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Investigación

Gente

El primer ‘pride’ de Colombia: hablan dos hombres que estuvieron en la histórica Marcha del Orgullo Gay de 1983 (Fotos)

La marcha no pretendía ser un tipo de ‘Stonewall criolla’: "Nosotros nos inspiramos más en los movimientos español y francés, más cercanos a la izquierda".

La marcha no pretendía ser un tipo de ‘Stonewall criolla’: "Nosotros nos inspiramos más en los movimientos español y francés, más cercanos a la izquierda".

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

Manuel Velandia y Fernando Alviar revelaron cómo era la Colombia en la que vivía la comunidad LGTBIQ+ de la época y detalles de cómo se organizó la marcha.

Stefanía León ArroyavePortadista
“Viva el amor sin pene”, clamaba el cartel sostenido por una mujer en su mano derecha, cuya indumentaria llamaría la atención incluso en esta época. Y para la fecha, principios de los años ochenta, aún más. Portaba una máscara blanca y seis o siete claveles del mismo color en su otra mano. Llevaba tenis y ropa cómoda, y estaba por recorrer poco más de 900 metros, casi un kilómetro, entre la Plaza de Toros La Santamaría y la Plaza de las Nieves, en el centro de Bogotá.

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Con ella sumaban 32 personas. Era la mañana del martes 28 de junio de 1983 y entre los comentarios de curiosos y las miradas de desdén de algunos, ese grupo se reunió con un objetivo en común, reclamar su derecho a tener una vida digna, no solo como seres humanos, sino como ciudadanos colombianos. Tres años antes, ser gay en Colombia era un delito. Antes de 1980 una persona podía ser judicializada por su identidad sexual, además de la injusta sanción social que su identidad representaba.

Lo que las personas experimentaban era una atracción sexual, pero que no tenían palabras precisas para expresarlo

De acuerdo con el historiador del movimiento LGTBIQ+ en Colombia Felipe Caro Romero, la vida para una persona homosexual entre finales de los años sesenta y principios de los 80 tenía un gran componente de desesperanza: “Muy pocas personas pensaban en el futuro. Era una vida muy del presente, de la acción inmediata, de encontrar conexiones sexuales, afectivas, emocionales, muy en el instante, en el momento”.
Además, había gran desconocimiento al respecto de las disidencias sexuales, término principalmente utilizado en Latinoamérica para referirse a la diversidad de géneros y sexos de la comunidad LGTBIQ+. Aunque siempre han existido personas con orientaciones e identidades diversas, términos identitarios como lesbiana, transexual, bisexual y demás son utilizados solo desde principios de la década de los 2000: “Lo que las personas experimentaban era una atracción sexual, pero que no tenían palabras precisas para expresarlo. Hoy en día damos muy por hecho, porque tenemos referentes en la literatura y en el cine, que pueden tener vidas felices. En las décadas de los setenta y ochenta no tenían esos referentes”. 
Manuel Velandia en 1983.

Manuel Velandia y Jaime Sarrázola, miembros del Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia, en 1983.

