El inolvidable debut en el Teatro Colón de Artur Pizarro, un delicado poeta entre los pianistas
El recital debut del músico portugués ante el público porteño fue una muestra cabal de su rigor técnico y virtuosismo, pero también de una dulzura y elegancia infrecuentes en el repertorio elegido
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4º Concierto Extraordinario. Solista: Artur Pizarro (Portugal), en el marco de la 48ª Feria del Libro con Lisboa como ciudad invitada. Obras de: José Fernandes, Carlos Guastavino, Fernando Lopes-Graça, Alberto Ginastera, Gabriel Fauré y Sergei Rachmaninoff. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente
Un poeta entre los pianistas. Nunca más útil la metáfora para referirse a un artista de musicalidad exquisita que llega además a la Argentina por primera vez para ofrecer su recital debut en el Teatro Colón, precisamente en el marco de un encuentro literario: la Feria Internacional del Libro. ¿Y por qué referirnos a Artur Pizarro como un poeta? Por el lirismo de su canto, por el gusto delicado e intimista con que cuida los detalles y la transparencia en su decir musical. Pero poeta también en el sentido preciosista del término, de aquel que resalta valores de lenguajes olvidados.
“Necesito la variedad, como el pintor los colores”, había expresado en una entrevista con LA NACION el músico portugués—ganador en 1990 del primer premio del concurso de Leeds, una de las competencias pianísticas más prestigiosas del mundo—, y de esa variedad hizo gala, no solo por el diseño del programa a través del cual mostró su ductilidad, desde piezas a modo de estampas caleidoscópicas —en la primera parte con compositores portugueses (Fernandes y Lopes-Graça) y argentinos (Guastavino y Ginastera, que abordó con una dulzura y elegancia infrecuentes) y en el comienzo de la segunda, con las deliciosas Ocho piezas breves de Gabriel Fauré—, hasta la partitura de mayor formato solista como la Sonata nº 2 de Rachmaninoff, que exige un pianismo de gran rigor técnico, virtuosismo, potencia y fluidez discursiva.
Otras cualidades que trascendieron: una personalidad interpretativa coherente y original, capaz de proponer versiones propias, una pureza de sonido admirable y un abordaje de las obras casi impresionista en cuanto al manejo de luces y sombras, esto es, en el realce de distintos planos como capas sonoras entre las líneas melódicas y armónicas que hacen a la música y cobran mayor o menor protagonismo según el intérprete las alumbre o las opaque. Hasta en la espesura y suntuosidad del sonido romántico que define a Rachmaninoff, el toque de Pizarro hizo alarde de las sutilezas más finas.
En sus lecturas, finalmente, nada sonó percusivo ni seco, aprendido ni mecánico. Por el contrario, sobrevoló a lo largo de la noche ese cierto tipo de inspiración que hace parecer que las obras más estudiadas, analizadas y ejercitadas del repertorio, luzcan como un impromptu, como una creación del inspirado momento. Y en ese sentido, una frase aparte merecen las bellezas cristalinas que logró en los matices de la ingravidez, en los pianissimos y en los velos con que envolvió los sonidos más sustanciales de la música: los que rozan el silencio.
Un debut que se hizo esperar el de Artur Pizarro en la Argentina, pero que bien valió la pena porque ha significado toda una revelación para el público porteño el arte poético de este gran artista.
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