La mujer que creó Irak

Gertrude Bell

La mujer que creó Irak

Arqueóloga y arabista, Gertrude Bell fue también una eficaz espía británica y una gran geopolítica. Ella dibujó el mapa de Irak tras la Primera Guerra Mundial que ha marcado dramáticamente la historia de Oriente Medio desde entonces.

Lunes, 08 de Julio 2024, 12:20h

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En la madrugada del 12 de julio de 1926, apenas dos días antes de su 58º cumpleaños, la Reina del Desierto yace en la cama de su residencia de Bagdad, junto a un frasco vacío de somníferos, según atestigua el certificado de defunción, de lo que nunca se ha confirmado oficialmente como un suicidio. Lo que ocurrió en aquella calurosa noche estival iraquí ha trascendido hasta hoy como un misterio más de esta aristócrata británica a quien su pasión por la arqueología y su dominio de la cultura árabe llevó a convertirse en la mujer más influyente del Imperio británico, hasta el punto de que fue la encargada de dibujar las controvertidas fronteras del Irak moderno.

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Una mujer con recursos. Bell pertenecía a una de las familias más ricas de Inglaterra, pero escapó a las imposiciones de la sociedad victoriana. Aquí, con T. H. Lawrence y Winston Churchill en El Cairo en 1921, cuando se decidió el futuro de Irak, con un monarca hachemita al frente, tutelado por los británicos.

Gertrude Bell estaba destinada a convertirse en una respetable dama británica acorde a los estándares victorianos de la época. Nació en el seno de una familia con una de las seis mayores fortunas de Inglaterra gracias al negocio iniciado por su abuelo en el sector del metal. Sin embargo, ella nunca encajó en este ambiente de la alta sociedad donde toda 'señorita de bien' había de casarse cuanto antes con un buen marido. Ella, que había logrado ser la primera mujer en culminar con honores los estudios de Historia Moderna en la Universidad de Oxford, encontró en sus viajes alrededor del mundo una vía de escape a una sociedad que la constreñía más que los corsés de la época.

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Bell, con T. H. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia.

Con 24 años, Gertrude tiene su primer contacto con Oriente Próximo cuando convence a su padre —por quien siente un profundo respeto— para visitar a unos familiares destinados en la Embajada británica en Teherán. Este viaje a Persia cambiará su vida, despertando su hambre aventurera y transformando su interés por la arqueología en una auténtica pasión.

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En un reino de hombres. Siempre viajaba acompañada de algunos hombres de confianza, un rifle y su inseparable cámara Kodak. Era una mujer extraordinaria, pero 'hija de su época'. Por ejemplo, no estaba a favor de que las mujeres votasen, por carecer la mayoría –argumentaba– de la educación necesaria para decidir sobre cuestiones políticas.

A su vuelta a Inglaterra recopila todas las notas y fotografías para el que será su primer libro Persian pictures (1894), en cuya publicación ejerce gran influencia la segunda mujer de su padre, Florence Olliffe, una brillante escritora que llega a la vida de Gertrude cuando, a los tres años, perdió a su madre.

En los años posteriores, entre 1900 y 1918, Gertrude aprovecha el poder adquisitivo de su familia para cumplir sus sueños de trotamundos. Completa dos vueltas al mundo y visita a influyentes amigos de la familia en todas las embajadas. Prepara las expediciones con sumo detalle. contactos, mapas, libros. Redacta detallados diarios y toma más de 7000 fotos, que se conservan ahora en el Archivo Gertrude Bell de la Universidad de Newscatle. En sus viajes no escatima en lujos; pese a cruzar los parajes más inhóspitos siempre viajará con una corte de varios camellos portando sus baúles-armario repletos de vestidos, vajilla de porcelana y una bañera portátil.

La dama de Estado

La intrépida Bell se siente tan cómoda con los arqueólogos británicos como compartiendo té y fumando cigarrillos egipcios con los jefes de las tribus locales y alternando con las mujeres de los harenes de los jeques. Su presencia femenina despierta la curiosidad de los líderes locales. «¡En este país soy alguien!», relata la propia Bell.