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

Manuel Velandia, quien para esa época era un joven estudiante bogotano, fue consciente de esto al conocer a su primer amor, cuando tenía 15 años. Su pareja durante finales de los años sesenta fue un hombre francés que hacía parte de un movimiento homosexual muy popular en la época: era homofílico.
“La homofilia clamaba que las personas homosexuales debían proteger a sus familias de su orientación sexual. Entonces había que esconderse lejos de la familia para que no sufrieran. Por eso, él se había escapado a vivir a Bogotá. Él era una persona con un alto nivel de escolaridad, había hecho ballet clásico, teatro, pero frente al tema era totalmente cerrado”, narra Velandia, ahora uno de los activistas en pro de los derechos de la comunidad LGTBIQ+ más reconocidos en Colombia.
Eran años difíciles, en los que la estigmatización y el rechazo se vivían de frente. Manuel recuerda como una salida normal de fiesta entre amigos podía convertirse en una pesadilla. En esos años, señala, algunos miembros de la Policía tenían identificados los bares que frecuentaban miembros de la comunidad para exigir dinero o favores sexuales, y quienes no accedían -relata- eran arrestados, violentados y, en algunos casos, hasta abandonados desnudos en plena calle en las frías madrugadas bogotanas.
“A veces, si un amigo llevaba carro, iba detrás de la patrulla para podernos recoger porque imagínate la llegada a la casa y nosotros ‘empelotas’ en la calle”, asegura Manuel.
Fueron estas situaciones, que para él se habían vuelto cotidianas, las que lo llevaron a entender que era necesario un cambio. En principio, ver que su pareja tenía una vergüenza tan grande y un conflicto tan marcado por ser homosexual, que incluso lo había llevado a abandonar su país de origen y a cruzar el océano en busca de un escape, le hizo pensar en la necesidad de autorreconocimiento que muchos de sus pares sufrían.
Además de los ataques diarios, tanto físicos como verbales, que él y sus amigos debían enfrentar. Por eso, Manuel decidió tomar acción y buscar un cambio en un momento en el que ya se venía gestando lo que sería la primera organización a favor de los derechos de las identidades diversas en el país: el Movimiento de Liberación Homosexual en Colombia (MLHC).

Los jóvenes que cimentaron el activismo gay en Colombia

Una de las anécdotas más curiosas del origen de este grupo activista, en la que coinciden muchos de los miembros, es el primer contacto que tuvieron con el mítico fundador, León Zuleta. Era un estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Antioquia que más tarde sería reconocido como ‘el padre de la comunidad LGTBIQ+ en Colombia’. Al hablar de los primeros pasos del activismo gay en el país, es imposible no terminar mencionándolo.
León Zuleta, en el Bar Bardo, en Medellín, reconocido entre la comunidad LGTBIQ+ de la época.

León Zuleta, en el Bar Bardo, en Medellín, reconocido entre la comunidad LGTBIQ+ de la época.

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

“A mis manos llegó un día una entrevista en un periódico trotskista de izquierda que se publicaba en Bogotá en la que, preguntado sobre el movimiento homosexual en Colombia, León aseguraba que había más de 10.000 homosexuales unidos y luchando por nuestros derechos”, narra Manuel Velandia, quien tras leer el texto en 1977 llamó al medio y pidió los datos de León para comunicarse y anotarse en tan masiva comunidad descrita por él. Pero se llevó una gran sorpresa al escuchar de la boca del estudiante paisa las siguientes palabras: “Lamento decirle que todos los héroes son falsos, pero con usted ya somos dos y vamos a ir sumando a más”. Ahí empezó la aventura de este par en el activismo.
Durante los siguientes dos años solo se comunicaron por cartas y llamadas telefónicas para empezar a planear lo que sería un proyecto periodístico con enfoque de género, que fue revolucionario en Colombia en esa época. Fue hasta 1979 que se reunieron por primera vez en persona, durante una visita de León Zuleta a Bogotá, para conocer la revista ‘Ventana Gay’, que comenzó a ser producida en la capital colombiana y cuya edición era liderada por Guillermo Cortés y Manuel.
Al mismo tiempo, León publicaba en la capital antioqueña el proyecto ‘El Otro’, revista que era considerada por muchos como demasiado academicista y de difícil lectura, muy en línea con la naturaleza culta de su editor general. Mientras que ‘Ventana gay’ trataba temas de salud, de derecho, psicología, arte e incluso de religión, con un enfoque de diversidad de género; ‘El Otro’ publicaba panfletos ideológicos que defendían el anarquismo, la lucha contra el statu quo y el desmonte de la ‘heteronorma’, que hace referencia, detalla Velandia, a la sociedad fundamentalmente liderada y manejada por las personas heterosexuales.
León era un personaje rarísimo porque era incapaz de armar una frase sin citar a cinco teóricos. Para la mayoría de la gente, sostenerle una conversación era muy complicado. Y así mismo, lo eran sus textos. (...) Para relacionarse con él había que tener un buen nivel intelectual. Cuando él fue profesor universitario, incluso había maestros de la universidad que iban a las reuniones y no eran capaces de seguirle la línea”, asegura.

