Filosofía en español 
Filosofía en español


José Ibáñez Martín

La confluencia de las culturas germana e hispana

Nunca{1} en la historia de la Humanidad alcanzaron las armas de un pueblo la gloria difícil que, en estos dos años de lucha, Alemania ha sabido lograr. Pero, como en toda suprema coyuntura histórica, vuestro país supo también forjar, como instrumento indispensable para el triunfo, la estrecha alianza de las armas y de la cultura. Y mientras el genio de vuestra raza, encarnado en la figura excepcional del Canciller Adolfo Hitler, abría dilatados horizontes de victoria para la gran nación alemana, en las ciudades del interior, la vida intelectual, no sólo no había interrumpido su proceso de actividad, sino que mantenía la tónica firme de su marcha ascendente. Asombra pensar que la cifra de la población universitaria de Berlín, que era de 7.000 alumnos en el año 1939, no haya descendido en la actualidad más que a 6.500. Inexplicable resultaría, al que no conociese la fisonomía mental del pueblo germánico, que un país, que parece movilizado unánimemente para una magna empresa militar, conserve intactos sus cuadros docentes y no desplace de sus laboratorios y de sus Museos la milicia silenciosa y austera de la investigación.

Para los que vivimos bajo la obsesión de los problemas intelectuales, que caracterizan, a la hora presente, esta postura de Alemania tiene el más alto significado aleccionador.

Cuando el mundo asiste a la indomeñable cruzada bélica de vuestro país y sabe que la vida cultural de Alemania ha cobrado, sin duda, más auge que en el período anterior de la paz, comprende que hay siempre, en las contiendas por la supremacía de los pueblos, dos frentes de batalla, en los que el hombre rinde, desde la posición que se le ordena defender, su tributo de servicio a la Patria. Así, a la vez que Alemania conquista tierras para su Imperio, mantiene en pie de guerra, en los dominios del pensamiento, a los más caracterizados representantes de su cultura.

He aquí por qué, al saludar, en nombre de España, a las ilustres personalidades alemanas que hoy honran con su visita nuestro país, Dr. Fritz von Twardowsky, Sr. Zschintzsch y Sr. Heinermann, etcétera, yo quisiera recordar, desde aquí, a otros hombres, combatientes también, aunque no como vosotros, en el terreno del espíritu, sino en la contienda más elemental y más dramática de la vida y la muerte, que hace cinco años vinieron también a nuestro suelo, a regarlo con su sangre generosa, unidos a la juventud española en un mismo ideal y, desde entonces para siempre, indelebles en nuestro pensamiento, en nuestra gratitud y en nuestro corazón. Porque esa amistad, que ahora confirma el abrazo de las dos culturas, con la inauguración de este Instituto, fue ya entrañablemente sellada sobre estos campos de España, cuando, frente a la suprema realidad de la muerte, nuestros dos pueblos, unidos en la prosecución de un mismo fin, pactaron su imborrable alianza de sangre.

Para España, la realidad de estos hechos ha sido proclamada por la voz egregia que, de la altura de su caudillaje, tiene la máxima autoridad para decirlo, y en reiteradas y constantes manifestaciones, nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, Sr. Serrano Suñer, con el claro sentido y la certera visión que son en él características de su vigoroso pensamiento, ha confirmado el hondo vínculo fraterno con el que nuestra Patria se siente unida irrevocablemente a vuestro país.

Y un síntoma característico de ello es, ante todo, este enlace cultural y científico, del que el acto de hoy ha de ser solamente el comienzo de una más amplia, íntima y profunda relación de hermandad cultural entre los dos pueblos.

I

España ha llegado también al período en el que no puede permanecer dormida su cultura en el ámbito estrecho de un perímetro geográfico. En su inicial proceso de creación, tiene siempre el pensamiento de los pueblos una fase de acción inmanente, en la que nada aún de lo elaborado puede revertir hacia fuera. Pero si se llega al plano de las grandes afirmaciones nacionales y la cultura se enraíza con el espíritu vivo de la comunidad política, los Estados llegan a la dimensión trascendente de su desarrollo científico. Este es el caso de nuestra Patria. Un anhelo de rebosamiento vital invade hasta el último confín de nuestro mundo científico. Sobrepasa linderos y fronteras, es el imperativo inexorable de nuestro afán de hoy. Y porque España ha coronado ya la meta de su definitiva revaloración política, que la pone en la cumbre de su inmediata madurez científica, la voluntad de nuestro Caudillo se concentra en el deseo irrenunciable de la expansión del pensamiento hispánico por todos los caminos del mundo.

Pero esta salida de España hacia un ámbito exterior tiene ya una trayectoria fija y delimitada. En la contienda a vida o muerte que en este momento se ventila en Europa, y en la que España gritó, desgarrándose con el sacrificio de su propia sangre, la primera voz de alerta, hay países a los que, por sentirse unida nuestra Patria, quiere orientar precisamente los derroteros de su comunicación intelectual.

