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Ramón Gómez Ferrer, el médico de los niños

Ramón Gómez Ferrer, el médico de los niños

Aniversario Se cumplen 100 años de la muerte de un pediatra que impulsó la salud infantil en la sociedad valenciana

F. P. PUCHE

Domingo, 9 de junio 2024, 00:43

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El 11 de junio de 1924, el prestigioso pediatra Ramón Gómez Ferrer falleció en Valencia a los 62 años. Se cumple un siglo de su muerte y tanto la familia como el Ayuntamiento se aprestan a rendirle homenaje en el monumento que tiene levantado en la Glorieta. Llega pues el momento de intentar recordar lo más significativo de su vida y su obra, volcada siempre en el ámbito de la salud y la educación infantil.

Vista un siglo después, hay una característica que destaca en el entorno de la figura del doctor Gómez Ferrer: es el respeto con que todos los medios informativos, y los partidos, trataron su quehacer y su dedicación a la salud infantil. Es un aspecto que explica, además, que los homenajes -el monumento, sobre todo- se le tributaran en vida. Y es que la labor de este catedrático, nacido en diciembre de 1862, se volcó en un ámbito, la salud infantil, que en el siglo XIX había sido testigo de estragos terribles. Si el «crup» se había llevado a miles de niños ante la desesperación de médicos y familiares, la carencia de vacunas hacía que viruela, rubeola, escarlatina y otras infecciones hicieran estragos entre la población infantil. Pero las palabras «raquitismo», o «escrofulosis», que hoy en día suenan lejanas, eran azotes de la infancia más humilde, asociadas, además, a tendencias de rechazo.

Si el 16% de los niños españoles morían antes de cumplir doce meses de vida cuando el siglo XX empezó, ese índice llegaba al 50% en algunos asilos de huérfanos o en las inclusas, donde miles de criaturas eran abandonadas cada año. Gómez Ferrer, que fue 36 años catedrático de Pediatría, fomentó una escuela médica de neta raíz social que combatió esas lacras mediante medidas de higiene, salud escolar, ejercicio al aire libre y una atención pediátrica y nutricional, también de vacunas, que empezaba en el primer minuto de vida. Y, al mismo tiempo, fue un activo y respetado motor social, capaz de estimular al poder, del color que fuera, en el logro de esos objetivos.

El 16% de los niños se moría antes de cumplir los 12 meses, lo que se subía hasta el 50% en el caso de los orfanatos

Por otra parte, la labor educativa de Gómez Ferrer quiso abarcar todos los ámbitos de la infancia y la juventud y llegar hasta una adolescencia en que podía haber delitos o conductas desviadas. El Tribunal Tutelar de Menores de Valencia nació en los años veinte gracias a su impulso, como institución de tutela y educación.

El homenaje de las madres y de su ciudad

El doctor Gómez Ferrer tuvo la suerte de que los homenajes le llegaran en vida. Ocurrió en 1920, cuando contaba 58 años de edad y era considerado un respetable sabio en su ciudad. La Asamblea Sanitaria Regional, celebrada en valencia en marzo de 1918, puso en marcha el proyecto de erigir un monumento en honor del ilustre pediatra. Las madres valencianas, mediante suscripción voluntaria, harían posible el proyecto. Si bien la costumbre indicaba que el Ayuntamiento no intervenía en la financiación de este tipo de homenajes públicos, en este caso pagó toda la obra de instalación y colaboró con 5.000 pesetas en los costes, por iniciativa del alcalde.

El escultor Francisco Paredes García fue el autor de la escultura, que se había de ubicar en la Glorieta; el 24 de abril de 1920, según podemos leer en LAS PROVINCIAS, el hermoso conjunto de mármol blanca salió de los talleres del artista, en la Volta del Rosinyol, y emprendió camino de su emplazamiento. Dos días después estaba ya la obra asentada, cerca de la gran araucaria del jardín. Según el proyecto, el doctor, sentado en un banco, meditaba, con un libro entre las manos. Y recibía el homenaje de un niño situado a sus pies. Sin embargo, a la hora de la inauguración, el niño no estaba; el monumento se limitó a la figura del médico, pensativo. Fue años más tarde, en 1945, cuando el artista Francisco Paredes, que murió ese mismo año, completó el conjunto con la figura de dos niños, fundidos en bronce, que simbolizan la gratitud infantil. Un rótulo, además, hace constar la admiración de las madres valencianas.

La inauguración tuvo lugar el domingo 16 de mayo de 1920; entre las banderas presentes en el jardín destacaba la amarilla de la Facultad de Medicina, que cubría la escultura. Numerosos catedráticos, presididos por el rector, asistieron al homenaje. Habló el doctor Bartrina y respondió el alcalde, que hizo un elogio emocionado del doctor.

Después, llegó el momento más emotivo: se interpretó el Himno de la Exposición y se inició el desfile de cientos de niñas y niños de las escuelas de la ciudad, que cubrieron de flores el monumento. Desde la Glorieta, después, las autoridades se trasladaron a la Universidad, en cuyo paraninfo tuvo lugar la entrega del título de Hijo Predilecto, respondiendo al acuerdo tomado por el Ayuntamiento, en el mes de marzo, a instancias del alcalde, el republicano Ricardo Samper.

El título, que hoy conserva la familia, se sintetizó en un precioso trabajo del pintor Luis Dubón. En la ceremonia habló el alcalde, un estudiante de Medicina leyó unas cuartillas de evocación y, finalmente, habló el propio doctor. Estaba «emocionadísimo», escribimos. «Leyó unas muy bien pensadas cuartillas agradeciendo sentidamente el homenaje, y diciendo que lo aceptaba en nombre de los niños, a cuya vida dedicó la suya, y que esperaban, necesitados de las obras magnas del Hospital-jardín y de la Escuela-jardín, que la humanidad les dedicara gran parte de las energías que derrocha en otros ordenes de la actividad».

Hubo mucha emoción, ese día, en la casona universitaria de la calle de la Nave. Don Ramón salió del paraninfo acunado por el público, mientras besaba las banderas de las facultades. En el landó del alcalde, Gómez Ferrer fue llevado entre aclamaciones hasta su casa, y aún tuvo que saludar desde el balcón a los que le aclamaban. El periódico, al final de la información, pidió que no todo quedara en entusiasmo, sino que se concluyeran los dos proyectos soñados por el doctor.

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