¿El comunismo está vivo o es “un espectro que acecha” en la imaginación del presidente?

Las arremetidas de Javier Milei y un interesante libro del británico China Miéville reactivan el tema. Opinan Felipe Pigna, Horacio Tarcus, Maristella Svampa, Juan Mattio y Fernando Rosso

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“Mi discurso en Davos. Viva la libertad carajo”, escribió Javier Milei en Instagram junto a esta imagen, tras su ponencia ante el Foro Económico Mundial (FEM) en enero de este año
“Mi discurso en Davos. Viva la libertad carajo”, escribió Javier Milei en Instagram junto a esta imagen, tras su ponencia ante el Foro Económico Mundial (FEM) en enero de este año

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Así empieza una de las piezas de literatura política más importantes de la historia entera: el Manifiesto Comunista. Lo escribieron Karl Marx y Friedrich Engels al calor de una intensa oleada revolucionaria que jaqueó al absolutismo en Francia, Alemania, Austria, Hungría e Italia, a lo que entonces se llamaba Antiguo Régimen, y se publicó por primera vez en Londres, Inglaterra, el 21 de febrero de 1848, en un folleto de 23 páginas que explicaba con un novedoso poder de síntesis cómo “el proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía”. Por entonces, ya se hablaba de “la acusación estigmatizante de comunismo”, a la que estos autores proponían romper de raíz. “Ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones”, dicen. “Que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido”. Desde entonces, mucha agua corrió bajo el puente: revoluciones, emancipaciones, autoritarismos. ¿Qué es hoy el comunismo: existe?

Para Javier Milei sí. “Antes pensaba que era un problema de carácter mental, pero luego me di cuenta de que era algo mucho peor: una enfermedad del alma”, dijo hace poco desde Italia. Incluso lo personifica en el presidente de Colombia Gustavo Petro (a quien llamó “comunista asesino”), en el presidente de Brasil Lula da Silva (“comunista y corrupto”); incluso en el ex jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta (“es algo peor que comunista: colectivista”). La hipérbole evita el amplísimo abanico que encierra todas las experiencias a lo largo del planeta y de la historia sobre eso que definimos como comunismo, sin embargo funciona como estrategia retórica y, por consiguiente, electoral. ¿Sigue vivo algo de todo eso o más bien es un fantasma en la imaginación de Milei? El sello argentino Godot acaba de editar en español Un espectro acecha, de China Miéville, un libro que se pregunta por la actualidad del Manifiesto Comunista y puede ayudarnos en esta tarea. Además, en diálogo con Infobae Cultura, opinan Felipe Pigna, Horacio Tarcus, Maristella Svampa, Juan Mattio y Fernando Rosso.

¿Hay países comunistas en la actualidad?

“No hay ningún lugar donde exista el comunismo en el mundo”, comienza diciendo del otro lado del teléfono Felipe Pigna. El historiador argentino y una de las voces más relevantes de la divulgación historiográfica explica que “Cuba está en un proceso de apertura al capitalismo evidente, quizá algún resabio de algunas prácticas podría ser Corea del Norte, pero no en el resto del mundo”. “Además, los partidos comunistas existentes no tienen el discurso que tenían en otro momento, en los 70 o en los 80. Hoy son partidos socialdemócratas prácticamente integrados a los sistemas parlamentarios. Fijate la supervivencia del Partido Comunista en Francia: Mélenchon está en este momento negociando con Macron para enfrentar a la ultraderecha. El Partido Comunista Italiano, que fue muy importante, está en extinción. Hablar del ‘fantasma del comunismo’ atrasa por lo menos 40 años. Es algo que tiene que ver con el macartismo. No tiene ningún sentido hablar de comunismo y mucho menos de la amenaza comunista. El Presidente de la Nación agita un fantasma que no existe, porque del otro lado no hay nada: no hay ningún debate”.