No es nueva, ciertamente, en la historia de nuestros dos pueblos, esta influencia recíproca de las dos culturas. Porque fueron maestros españoles los que, a mediados del siglo XVII, profesaban sus doctrinas en un gran número de Universidades germánicas. Y cuando el primer libro de Metafísica del más ilustre de los filósofos españoles va a aparecer a la luz pública, son las prensas de Maguncia las que, poco después de la edición de Salamanca, imprimen la del año 1600. Y en 1649, al publicar Jacobo Martini, Profesor de la Universidad de Wittember una de las primeras obras sistemáticas que se publican en Alemania sobre aquella disciplina, no sabe desasirse de las doctrinas que caracterizan el “suarismo” español. El mismo fenómeno se había producido ya en el año de 1617, con el Profesor de la Universidad de Giessen, Cristóbal Scheibler, cuyo tratado metafísico fue el instrumento más feliz que pudiera lograr el pensamiento de nuestro Doctor Eximio, para su difusión por todas las Universidades alemanas.

Era la época en que las doctrinas de un español repercutían con tal fuerza en el espíritu del pueblo alemán, que pudieron levantar en torno de ellas dos fuerzas contradictorias entre sí, pero más eficaces para la difusión de la apología y de la controversia. Y así, es el propio Leibnitz el que, al leer su tesis de Filosofía en la Universidad de Leipzig, en el año 1673, recoge ideas y principios que formaban parte del pensamiento medular de la Filosofía española. El “Videre Praga et audire Arriaga”, es quizá, cual símbolo de todo este proceso de relación, el recuerdo más consolador que puede recoger un español como legado de nuestra tradicional expansión científica más allá de nuestras fronteras.

De inveterado arraigo en nuestra Historia, ha sido siempre esta confluencia de lo germánico y lo hispánico a través de los siglos. Desde los tiempos remotos en que León y Castilla fueron los herederos más inmediatos de la tradición jurídica germánica, que conserva su gran influencia en el siglo XIII, hasta el XVI, en que un César insigne recoge a los dos pueblos bajo su cetro, llegamos a los siglos XVIII y XIX, donde se inicia en Alemania un espléndido resurgir de la preocupación intelectual por las cosas de nuestra Patria, la propia vida de nuestros dos países es un constante símbolo de esta firme e inquebrantable hermandad.

II

Esta simpatía de las dos culturas alcanza su punto culminante a partir del siglo XVIII, en que se despierta en la intelectualidad germánica una preocupación por las letras y las artes hispánicas. Es, sin duda, el momento en que la estética de Lessing fija sus miradas en el teatro español, abriendo camino a la crítica romántica. El momento en que Goethe, el “poeta del empirismo intelectual”, y Schiller, “uno de los vates más excelsos y simpáticos de que la humanidad puede gloriarse”, llevan a la escena alemana asuntos españoles, mientras Humboldt viaja por España, para consagrar bellísimas páginas de crítica de arte.

Cuando adviene plena la era romántica, el interés por el estudio de nuestras letras, y especialmente de nuestro teatro, palpita en las páginas de los literatos y críticos alemanes. Es el instante en que los Schlegel popularizan la figura de nuestro gran Calderón, y en que aparece en Alemania, de mano de Bouterweck, la primera historia de nuestra literatura. De entonces acá, la corriente bibliográfica hispanista se multiplica frondosamente, hasta el punto de que forman una verdadera legión los que se preocupan por nuestra lengua, nuestra poesía, nuestro teatro y nuestras artes plásticas. España debe, en este sentido, gratitud y reconocimiento a aquellos estudiosos de nuestro Lope, que se llamaron Grillparzer y Hebbel; al laborioso Barón de Schack, que historió las letras y el arte dramático hispanos, así como la poesía y el arte de los árabes españoles, y a la pléyade de filólogos –Grimm, Dopping, Wolf y Hoffmann– que afanosamente se ocuparon de nuestra lengua y dieron al mundo páginas magníficas de nuestro inmortal Romancero y de los genios de nuestro dorado siglo.

Pero es en nuestros mismos días cuando el hispanismo alemán asciende al máximo esplendor, estrechando en fraternal cordialidad la simpatía de las dos culturas. La intelectualidad española siempre recordará con emoción el nombre de Fastenrath, que honra un premio de la Real Academia Española, el de Heinrich Finke, aún llorado por todos los medievalistas de ambos países; el de Mayer, que significa una de las mejores exaltaciones de nuestro arte, y el de Meyer Lübke, lumbrera excelsa de la filología románica, maestro de lingüistas, con cuya aportación investigadora han de contar todos los hombres de ciencia que se dediquen al estudio histórico de la lengua de Castilla.

