Alexandre Kantorov. Fermín Rodríguez
Alexandre Kantorov, una noche llena de belleza en Los Arrayanes
Crítica

Alexandre Kantorov, una noche llena de belleza en Los Arrayanes

José Antonio Lacárcel

Martes, 9 de julio 2024

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Escuchar un recital de piano en el patio de los Arrayanes es siempre todo un acontecimiento donde la estética tiene un especial protagonismo. El patio de los Arrayanes es uno de los escenarios más hermosos que uno pueda imaginar. Es como un sueño. Y este patio sí que constituye un marco incomparable, aunque decir o escribir esto pueda sonar a tópico. Pero es que el tópico se convierte en realidad. La belleza incomparable de la Torre de Comares reflejándose en el agua del estanque. Este patio ha sido escenario privilegiado donde hemos tenido la fortuna de escuchar conciertos memorables. Cómo olvidar el que ofreciera Arturo Rubinstein con un recital íntegramente dedicado a Chopin. O el excepcional recital de Jessye Norman con un programa íntegro de Schubert. O los recitales de Teresa Berganza y tantos y tantos otros que jalonan la historia más importante, la historia más brillante de este festival que ahora cumple setenta y tres años.

Pues en este marco de ensueño es donde el joven pianista Alexandre Kantorow ha ofrecido un muy interesante recital en el que ha ofrecido obras de Bela Bartok, Franz Liszt y Sergei Rachmaninov. Kantorow es hijo de quien fue durante un tiempo director titular de la Orquesta Ciudad de Granada y excelente violinista Jean Jacques Kantorow. El ambiente música familiar, sin duda, ha influido en este pianista, que ha demostrado saber conjugar sabiamente, a pesar de su juventud, una notable importante capacidad técnica y una rica sensibilidad que pone al servicio del programa elegido. Y no fue fácil el que interpretó en la noche del lunes ocho de julio.

Empezando por Bela Bartok de quien ofreció la Rapsodia S. 26, opus 1. Una obra importante donde aparece lo mejor del compositor que tan bien supo utilizar temas de su tierra natal dándoles una trascendencia que los convertían en universales. Obra de difícil ejecución que contó con una muy buena versión, muy justa y equilibrada, del joven Kantorov. Y después la explosión sonora, la explosión pianística del enorme Liszt. Se requieren especiales condiciones para poder interpretar adecuadamente cualquiera de las creaciones del genial húngaro. En el Estudio de Ejecución Trascendental prima el virtuosismo, la técnica perfecta que tiene que unirse a una galanura expresiva que siempre está viva en Liszt.

En el Valle de Oberman, de los Años de Peregrinaje, hay que resaltar al Liszt más intenso, más apasionado, más romántico. El Liszt que siempre será difícil pero que trascenderá por su belleza. Y ocurrió en esto lo mismo que en la Sonata nº 1 de Rachmaninov, donde es imprescindible gozar de unas cualidades interpretativas fuera de toda duda. Hay que ser un excelente pianista para abordar estas obras y sobradamente lo demostró Alexandre Kantorov en una noche plena de aciertos, donde Rachmaninov y Liszt, y Bartok sonaron a lo que ellos escribieron a lo que ellos sintieron. Kantorov supo transmitirlos en exitosa actuación.

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