Ilustración Alejandro Sánchez Alarcón
Michael Scott, de 'The Office', el corazón sincero del hombre desubicado
Mejores personajes de series del Siglo XXI

Michael Scott, de 'The Office', el corazón sincero del hombre desubicado

El gran personaje de Steve Carrel fue a la vez el peor y el mejor jefe del mundo, y nos llevó desde la vergüenza ajena más salvaje a deberle un cariño increíble

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Sábado, 6 de julio 2024, 00:19

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Michael Scott: se nota que nos vamos acercando al inicio de la lista, ya estamos tocando hueso. E igual que para hablar de 'Twin Peaks', si hablamos de 'The Office' tenemos que ir con cautela. El culto online hacia esta enorme comedia es monumental. Mucho más allá de ser la mayor generadora de GIFs de reacción de entre todas las series del mundo, de lo virales que son las bromas de Jim o los arrebatos maníacos de Dwight, los fans de la serie tienen —tenemos— una conexión emocional inmensa con las gentes que poblaban esa oficina destinada a ser la definición exacta del aburrimiento más sangrante.

Entonces, ¿cuál es la fórmula del éxito? Una serie que siempre expulsa al principio a los nuevos espectadores con la avalancha de vergüenza ajena por parte de nuestro protagonista. «Vi un par de capítulos y no pude soportarla, me ponía demasiado nervioso...», «Nah, pero aguanta un poco más, ya verás, ya verás». Al inicio, sobre los hombros de Michael está el ser la persona más incómoda del planeta, incrementado esto además por tener la posición de poder sobre los otros (quizás todavía la serie se estaba buscando, encontrando su camino lejos de la versión inglesa de Ricky Gervais). Él es el jefe, nadie entiende por qué, pero él manda. Luego, claro, todo se va haciendo complejo y no manda tanto: las visitas —con o sin bigote— a las otras sucursales, a la competencia o a la central, en una brutal mofa del mundo corporativo, de la autoridad y hasta del concepto de trabajo en sí.

El absurdo, por más cosas que pasen, está tan bien medido en esta serie que nunca del todo perdemos la sensación de que esto podría pasar. Las miles de situaciones por las que los guionistas arrastran al elenco tienen siempre un punto de verdad, es decir, en gran medida las hemos vivido, conectan. Como ya comentamos hace tiempo, una de las esencias de la serie es el refinamiento absoluto (sin inventarlo) del formato sitcom-falso documental, del que tanto han bebido otros después, y muy bien, como 'Modern Family' (Phil Dunphy difícilmente existiría sin Michael Scott) o la propia 'Paquita Salas'. Los personajes reaccionando con las miradas a cámara —las mejores, las de John Krasinski— generan una complicidad imbatible con el espectador. Es el guiño y la ironía inteligente, sobre todo en respuesta a un personaje, claro, a las estupideces de Michael.

El bueno de Michael Scott también sufre, como todos RC

Michael Scott es, no hay duda, uno de los 50 mejores personajes de series del siglo XXI. Si se permite una confesión —la lista de los votos es pública, al fin y al cabo— algunos le pusimos ni más ni menos que el número uno. Es verdad que es muy difícil baremar. Pero el personaje más querido de Steve Carrell (que sabe ser dramático y muy bien, no hay más que acordarse de 'Pequeña Miss Sunshine') tiene algo mágico, incluso de esperanza civilizatoria en la inocencia y la bondad. Es espectacular cómo desde la serie juegan con nosotros. Cuando tiene lugar el romance incipiente de Pam y Jim, uno se pregunta cómo demonios esta chorrada ha conseguido emocionarle tanto. Y de la misma manera la aparición de Holly en la vida de Michael nos estruja en lo más hondo. ¡Pero si estábamos frente a un idiota detestable! Un caprichoso y triste hombre sin vida ni autoconsciencia que por una pirueta inexplicable ha logrado dirigir una distribuidora de... papel, papel, por qué no, papel en blanco, sin chicha, sin contenido, vacío, por rellenar.

A Michael le falta casi todo para ser un adulto funcional, pero es la lealtad lo que le acaba definiendo (vale, salvo con aquellos niños de Scott's Tots a los que nos les pagó la carrera). Él compra el cuadro de Pam que no le gusta a nadie, él lucha porque no cierren la oficina, al no tener vida ellos lo son todo para él. Llega un momento en el que ni nos incomoda ni nos agobia ni nos reímos de él: lo que nos gustaría es tener cerca a alguien tan puro. Por eso es tan terriblemente descorazonadora su despedida. Ese inolvidable quitarse el micrófono inalámbrico, romper el hechizo. Ese micro que nunca le hemos visto ponerse, ese protagonismo inesperado del supuesto equipo de grabación que aprendemos a no ver desde el principio mientras vemos alejarse a un corazón puro, que ha sufrido mucho en silencio, y ha ahogado esa desesperación con millones de trucos de magia absurda, haciendo del trabajo y de la vida, de por sí absurda, algo divertido, que merezca la pena. El World's Best Boss.

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