La labor de León Zuleta en Greco, colectivo subversivo paisa

Otro de los miembros del movimiento que tenía alta estima por León era Fernando Alviar, actualmente pensionado y con una próspera carrera en la corrección de estilo. La primera vez que lo vio fue en su alma mater: “Yo estaba estudiando el bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia y pasaba todo mi tiempo libre allá. León destacaba mucho por sus protestas y por todo lo que estaba haciendo en la universidad, entonces cuando escuché, por parte de un amigo en común, que León Zuleta estaba convocando a una charla en uno de los auditorios de la universidad con un activista mexicano que había venido a Medellín, a mí me llamó la atención“.

Me conversó un rato, mientras yo me moría del susto, y creo que difícilmente le respondí algo medianamente coherente

Para Fernando, León era una figura mítica que lo intimidaba por su personalidad arrolladora. Cuando llegaba a un lugar, era imposible no reparar en él, característica que precisamente contrastaba con el carácter tranquilo y callado del joven estudiante que hasta ahora estaba terminando su bachillerato. Por eso, con la timidez que lo caracterizaba, se acercó furtivamente a la reunión y escuchó con atención la charla hasta que se percató de que León se le había quedado mirando y se estaba encaminando en su dirección.
“Se dirigió a mí como él era, tan coqueto, tan sonriente. Yo ya estaba ahí, no había fuga, no había escape. Me conversó un rato, mientras yo me moría del susto, y creo que difícilmente le respondí algo medianamente coherente. Me dio su teléfono por si lo quería llamar”, contó Alviar, quien meses después terminaría siendo uno de los miembros más relevantes del Grupo de Estudios de la Educación Homosexual (Greco), uno de los primeros movimientos de la comunidad LGTBIQ+ en Medellín.
León Zuleta abraza a Fernando Alviar. Atrás se encuentra Alejandro Barón.

León Zuleta abraza a Fernando Alviar. Atrás se encuentra Alejandro Barón.

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

El historiador Felipe Caro Romero explica que, tras este primer acercamiento, varios activistas de Medellín viajaron a Bogotá y decidieron formar el primer núcleo del movimiento, que contaba con aproximadamente 20 o 30 personas de ambas ciudades.
“Con el paso del tiempo, los miembros comenzaron a viajar por todo el país y empezaron a crear pequeños núcleos en Barranquilla, en Armenia, en Bucaramanga y demás capitales colombianas. Llegaron a tener entre 50 y 60 miembros, quienes se organizaban a través de las revistas”, indica.

Nada que ver con ‘Stonewall’, en Nueva York: así se vivió la primera marcha gay en Colombia