Yo tengo que reiterar desde aquí, en nombre de la cultura hispánica, un tributo más de reconocimiento y admiración. Es el que nos inspira a todos los españoles una institución ejemplar, la que, bajo los auspicios del General Von Faupel, que comprendió, en las primeras horas de la guerra de España, el gran significado de nuestro trance, funciona en Berlín, como antena elevada de fraternidad cultural hispano-germana. El Instituto Ibero-Americano de Berlín, es hoy día el gran hogar del hispanismo alemán, donde, a través de una magnífica revista y de una escogidísima bibliografía, de un grupo competentísimo de especialistas y técnicos, se irradia a todo el mundo una corriente de fervor y entusiasmo hispánico, por lo que merecen un homenaje de admiración cordial esos eximios Profesores que se llaman Quelle, Richart, Hagen y Breuer, entre otros tantos meritísimos.

No terminaría esta brevísima alusión al esfuerzo cultural alemán de nuestras días, en pro de la cultura hispánica, si no enumerara la labor que realizan los Centros docentes y culturales del Reich, a través de sus Cátedras de español, ya multiplicadas de manera extraordinaria, y si no trajera aquí, para su más honrosa exaltación y memoria, los nombres de algunos eruditos y Profesores alemanes contemporáneos que han merecido bien de España por sus magníficos trabajos de investigación, y que sólo son un grupo representativo de tantos otros como laboran en los mismos afanes. La cultura hispánica tiene una deuda de gratitud, en las distintas esferas de la historia, del arte y de la filología, con los Profesores Giese, Grossmann, Hämel, Heinermann, Jessen, Kehrer, Krüger, Meier, Moldenhauer, Mulertt, Petriconi, Pfandl, Schäfer, Schramm, Schulten, Tiemann, Vossler y Wagner, &c., &c. Nombres que son familiares a nuestros eruditos e investigadores, ya que significan todos importantes estudios y descubrimientos científicos y aportaciones fundamentales a la obra ingente de la ciencia española.

En fin, singularmente después de la victoria de nuestro Caudillo, la era feliz del acercamiento y abrazo de las dos culturas ha llegado a su apogeo, a través de la actuación de una política diplomática cultural cordialísima, que encarna la figura del Sr. Sthorer, quien ha sabido granjearse la entrañable amistad de los intelectuales españoles, y en cuya tarea le ha secundado tan eficazmente, el celo e inteligencia de su agregado cultural Sr. Petersen.

Vivimos momentos decisivos para la suerte del mundo; ellos nos están demostrando que la Historia se escribe siempre en el sentido de las fuerzas del espíritu y que los pueblos marcan su destino con las virtudes raciales y con el empuje de sus valores de cultura. La potencia de las naciones es la obra lenta de una formación intelectual y moral, que empieza en la disciplina de cada individuo, y se consiguen cuando toda una colectividad la acusa, como una gran suma de aportaciones de trabajo y estudio. En este sentido, el ejemplo de Alemania es el más elocuente de nuestro siglo, y su potencia actual es el resultado de una larga etapa de ascetismo cultural y científico, en que toda la intelectualidad del país se ha puesto en pie al grito mágico y patriótico de un hombre extraordinario, para engrandecer a la nación con un espíritu de servicio por la ciencia y por la cultura. El genio alemán ha escudriñado celosamente, heroicamente, los campos del saber humano, con una fortaleza y laboriosidad que ha sobrepujado todo lo imaginable.

Este principio de cohesión, de unidad, de abnegada disciplina, de servicio a la Patria por la ciencia, es también el de la grandeza de España, que nuestro Caudillo ha impuesto en esta hora a nuestros intelectuales, y que ha plasmado en el Consejo Superior de Investigaciones científicas, cuyos frutos empiezan a anunciarse en el panorama de nuestro resurgimiento nacional. Por eso es oportuno evocar aquí el ejemplo alemán y sentirnos en amistad cordialísima con este pueblo, que en la guerra de nuestra liberación fundió con nosotros su sangre generosa, simbolizando ya la intimidad en que habían de vivir nuestras culturas. Intimidad de la que es muestra esta creación de hoy, que nace entre nosotros con estrecho vínculo de fraternidad y camaradería, como presagio de indestructibles relaciones espirituales en el futuro.

Que el Instituto Alemán de Cultura, que ahora inauguramos, sea prenda firmísima de una eficaz colaboración de los dos pueblos en el mundo intelectual y científico, que selle a la par nuestros lazos fraternos de estimación mutua y concordia recíproca, y que por él y a través de él, podamos gritar siempre en el mismo afán de exaltación patriótica: ¡Viva Hitler! ¡Viva Franco! ¡Arriba Alemania! ¡Arriba España!

José Ibáñez Martín

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{1} Discurso pronunciado por el Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional, Sr. Ibáñez Martín, en la inauguración del Instituto de Cultura Alemana.