“Un espectro acecha” (Ediciones Godot) de China Miéville
“Un espectro acecha” (Ediciones Godot) de China Miéville

Horacio Tarcus está de acuerdo. Es historiador, investigador, autor de decenas de libros y director del CeDInCI. “El comunismo ha vuelto a ser un fantasma desde 1990, e incluso antes, porque con la consolidación de los llamados ‘socialismos reales’, no había un horizonte comunista en ningún proceso revolucionario ya desde la década de 1980. Yo creo que la última revolución latinoamericana, la Sandinista de 1979, no tuvo el comunismo, en sentido estricto, como horizonte. De hecho, los sandinistas entregaron el poder cuando perdieron las elecciones en 1990, dejando en funcionamiento una economía mixta, pero que se movía dentro del orden capitalista. Las políticas de nacionalizaciones de Chávez nunca fueron más allá de un capitalismo rentístico, como el propio Comandante reconocía. Cuando Rusia se precipitó en 1990 hacia un capitalismo mafioso, China ya había iniciado su transición exitosa al capitalismo; Cuba, aislada, inició desde entonces una serie de reformas promercado. No es muy claro adónde va, pero claramente no avanza en un sentido comunista”, dice.

“Quizás el único estado superviviente —continúa Tarcus— que, según los parámetros ideológicos de la guerra fría, podría llamarse comunistat tout court, es Corea del Norte. Pero esa economía estatizada y militarizada sólo rige, con sus hambrunas y su represión, en parte de una península que apenas supera los 100 mil kilómetros cuadrados. Está claro que es una fortaleza sitiada que trata de sobrevivir y que no ejerce ningún tipo de liderazgo, ni siquiera regional. Los partidos comunistas han desaparecido (Italia, México, etc.) o se han reconfigurado, participando de frentes más amplios (en Chile el PCCh ingresó en la Concertación, en Uruguay en el Frente Amplio, en Argentina en el kirchnerismo). No existe desde hace 80 años nada parecido a una Internacional Comunista. El comunismo no es una realidad existente, ni un proyecto en curso, ni una aspiración de las masas. Al contrario, el hundimiento impiadoso de los ‘socialismos reales’ hizo que para la gran mayoría comunismo fuera sinónimo de censura, penuria económica, racionamiento económico, mercado negro, aislamiento internacional, etc.”

Contra la amargura actual

En simultáneo con su carrera de novelista de ciencia ficción —es un referente de la weird fiction—, el británico Miéville escribe ensayos políticos. El último, Un espectro acecha, que fue publicado en 2022 y editado este año en español por Ediciones Godot bajo la traducción de Marcela Alonso, piensa la vigencia del comunismo. La enorme cantidad de referencias, de citas, de ideas y de capas habla de que estamos frente a un tema verdaderamente complejo pese a las simplificaciones de esta actualidad. “Ahora ese fantasma ha regresado. Quizás no sorprenda a nadie: cuando algo se reprime es como un espectro que tarde o temprano regresa”, sostiene en la introducción, y más adelante sugiere que “una lectura moderna” del Manifiesto Comunista “exige una postura que no sea tan paradójica, que esté en armonía con las contradicciones predominantes (...) y que debe ser hábil para negociar, incluso usar, esas mismas contradicciones’. Además, “debemos entender los sistemas de opresión existentes, por ejemplo, la diferenciación por origen étnico y la opresión de las mujeres, como subsumidos en la lógica del capitalismo”. También habla del odio, tan presente en las derechas extremas actuales: “El odio debe ser odio de clase con ideas comunistas para obviar la amargura actual”.