Para Guillermo Correa, profesor e investigador experto en historia de las disidencias sexuales en Colombia, los primeros años de la década de los ochenta fueron cruciales para la comunidad LGTBIQ+ en el país por tres sucesos relevantes: la detección del VIH y el nacimiento del estigma del Sida, la despenalización de la homosexualidad en Colombia y la “salida del clóset” del movimiento, con la que es considerada por muchos como la primera marcha gay en el país.
Francisco Eversley Torres, profesor de Historia en la Universidad del Atlántico, asegura que ya había antecedentes como el Carnaval Gay, en el Carnaval de Barranquilla, que se incorporó desde los años setenta hasta el día de hoy. Esta fue una expresión cultural de grupos de personas que hacían parte de la comunidad, quienes decidieron utilizar esta representativa festividad para expresar sus identidades diversas.
Los historiadores concuerdan en que este tipo de expresiones culturales ya se habían presentado en varias partes de Colombia, pero la primera organización de una manifestación con objetivos políticos enfocados en los derechos LGTBIQ+ fue el 28 de junio de 1983 en Bogotá.
Así lo explica Felipe Caro: “Es una proyección política distinta. Las personas de la comunidad que hacían parte del Carnaval Gay querían participar en el Carnaval de Barranquilla y lograr un poco visibilización, cuestión que la festividad les permitía por su carácter cultural, pero ellos no se organizaron más allá del carnaval, como sí lo hizo el MLHC. Es una experiencia política bastante importante para tener en cuenta”.
De acuerdo con Manuel Velandia, la marcha no pretendía ser un tipo de ‘Stonewall criolla’: "Nosotros nos inspiramos más en los movimientos español y francés, más cercanos a la izquierda". La revuelta de Stonewall sucedió entre el 28 y el 29 de junio de 1969 en Nueva York. El día 28, un grupo de policías hicieron redadas violentas en bares gais de Manhattan, como solían hacerlo periódicamente, pero en esta ocasión los clientes del bar Stonewall Inn decidieron defenderse y se generaron disturbios.
Tras lo ocurrido, el 29 se realizaron las primeras manifestaciones organizadas por movimientos activistas que dieron paso a lo que se conoce hoy en día como el ‘pride’. “Lo que pasó el 29 de junio y la noche siguiente fue algo planificado. Las mismas personas que se habían enfrentado a la Policía el día anterior de manera espontánea empezaron a organizarse y a planificar acciones metódicamente, y eso fue lo que impulsó la liberación homosexual: la organización voluntaria, táctica y estratégica de enfrentarse ya de una manera mucho más directa a la Policía y a otras instituciones que perseguían la disidencia sexual y género”, puntualiza Caro.

¡Trágame, tierra! Nos tocaba ahora cambiar todo

Los miembros del MLHC publicaron la convocatoria en afiches estratégicamente ubicados en bares gais, en las respectivas revistas de cada ciudad e, incluso, en publicaciones de toda Latinoamérica; pero del papel a la realidad hay mucho trecho.
La idea inicial que tenían los líderes del movimiento era salir del Parque Nacional a las 5 p. m. y caminar hacia la Plaza de Bolívar, pero una carta de las autoridades cambió por completo los planes. “Ya teníamos listos unos carteles que habíamos repartido por todos los bares, cuando nos llegó la carta que decía que la marcha estaba autorizada para las 11 a. m. Y nosotros: ‘Trágame, tierra’. Nos tocaba ahora cambiar todo”, cuenta Manuel.
Para la manifestación llegaron cinco o seis personas desde Medellín, entre los cuales estaban León Zuleta, Jaime Sarrázola, Gildardo Ramírez y Fernando Alviar, quien llevaba una cámara con la que fueron tomadas muchas de las fotografías históricas de la marcha que hoy en día son replicadas en internet. En ellas se puede ver a un grupo pequeño, de más o menos 30 personas, la mayoría hombres, escoltado por lo menos por 70 policías. Según los cálculos de Manuel, prácticamente había dos policías y medio por cada manifestante, algo impensable en la actualidad. “Por un momento nos hicieron una especie de calle de honor y nos obligaron a caminar por la acera”, cuenta entre risas Manuel.
Algunos se habían pintado el rostro de blanco y portaban un triángulo rosado, símbolo de resistencia al haber sido utilizado para marcar a los hombres homosexuales en los campos de concentración de la Alemania nazi. Jairo Hernández, junto con Manuel, fue quien elaboró las pancartas con las arengas que se corearon durante la marcha.

