Destellos solitarios en la noche colectiva
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![Dos vistas de una porción de la galaxia WLM, una tomada por el Telescopio Espacial de infrarrojos Spitzer (izquierda) y la otra obtenida por el Telescopio Espacial James Webb; avanzamos como civilización gracias a ideas que se les ocurren a individuos](https://cdn.statically.io/img/www.lanacion.com.ar/resizer/v2/dos-vistas-de-una-porcion-de-la-galaxia-wlm-una-MWUJNPY5FZHA5CBCJFIS6IN5VM.jpg?auth=05b6b28e72533021e4c2bc9f5b7e1df3e261455088b6101e78a1db4c1c0c24a6&width=420&height=280&quality=70&smart=false&focal=1028,433)
Cuando vi la noticia me pasaron tres cosas. Primero, me pareció simplemente genial. Segundo, me di cuenta de que jamás en la vida se me habría ocurrido algo así. Y tercero, reconocí un patrón tan interesante como revelador, que condujo a este manuscrito.
Vamos por la noticia. Hace poco se aprobó una misión de la NASA que lleva el nombre del astrónomo Arlo Udell Landolt (1935-2022), que en 1973, 1982 y 1992 había compilado los catálogos de luminosidad de estrellas que se usan hoy. Medir el brillo (o magnitud aparente) de las estrellas no es sencillo, y la enorme labor de Arlo le ha ganado que bauticen Landolt a una misión que será revolucionaria. Hospedada en la Universidad George Mason, de Virginia, Estados Unidos, el programa lanzará al espacio una estrella artificial para calibrar la fotometría de los telescopios. Orbitará la Tierra a 35.577,6 kilómetros de altura, lo bastante lejos como para que parezca una estrella ante los telescopios, pero con datos fotométricos bien conocidos. En el detalle fino el asunto es más complejo (son varios láseres, por ejemplo) y el primer año permanecerá sobre territorio estadounidense. Pero sí, a alguien se le ocurrió poner una estrella artificial en órbita. Brillante, si me permiten decirlo.
Como la astronomía es una de mis pasiones más tempranas, al leer la noticia tuve esa sensación que supongo que te será familiar y que combina la admiración con la frase “¿cómo no se me ocurrió a mí?”
Alinear un telescopio, incluso para observaciones simples, es trabajo arduo. Entre otras cosas, porque las estrellas están donde quieren, no donde uno las necesita. Calibrar la fotometría de un telescopio para observaciones profundas desafía al máximo el ingenio humano y, a la vez, se basa en algo tan intangible como el brillo estelar.
Así que una estrella artificial sería algo fantástico. Pero –admití– jamás se me habría ocurrido semejante idea. El porqué es lo de menos. Uno siente que es un poco corto cuando lee estas ocurrencias geniales y evidentes a la vez. Pero lo que importa no va por ahí. A fin de cuentas, las ideas en general se les ocurren a los individuos. O sea, en general, las ideas se les ocurren a los otros.
Me puse a pensar en la inmensa y compleja trama de conceptos, teorías e inventos que nos rodean. Desde la rueda para acá, digamos. Las escuelas pictóricas; la organización de la música que oímos de este lado del mundo, que le debemos mayormente a Bach y a Mozart; la evolución del teatro, que en parte nació en Grecia, pero no solo en Grecia, y en la inquieta biografía de la danza, que es inmemorial; la escritura, la palanca y, en el otro extremo, la mecánica cuántica; todavía más allá, el origen mismo de todo lo que existe. Pensé en la filosofía, en el psicoanálisis, en todas las novelas que he leído, en la medicina, en la matemática.
De a poco, se iba formando una concepción asombrosa de lo que somos. De lo que somos como especie, como civilización, como rara avis en un universo donde la vida parece ser la excepción, y la vida inteligente, todavía más inusual. No solo somos paradójicos porque experimentamos la vida individualmente, pero solo podemos existir en sociedad, sino que nuestras ideas nacen también de un chispazo repentino y casi siempre inesperado en la mente de una sola persona, pero ese chispazo requiere de muchos otros para llegar a alumbrar.
No solo somos paradójicos. Somos un rompecabezas paradójico construido pieza por pieza durante más de 300.000 años. Por eso, a veces, una idea genial no prospera, como le pasó a Demócrito, que fue el primero en sospechar que la realidad estaba hecha de átomos, 25 siglos atrás. Otras veces, una idea completa una escena, un sector, y entonces vemos más allá. Arquímedes, Einstein, Magallanes, Mandela.
Advertí, pues, que a nadie pueden ocurrírsele todas las ideas. Pero las ideas van a ocurrírsenos a todos, si aprendemos a escuchar.
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