Fernando Rosso, Horacio Tarcus, Felipe Pigna, Maristella Svampa y Juan Mattio
Fernando Rosso, Horacio Tarcus, Felipe Pigna, Maristella Svampa y Juan Mattio

La hidra que amenaza con crecer

El analista político Fernando Rosso empieza citando una de las definiciones que Marx hace de comunismo: “El movimiento mismo de la clase trabajadora por superar las condiciones de existencia que le impone el capitalismo”. “Está muy vinculada a que la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores, en el sentido de que en su cotidianidad, en su lucha permanente del día a día, tiende a ponerle límites a la explotación capitalista. Desde un reclamo mínimo en una empresa de un trabajador o de un grupo aislado hasta la organización sindical a nivel país. Ahí hay una tendencia permanente de la clase trabajadora a ponerle límites a la explotación capitalista: el sindicalismo, los derechos laborales, el derecho a la organización, etcétera. Cuando Milei y sus referentes ideológicos de la Escuela Austríaca, como Von Mises o Hayek, le llaman comunismo a todo, en realidad encierran una verdad: si esas tendencias se llevan hasta el final tienden a superar la sociedad capitalista. Por eso les parece que en el sindicalismo o cualquier organización colectiva de los trabajadores ocupados o desocupados, hay en germen, una posibilidad de superar la sociedad capitalista. A todo límite que se le quiere imponer al capital desde las propias masas, ven un peligro, ven una hidra que puede crecer”.

“Esto está en los referentes ideológicos de Milei, cuyo objetivo máximo era sacar a las masas de la escena pública. La expresión máxima de las masas en la presencia de la escena pública es tomando los asuntos públicos en sus manos, en una sociedad donde estén socializados los medios de producción y se hayan fusionado la política y la economía, pero hay otras expresiones menores, a medio camino, como el Estado de Bienestar, que también quieren liquidar para que no se desarrollen hasta el final”, sostiene el autor del libro La hegemonía imposible y fundador de La Izquierda Diario. “Escuchaba una entrevista de Eduardo Levy Yeyati, que es más bien un pensador liberal pero que trabaja las cuestiones laborales y tecnológicas en el trabajo, diciendo que estaban dadas las condiciones para una sociedad del ocio. Es decir, donde trabajar no sea una obligación, porque las condiciones de producción se han desarrollado tanto que gran parte de la humanidad podría vivir sin la necesidad de trabajar. Esa otra contradicción que planteó Marx entre la tendencia cada vez mayor a la socialización de los medios de producción y la apropiación privada, que está más tensa y más presente que nunca. En ese sentido, creo que el comunismo tiene una actualidad en esas condiciones”.

El anticomunismo como rechazo a lo colectivo

“Lo que está vivo no es el comunismo, sino la extrema derecha con fuertes tintes fascistas e incluso neonazis, que hoy es alternativa de poder en muchos lugares del mundo”, dice Maristella Svampa, filósofa, doctora en sociología, investigadora y autora de libros como La sociedad excluyente y El colapso ecológico ya llegó. “En Europa, por ejemplo, las extremas derechas presentan matices acerca del rol del Estado y la economía, pero todas ellas comparten dos componentes ideológicos: uno, la vocación autoritaria; dos, la construcción del enemigo interno, sintetizada en los inmigrantes extracomunitarios. Con ello seducen a los llamados ‘perdedores de la globalización’ y a muchos jóvenes, que luego de años de abundancia, muestran su insatisfacción con las fallas del Estado social, acentuada luego de la pandemia por la crisis económica. Sabemos que Milei es una expresión de la extrema derecha radical, más cercano a Trump, Bolsonaro y Vox. En esa línea, es abiertamente autoritario, pero a diferencia de las extremas derechas europeas y de Estados Unidos, que construyen al inmigrante como al gran enemigo; para él el enemigo interno es el comunismo. No hay que olvidar que Milei adhiere al paleoliberarianismo, que ataca la idea de lo ‘colectivo’ como base de la sociedad”, agrega.