Los primeros 900 metros de orgullo y la chica de los claveles

Manuel precisó que fueron 32 los participantes de la marcha, 29 hombres gais, dos mujeres lesbianas y una mujer transgénero a la que nunca volvió a ver: “La chica llevó claveles y le dio uno a cada una de las personas”.
“Yo había sugerido, para la gente que no quería mostrar su rostro, que usáramos unas máscaras y a los que no tenían problema, si querían, les pinté la cara de blanco, con un triángulo rosa y el número de la cédula. (...) También, el color fucsia, blanco y negro porque en ese momento no estaba la bandera arcoíris”, asegura Velandia, quien puntualizó que les “autorizaron un recorrido súper pequeño, la marcha salió cerca de la Plaza de Toros y terminó en la Plaza de las Nieves”. Solo recorrieron 900 metros, mucho menos de lo que se había planeado inicialmente.
Aunque corto, el recorrido significó un gran orgullo para muchos de los participantes, quienes por primera vez estaban reconociendo su identidad diversa en público. Así lo cuenta Alviar: “Yo me sentía muy emocionado, muy orgulloso, si lo vamos a decir en esos términos, dando la cara. La gente nos miraba como si fuéramos extraterrestres. Una cosa rara, muy disruptiva, como se dice hoy en día, pues imagínate en esa época”.
Manuel Velandia cuenta que no solo hubo malas miradas, al llegar a la calle 22, a solo dos cuadras de terminar el recorrido, fueron objeto de insultos por parte de un grupo de personas que se encontraban saliendo de una tienda muy concurrida.
La marcha no pretendía ser un tipo de ‘Stonewall criolla’: "Nosotros nos inspiramos más en los movimientos español y francés, más cercanos a la izquierda".

La marcha no pretendía ser un tipo de ‘Stonewall criolla’: "Nosotros nos inspiramos más en los movimientos español y francés, más cercanos a la izquierda".

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

Con su llegada a la Plaza de las Nieves, se montó una tarima que, junto con el sonido, había sido un préstamo por parte del sindicato de la ETB. Las primeras palabras sobre la tarima fueron pronunciadas por León, quien habló con vehemencia, como de costumbre, sobre la libertad sexual y su incidencia en la política. Fernando, quien no recuerda con exactitud qué fue lo que dijo, ya que estaba muy nervioso, fue el siguiente. Manuel dio el discurso de cierre.

Sabemos que la Policía tiene un contingente gay, muchas gracias a las policías ‘maricas’ que están aquí en representación

“Cuando estaba en el discurso final, la chica trans sacó de un balde de agua un ramo de claveles y me lo dio. Yo tenía en la mano un cartel que decía ‘Madre, si tú amas a tu hombre, deja que yo ame al mío’, el papel en el que estaban escritas las palabras que iba a decir y el micrófono; yo terminé súper maniatado. Entonces, el comandante de ese grupo de policías se me acercó amablemente y me recibió los claveles”, narra Velandia, quien decidió romper con el protocolo y tener un gesto de reciprocidad con el uniformado y decirle con humor: “Sabemos que la Policía tiene un contingente gay, muchas gracias a las policías ‘maricas’ que están aquí en representación”.
Luego, señaló a las personas desconocidas que no hacían parte de la marcha y que se encontraban ‘chismoseando’ quiénes eran esos jóvenes pintados de blanco que hablaban de derechos humanos y de libertad sexual en plena Plaza de las Nieves y dijo: “Saludo y agradezco a mi mamá y a todos los padres de familia que nos están acompañando”.

Sentimos que había sido un fracaso, habíamos sido muy pocos

Al finalizar la manifestación, la mujer transgénero que los acompañaba y de quien no recuerdan el nombre los invitó a comer fruta en un mercado cercano, donde ella trabajaba: “Era muy extraño porque las personas trans no solían tener trabajos de ese tipo. Ella no quería ser militante, su acto político había sido caminar con nosotros y darnos los claveles”. Y de ahí, todos se dirigieron a sus hogares con una sensación agridulce, pero más agria que dulce: “Sentimos que había sido un fracaso, habíamos sido muy pocos”.
Para Ale Gómez Restrepo, abogade y politólogue, especialista en Derechos Humanos, y representante de la organización Colombia Diversa, la importancia de esta primera manifestación radica en que fue un hito: “Es la primera vez que se pone en la plaza pública el asunto de la necesidad de reconocimiento jurídico para la comunidad”. Fue un pequeño paso que serviría de antesala a los saltos que se han logrado en los últimos años en pro de las personas de la comunidad.