Tras la Primera Guerra Mundial, el Gobierno británico solicita su colaboración en la Oficina Árabe de El Cairo, desde donde la Corona planea acabar con el Imperio otomano, contando con la ayuda de los árabes, para así mantener un control sobre los territorios que riegan los ríos Éufrates y Tigris, ricos en petróleo y una estratégica al golfo Pérsico.

Pese a viajar por parajes inhóspitos llevaba decenas de vestidos, vajilla de porcelana y una bañera

La versátil aventurera se convierte en la primera mujer en trabajar para los servicios de inteligencia militar británicos, lo que ha contribuido a alimentar la leyenda de la 'Bell espía'. Si bien ninguna documentación oficial confirma su labor de espionaje, está claro que su dominio de las lenguas tribales le abrió las puertas en sus sucesivas misiones de Estado y le ganó el apodo entre los locales de Al Khatun, traducido como 'la dama del Estado'.

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La tristeza de la Khatun. Al final de su vida, Gertrude Bell se sentía sola. De joven tuvo que renunciar a un pretendiente, un empleado de una Embajada árabe a quien su padre no aprobaba por no tener fortuna. Ya madura e independiente, se enamoró de un hombre casado, que murió en la guerra.

Más allá de sus concienzudos informes para el Gobierno, cuando uno accede a leer la versión no oficial de sus investigaciones -la que comparte con su familia por carta-, descubre el verdadero conflicto que vivía la propia Bell: una mujer al servicio de su país, del Imperio británico, pero que por otro lado es crítica y consciente de las problemáticas decisiones que están tomando los dirigentes de su país y de los errores que está cometiendo la Corona. «Habíamos prometido un Gobierno árabe con asesores británicos, y hemos establecido un Gobierno británico con asesores árabes», lamenta en su correspondencia.

La pasión reprimida

Bell acatará las decisiones de la Corona británica, pero en 1921 defenderá una reducción de su presencia en Irak y que sea creada una nueva monarquía iraquí, con el príncipe Faisal al frente. Solo una vez estabilizado el trono del rey Faisal en Irak, de quien durante unos años es consejera, la dama británica se retira de la escena política. Siente entonces un vacío en su vida que tratará de colmar volcada en un último sueño: la creación de un museo para conservar el patrimonio arqueológico de la región, al que añadiría la creación de la Biblioteca Nacional. Esos mismos 'templos de la cultura' que fueron bochornosamente saqueados en 2003 durante y tras la ocupación del país por un eje de fuerzas internacionales con Estados Unidos al frente. Pero no parece que su dedicación a la arqueología fuera suficiente para satisfacerla al final de su vida.

¿Cómo se hizo el reparto de Irak?

Gertrude Bell, en Irak. Mientras trazaba las fronteras del país, decía sentirse «como el Creador a mediados de semana».

Durante la Primera Guerra Mundial, Gertrude Bell trabajó para la Inteligencia británica. Medió con los líderes árabes para que estos se levantasen contra los turcos (enemigos de los ingleses) y así acabar con el Imperio otomano. A cambio, los británicos les prometieron un estado árabe independiente, pero de la promesa no quedó nada. Un acuerdo secreto anglofrancés hizo que los restos del Imperio otomano... Leer más

Gertrude Bell murió sola, tras ingerir muchos somníferos, sin llegar nunca a superar el cruel desenlace del que fue su más apasionado idilio: la muerte del mayor Charles Doughty-Wylie, un veterano de guerra casado, con el corazón dividido, que acabó perdiendo la vida en el desembarco de Galípoli en 1915 y del que Gertrude estaba tan enamorada que llegó a amenazarlo con quitarse la vida si no abandonaba a su mujer. «Es eso o nada. No puedo vivir sin ti».

Bell está cómoda con los líderes tribales. A ellos les provoca curiosidad. «¡En este país soy alguien!», relata ella

Fue nada. Él murió y ella no volvió a tener una relación amorosa. Bell falleció nueve años después en Irak, donde fue despedida multitudinariamente y con honores militares. Aún descansa enterrada en el cementerio cristiano de Bagdad. Hoy su leyenda cobra más vida que nunca, porque como ella misma escribió a su padre. «Nuri Said dice que solo hay una Khatun... Que en los próximos se hablará de la Khatun que pasaba montada a caballo. Y creo que así será».