“Así, detrás de esta exhortación claramente anacrónica (a veces dice comunismo, otras socialismo, o simplemente ‘zurdos’), lo central es el rechazo a una sociedad basada en lo colectivo, la solidaridad, el bien común, simplemente todo aquello que se coloque por encima de los intereses individuales, y cuya encarnación paradigmática es un Estado social cuya función es la de regular el capital y el mercado, entre otras cosas”, dice Svampa y continúa: “En la concepción de Rothbard, el autor paleolibertario que siempre cita Milei, individuo y propiedad privada son uno; el individuo se concibe como una entidad suprema. Desde esta perspectiva, el Estado solo está para oprimir al individuo y bloquear el funcionamiento del libre mercado. Es un neoliberalismo extremo basado en la propiedad individual que pretende eliminar todo lo que es colectivo y, por ende, dentro de esta concepción no existe la idea de bien común colectivo, como base de la sociedad. Por ello, dentro de esta concepción todo se puede comprar y vender, todo bien se puede privatizar: ríos, océanos, ballenas, entre tantas declaraciones desquiciadas”.

“Antes pensaba que era un problema de carácter mental, pero luego me di cuenta de que era algo mucho peor: una enfermedad del alma”, dijo Javier Milei hace poco desde Italia (Foto: EFE/EPA/ALLISON DINNER)
“Antes pensaba que era un problema de carácter mental, pero luego me di cuenta de que era algo mucho peor: una enfermedad del alma”, dijo Javier Milei hace poco desde Italia (Foto: EFE/EPA/ALLISON DINNER)

Marxismo gótico

“La realidad vivida en el capitalismo es, en último término, fantasmagórica”, escribe Juan Mattio en La sombra de un jinete desesperado, un libro de ensayos donde ubica a la ciencia ficción como “uno de los pocos ámbitos de los que disponemos para reflexionar sobre el futuro”. Ahora, en diálogo con Infobae Cultura, dice que “el comunismo es un monstruo revivido por el imaginario de la derecha y de los liberales” y que “Milei construye un hombre de paja que no existe en los términos que él lo piensa: donde él señala comunismo, por lo general hay, y en el mejor de los casos, Estado de Bienestar o keynesianismo”. Y agrega: “Es posible pensar las ideas socialistas como un fantasma que tiene que ver con una reserva de futuros cancelados que nos acechan. Hasta finales del siglo XX la imaginación postcapitalista que no fuera la guerra de todos contra todos era un evento cotidiano. Hay toda una generación de militantes e intelectuales que pensaban en el socialismo, no como una idea cándida e infantil, sino como una posibilidad inminente y necesaria. Si funciona la idea de Mark Fisher de pensar los futuros espectrales que quedaron clausurados, no por una imposibilidad material sino por una parálisis de la imaginación política, es posible retomar esos fantasmas de futuro”.

En su libro hay un ensayo titulado “Marxismo gótico”, “una tradición que tal vez empieza en Benjamin y en los surrealistas —explica ahora—, un tipo de pensamiento que, sin apartarse del análisis material de la sociedad, se enfoca en el deseo, en lo imaginario, en lo espectral. Una de las formas que adquiere el marxismo gótico es pensar las insistencias del pasado como espectralidades. Por ejemplo, la dictadura cívico-militar como un gran fantasma que acecha a nuestro presente. Y al mismo tiempo, pensar el futuro como un evento fantasmático que actúa en la realidad. Cuando Marx escribe en el Manifiesto Comunista ‘un fantasma recorre Europa’ y ‘todos los poderes de la reacción se unen para conjurarlo’ está pensando que el socialismo no era una realidad en ese momento pero que la potencia del futuro ordenaba el presente. Lo que podríamos pensar hoy desde el marxismo gótico es qué tipo de futuros están ordenando nuestra actualidad. Por ejemplo, el cambio climático en curso. El ascenso de las ultraderechas e también son un tipo de espectralidad que ordena. Yo creo que a veces nos ordena de una forma conservadora, moderando nuestras expectativas. El marxismo gótico nos permite no caer en determinismos demasiado realistas, demasiado inmediatos”.