El comienzo de una lucha que continúa hoy en día

En los años consiguientes a este evento, que hoy es recordado y reconocido como el inicio de una revolución, el colectivo comenzó a separarse y a perder adeptos. Aunque la llama que se había avivado en el MLHC estaba apagándose, muchos de ellos continuaron con su labor en el activismo gay en particular o con sus propios colectivos. Ese es el caso de Manuel Velandia, que se convirtió en un exponente a nivel de Latinoamérica de la promoción de la salud sexual, principalmente de la prevención del VIH. Por su parte, Fernando Alviar se concentró en su vida laboral y actualmente es el presidente de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta). Mientras que León Zuleta continuó siendo uno de los mayores líderes del sindicalismo y la defensa de los derechos LGTBIQ+ hasta su prematuro fallecimiento en 1993.
El 23 de agosto de ese año, 10 años después, fue encontrado muerto en su apartamento, ubicado en el barrio Lotero de Medellín, tras recibir múltiples heridas con arma blanca por parte de una persona que lo había citado en un lugar de divertimento y lo había acompañado a su vivienda la noche anterior. El crimen de este sindicalista, descrito por muchos como vital, inteligente, astuto, amante de la vida, culto y pansexual en una época en que no existía la palabra, aún sigue impune.
Fernando Alviar, León Zuleta y Manuel Velandia (de derecha a izquierda).

Fernando Alviar, León Zuleta y Manuel Velandia (de derecha a izquierda).

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

León no solo era peculiar, era todo un personaje. En una de sus visitas a Bogotá, le dejó una premonitoria anécdota a Manuel que hasta el día de hoy lo estremece. Ambos se transportaban en una buseta por una vía principal de la ciudad cuando León, sin previo aviso, le dio un beso en la boca, saltó del vehículo en movimiento, luego se volvió a subir por la puerta de atrás y le dijo una frase que no ha podido olvidar: “Si vas a ser un líder, tienes que estar preparado para cualquier cosa, incluso para la muerte”.
El historiador Felipe Caro explica que a finales de los años ochenta y durante los noventa el activismo LGTBIQ+ sufrió grandes pérdidas a raíz del recrudecimiento del conflicto armado colombiano, principalmente de los asesinatos de odio contra la población por parte de los mal llamados grupos de ‘limpieza social’, y de la proliferación del Sida.
Guillermo Cortez toma la palabra en una sesión del Grupo de Encuentro y Liberación Gay (Gelg).

Guillermo Cortés toma la palabra en una sesión del Grupo de Encuentro y Liberación Gay (Gelg).

Foto:Cortesía. Fernando Alviar

Uno de los miembros más importantes del Movimiento de Liberación Homosexual Colombiano fue el abogado y profesor Guillermo Cortés, quien se encargaba de todos los temas jurídicos, guardaba toda la documentación de la organización y ayudaba a los jóvenes judicializados por su orientación sexual a salir de la cárcel.
Su trágico fallecimiento, que vino por cuenta del Sida en los años noventa, generó gran conmoción entre sus pares porque no solo significó la pérdida de una valiosa vida, sino también de años de conocimientos sobre el MLHC. “Cuando miembros de la organización se acercaron a su casa para recoger el archivo, la familia, que nunca aceptó que Guillermo fuera gay, le negó el acceso al archivo a la organización y lo quemó. Entonces, todos los documentos de la organización desaparecieron y por eso es difícil acceder a esa información”, asevera Caro Romero.
El camino de lucha por los derechos de la comunidad LGTBIQ+ ha sido largo desde que ese martes de 1983, ese grupo de personas dio un punto de partida a un activismo que ha traido victorias históricas para la comunidad como la aprobación del matrimonio homosexual y la adopción por parte de parejas de orientaciones sexuales diversas.
Fernando Alviar reconoce que aún falta camino por recorrer en la búsqueda de derechos de la comunidad, pero no puede dejar de emocionarse al entender todo lo que han logrado desde ese día. Y es que ahora, cuando salen a marchar en junio para el ‘pride’, son miles los que los acompañan, ya no son solo 32.
STEFANÍA LEÓN ARROYAVE
REDACCIÓN DIGITAL
EL TIEMPO
Stefanía León ArroyavePortadista
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