.

Desde entonces, cientos de miles de millones de dólares se han invertido en proyectos de energías renovables en Estados Unidos. Sin embargo, eso no significa que sean una apuesta segura para quienes cobran por elaborar estrategias de inversión. Las altas tasas de interés y los tropiezos en la cadena de suministro han vapuleado las acciones de las energías limpias, lo cual ha dado como resultado la cancelación de proyectos de energía eólica marina. Si compraste algunos de los mayores fondos cotizados de energía solar a inicios de 2023, perdiste alrededor del 20 por ciento de tu dinero, mientras que el resto del mercado de valores se disparó.

“Es muy difícil pensar en la mejor manera de inclinar las carteras en la dirección de un beneficio”, comentó Derek Schug, jefe de gestión de carteras de Kestra Investment Management. “Es probable que sean grandes inversiones al cabo de 20 años, pero, cuando nos juzgan de uno a tres años, es un poco más desafiante para nosotros”.

Algunas firmas atienden a clientes institucionales, como los fondos de pensiones de empleados públicos, que quieren que el combate contra el cambio climático forme parte de su estrategia de inversión y están dispuestos a recibir un golpe a corto plazo. Sin embargo, no son la mayoría. Y, en los dos últimos años, muchos bancos y gestores de activos han evitado todo lo que tenga una etiqueta del clima por temor a perder clientes en estados que ven con malos ojos esas preocupaciones.

Además, la guerra en Ucrania dificultó los argumentos financieros a favor de respaldar una rápida transición energética. La inteligencia artificial y el movimiento hacia una mayor electrificación están aumentando la demanda de energía y las energías renovables no han seguido el ritmo. Por lo tanto, los bancos siguieron otorgando préstamos a los productores de petróleo y gas, que han recibido utilidades históricas. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, comentó en su carta anual a los accionistas que simplemente detener los proyectos de petróleo y gas sería “ingenuo”.

Todo eso está relacionado con el atractivo relativo de las inversiones que frenarían el cambio climático. ¿Y qué hay del riesgo que el cambio climático representa para las propias inversiones del sector financiero, a causa de huracanes más potentes, olas de calor que derriban redes eléctricas, incendios forestales que arrasan ciudades?

Hay evidencia de que los bancos y los inversionistas consideran algunos riesgos físicos, pero también de que muchos riesgos siguen al acecho, ignorados.

Durante el último año, la Reserva Federal les pidió a los seis bancos más grandes del país que examinaran qué pasaría con sus balances si un gran huracán azotara el noreste. En un resumen del mes pasado se informó que a las instituciones se les dificultaba evaluar el impacto en las tasas de morosidad de los préstamos debido a una falta de información sobre las características de las propiedades, sus contrapartes y en especial la cobertura de los seguros.

Parinitha Sastry, profesora adjunta de finanzas en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, estudió las aseguradoras inestables de estados como Florida y descubrió que la cobertura a menudo era mucho más débil de lo que parecía, lo que hacía más probable el impago de hipotecas tras los huracanes.

“Estoy muy, pero muy preocupada por esto, porque los mercados de seguros son un eslabón débil y poco transparente”, opinó Sastry. “Hay paralelismos con algunos de los vínculos complejos que ocurrieron en 2008, en los que había un mercado débil y no regulado que afectaba el sistema bancario”.

A los reguladores les preocupa que la falta de comprensión de esos efectos dominó pueda no solo meter en aprietos a un solo banco, sino incluso convertirse en un contagio que socave el sistema financiero. Han creado sistemas para monitorear problemas potenciales, los cuales algunos reformadores financieros han tachado de inadecuados.

No obstante, aunque el Banco Central Europeo ha examinado el riesgo climático en sus políticas y supervisión, la Reserva Federal se ha resistido a tener un papel más activo, a pesar de las señales de que el clima extremo está alimentando la inflación y de que las elevadas tasas de interés están ralentizando la transición a las energías limpias.

“El argumento ha sido: ‘A menos que podamos demostrar de manera convincente que es parte de nuestra competencia, el Congreso debe resolverlo, no es nuestro problema’”, comentó Johannes Stroebel, un profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York.

Aunque sigue siendo difícil evaluar los riesgos en la propia cartera, se cierne una incertidumbre a mucho más corto plazo: el resultado de las elecciones estadounidenses, el cual podría determinar si se toman nuevas medidas para abordar los problemas del clima o si se retrocede en los esfuerzos actuales. A una estrategia climática agresiva tal vez no le vaya tan bien durante un segundo gobierno de Trump, por lo que podría ser sensato esperar a ver qu�� sucede.

“Dada la forma en que nuestro sistema se ha movido hasta ahora, va tan lento que aún hay tiempo para cambiar de opinión”, opinó Nicholas Codola, gestor de carteras en Brinker Capital Investments.

John Morton fue asesor climático de la secretaria del Tesoro Janet Yellen antes de reincorporarse a Pollination Group, una firma consultora y de gestión de inversiones enfocada en el clima. Morton ha observado que las grandes empresas están dudando sobre inversiones sensibles al clima conforme se acerca noviembre, pero afirma que “hay dos cosas equivocadas y bastante peligrosas en esa hipótesis”.

Una: estados como California están creando normas más estrictas para la divulgación de información financiera relacionada con el carbono y podrían intensificarlas aún más si ganan los republicanos. Y dos: Europa está introduciendo poco a poco un “mecanismo de ajuste en frontera por carbono”, el cual castigará a las empresas contaminantes que quieran hacer negocios en esa región.

“Nuestra opinión es que hay que tener cuidado”, mencionó Morton. “Quedarás en desventaja en el mercado si te quedas con una gran bolsa de carbono en la mano dentro de 10 años”.

Lydia DePillis reporta sobre la economía estadounidense. Es periodista desde 2009, y le puedes escribir a lydia.depillis@nytimes.com. Más de Lydia DePillis


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