“Manifiesto Comunista” (Ediciones IPS) de Karl Marx y Friedrich Engels
“Manifiesto Comunista” (Ediciones IPS) de Karl Marx y Friedrich Engels

Más que una promesa, una hipoteca

Horacio Tarcus sostiene que “Milei utiliza ‘comunismo’ en un sentido tan amplio y metafórico que es necesaria una precisión”: “Para el fundamentalismo de mercado, toda alteración humana, toda regulación (esto es, política, llevada adelante desde el Estado) del libre curso del mercado es no sólo injusta sino incluso inmoral. La propiedad privada tiene un carácter sagrado y toda alteración humana de ese libre curso implica afectar una propiedad privada (legítima porque era ‘natural’) en beneficio de otra ilegítima (’política’). El comunismo sería para esta perspectiva la aberración máxima: la anulación del orden natural de mercado, pero cualquier política de regulación, incluso liberal-keynesiana, de ese orden ‘natural’ nos pondría en el camino del comunismo. Liberales keynesianos, socialdemócratas, desarrollistas, etc., serían vistos desde este fundamentalismo, como ‘comunistas in nuce’, como tributarios de un pensamiento que al habilitar la regulación humana de un orden natural y sagrado, entregado a su propia lógica conduciría al comunismo. La democracia misma, al someter a votación popular cuestiones económicas, derivaría hacia el ‘comunismo’. Desde luego que esto tiene un costado hilarante”.

“Sin embargo, este aplastamiento de la historia —continúa Tarcus—, de la teoría política, de la economía política (que viene de su maestro Benegas Lynch) tiene un costado retóricamente eficaz: si los argentinos no volvemos a adorar al becerro de oro del mercado, nuestro destino será Nicaragua, Venezuela y Corea del Norte. Massa se dirá capitalista, pero de hecho, lo quiera o no, ‘nos lleva al comunismo’. Ese discurso delirante tiene, en suma, una eficacia retórico-política nada desdeñable. De hecho, cuando Marx utiliza la expresión ‘fantasma del comunismo’, no hace otra cosa que glosar los informes policiales prusianos. En 1848 el término comunismo aludía a una doctrina cristiana de ‘vuelta’ hacia un estado originario de ‘comunidad de bienes’. Marx logra resignificar el término, poniendo el comunismo no antes sino después del capitalismo. En 1848, en 1900, en 1917, el comunismo era pura promesa, ilusión de un mundo que iba a heredar lo mejor del orden burgués y lo iba a sintetizar con lo mejor de un orden comunitario, solidario y fraterno. Hoy el comunismo no es una promesa, es una hipoteca. Nos guste o nos guste a los izquierdistas, el imaginario actual del comunismo está poblado de penuria, no de desarrollo; de opresión, no de libertad; de pasado, no de futuro”.

Una utilidad filosófica

Para Felipe Pigna, la estrategia de Milei de polarizar contra “los comunistas” no está funcionando. “Primero, la gente está preocupada porque no puede comer; además, no come vidrio, sabe que el comunismo no existe, que no es ninguna amenaza. Segundo, en los ámbitos intelectuales no cobra la más mínima seriedad”. Sin embargo, reconoce “una utilidad filosófica”: “Los textos de Marx, que tienen más de 150 años, tienen un carácter de escritos filosóficos, como lo pueden tener los de Hegel o Kant. Conceptos que uno podría calificar de izquierda o ligados al reparto equitativo de las ganancias o un modelo de Estado más potente, pero eso no es comunismo. La definición que da Marx es la ausencia absoluta del Estado, algo parecido a lo que plantea Milei. El comunismo es la etapa superior del socialismo. Así lo dice Marx, también Lenin, en donde ya el Estado no existe porque se ha alcanzado la igualdad y se acabó la lucha de clases. Eso no se practicó en ninguna parte del mundo. Es un pensamiento utópico. Y se confunde con lo que se planteó en la Unión Soviética, que era más bien una dictadura o un estatismo. Como se usaba el nombre del Partido Comunista la gente asoció el comunismo a eso. Pero si queremos ir al purismo, el comunismo es exactamente la ausencia del Estado”.

