Reseña: Cuaderno de faros, de Jazmina Barrera
Gaston Bachelard, maestro en pensar la poética de los espacios, tiene una frase célebre: “El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra”. Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988), ensayista y editora, imagina en Cuaderno de faros una inminente ceguera por vivir en un departamento que casi no tiene entrada de luz solar. En la búsqueda de una colección, un impulso que la saque del monocromo mundo cotidiano, encuentra en los faros, en su fisonomía, su descascarada espectralidad y los constantes reenvíos literarios, un punto de partida, una ruta y también la angustia que conlleva la imposibilidad de leer todo lo que desea.
En su registro, que fundamentalmente realiza en América del Norte, los faros se vuelven magnéticos y a la vez distantes. Efigies que perduran, aunque, con el silencio que invocan, ya casi no existan los guardafaros. Bitácoras de los itinerarios, que a la vez hablan de algunos vínculos; ensayos que conectan lecturas, de Virginia Woolf a Edgar Allan Poe y Robert Louis Stevenson o Jonathan Franzen, y una imposibilidad de escribir que la mantiene alerta. “Coleccionar es una forma de escapismo. Al depositar la atención, el deseo y la voluntad en algo ajeno, en su belleza, su orden, su clasificación y acumulación, se evaden faltas y vacíos”, reflexiona la autora en un libro que funciona, con frescura, como un mapa personal.
Cuaderno de faros
Por Jazmina Barrera
Alto Pogo
128 páginas, $ 1400