Banderas comunistas en San Juan, Puerto Rico, en una marcha en conmemoración del Día del Trabajador (Foto: EFE / Thais Llorca)
Banderas comunistas en San Juan, Puerto Rico, en una marcha en conmemoración del Día del Trabajador (Foto: EFE / Thais Llorca)

Capitalismo crack-up, ¿o qué?

Cuando Maristella Svampa piensa en el futuro, cita un concepto del historiador canadiense Quinn Slobodian. “El gobierno de Milei quiere convertirnos en una zona de capitalismo crack-up”, asegura. “Son zonas liberadas para el capitalismo de mercado, sin límites, sin derechos sociales, sin regulación estatal, sin impuestos. Canary Wharf en Londres, Liechtenstein, comunidades cerradas en Estados Unidos y enclaves privados en Sudamérica y Centroamérica son ejemplos de esta peligrosa tendencia. No es casualidad que el subtítulo del libro Capitalismo crack-up sea ‘Los radicales del mercado y el sueño de un mundo sin democracia’. La aspiración del anarcocapitalismo o los paleolibertarios es convertirnos en una zona de mercado, de pancapitalismo, un modelo similar a las aspiraciones libertarias de los súper ricos, como Elon Musk o, en su versión local, el CEO de Mercado Libre, Marcos Galperín. Lo mas nefasto de este experimento reaccionario es que el capitalismo libertario siempre ha sido promovido en ciudades o regiones específicas, nunca para todo un país. Si se consolida este experimento pancapitalista, ultramercado e hiperindividualista significaría el suicidio de nuestra democracia e incluso nuestra desaparición como país soberano”.

Frente a esa distopía que ya se alza como realidad totalizante, ¿qué lugar ocupa la tradición que levanta las banderas rojas? Juan Mattio habla de “melancolía de izquierda”, un concepto de Wendy Brown, para pensar al pasado como un lugar atrapante. “Si cuando pensamos el futuro la imagen que se nos viene es 1917 en Rusia o 1959 en Cuba tenemos un problema. Tenemos que imaginar que los hombres y mujeres que estaban en Rusia en 1917 o los hombres y mujeres que estaban en Cuba en 1959 no estaban mirando el pasado, sino que estaban mirando el futuro. Lograron una transformación radical mirando el futuro. Que hoy la izquierda mire o encuentre imágenes del pasado en el futuro la construye como una izquierda melancólica, que no logra proponer futuros disponibles y novedosos”. Y agrega que en esa melancolía también está “el duelo mal resuelto de la derrota”: “En Latinoamérica hay un componente particular que tiene que ver con las dictaduras, con el terror que produjo en la sociedad la dictadura, la represión ilegal y la brutalidad sobre los cuerpos de los militantes, que hace que ese duelo sea todavía más difícil de tramitar y la imposibilidad de componer futuros postcapitalistas que no sean atroces está asociada a este apego al pasado”.

“El comunismo, como presencia ideológica en la cabeza de la gente, obviamente que no está”, dice Fernando Rosso. “Esa es la contradicción de la época: después de 1989, con la experiencia de los mal llamados socialismos reales que desprestigiaron la noble idea del comunismo, hay un triunfo ideológico donde las ideas del individualismo, la meritocracia, el ‘sálvese quien pueda’ están mucho más presentes que la idea de una perspectiva comunista solidaria, que no necesariamente se opone a lo individual. Porque en última instancia el comunismo es el libre desarrollo de todos para el libre desarrollo de cada uno. Y ahí hay otra operación ideológica que se hace desde los liberales hasta los libertarios: plantear que en el comunismo se niega la individualidad y en realidad son las condiciones para mejor desarrollar la individualidad. La individualidad presente es capitalista. Y esa es la lucha ideológica que está planteada: hay movimientos que la enfrentan, que contienen ese germen de una nueva idea de comunismo, para limpiar las banderas y la tradición del comunismo. Es un el desafío de la época”, concluye.

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