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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

La hostilidad entre partidarios destruye los cimientos de la convivencia democrática y la sociedad civil

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Pese a que la polarización afectiva está en boca de todos, nadie ha demostrado realmente que tenga un efecto negativo, al menos en España. Esto ha generado un debate frecuentemente poco informado y carente de rigor entre académicos y expertos, resultando en una considerable discrepancia respecto a los efectos de esta polarización. Algunas opiniones argumentan que, lejos de ser perjudicial, la polarización constituye un elemento fundamental e incluso necesario para el dinamismo de la competencia política. Sin embargo, esta visión no solo carece de respaldo empírico, sino que también adolece de la profundidad conceptual y teórica necesaria, pasando por alto la esencia de la polarización afectiva y sus potenciales impactos diferenciados.

Esta forma de polarización, que opera en el ámbito de las identidades y los sentimientos que estas generan, no es comparable con la lógica y consecuencias de una polarización ideológica. La polarización ideológica está directamente relacionada con las posturas sobre los grandes temas de conflicto en la sociedad española y las propuestas partidistas para abordarlos. Como ya he demostrado en otro artículo, la polarización ideológica favorece algunos aspectos de la competición partidista, beneficiando el apoyo a los principios de la democracia liberal, siempre que se mantenga dentro de unos límites a partir de los cuales el efecto empieza a ser negativo.

Sin embargo, la polarización afectiva carece de cualquier atisbo positivo para la democracia, ya que es resultado fundamentalmente de una crispación en la que se niega la legitimidad de los otros e incluso se permite la constante descalificación y desnaturalización del enemigo político. Esto es así, al menos, en lo que respecta a sus consecuencias en las actitudes de los ciudadanos que la albergan. No hay que olvidar que dicha polarización se basa fundamentalmente en la hostilidad que se desarrolla hacia los otros partidos y sus partidarios, siendo esta, como ha demostrado la profesora Alexa Bankert  en su reciente libro, la causante de actitudes negativas para la convivencia democrática. Esto no es una cuestión baladí cuando hablamos de ganadores y perdedores en las elecciones, momento culminante en el que dicha polarización se agudiza.

En todas las democracias hay ganadores y perdedores como resultado de los procesos electorales, pero como se ha discutido desde el clásico de Anderson y colegas, para la democracia es esencial el consentimiento de los perdedores. Si este consentimiento es bajo, puede propiciarse el aumento desmesurado del “agujero de ganadores y perdedores” (winners and losers gap) que se observa en la distancia entre ambos en actitudes como la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, la confianza en el parlamento o la justicia, y otras actitudes básicas que constituyen el esqueleto actitudinal detrás del comportamiento democrático de los ciudadanos. Si el consentimiento del perdedor se deteriora mucho, tenemos un problema de legitimidad que puede alterar el equilibrio democrático, ya que perder se convierte en un acicate en favor de actitudes y comportamientos contrarios a la democracia liberal. Pero como se ha discutido recientemente, el efecto negativo no solo afecta a los perdedores. En determinadas situaciones, los ganadores ven en su victoria una posibilidad de alterar el juego democrático para imponer sus preferencias y políticas, aunque sea en detrimento de los principios de la democracia liberal. En suma, los ganadores dejan de “contenerse” desde el poder e inician y fomentan un deterioro democrático en favor de sus intereses partidistas. Esto es visible en casos de los ciudadanos que han apoyado y apoyan a líderes como Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría o el mismo Trump en los Estados Unidos.

Entonces, ¿qué cabe esperar si la hostilidad entre los ciudadanos aumenta como consecuencia de la competencia y la crispación, como ocurrió en las pasadas elecciones de julio de 2023? Los datos recogidos en la encuesta postelectoral dentro del marco del proyecto Comparative National Election Project (CNEP) permiten indagar en mayor medida en este aspecto. Los resultados del análisis muestran un efecto inesperadamente negativo tanto entre ganadores (PSOE) como perdedores (el resto), lo cual es realmente preocupante y descarta cualquier posibilidad respecto a los supuestos beneficios de la actual crispación. Con estos datos he estimado un modelo del efecto de ganar y perder según el grado de hostilidad, controlado por aspectos básicos como edad, hábitat, género, educación, interés en la política e incluso extremismo ideológico. Además, para evitar ciertos problemas respecto de quiénes son los perdedores, he separado a los mismos de los partidarios de VOX.

Los gráficos 1, 2 y 3 que vienen a continuación muestran los resultados de los valores medios esperados con actitudes como la satisfacción con la democracia, confianza en el parlamento y en la justicia. Todos ellos confirman el mismo patrón en cuanto al efecto de la hostilidad hacia “los otros” tanto entre ganadores como entre perdedores:

1.    Da igual ser ganador o perdedor, la hostilidad propicia de igual manera un descenso significativo de estas actitudes; es decir, todos tienen menos satisfacción con la democracia y confían menos en el Parlamento y en la justicia.

2.    Además, ese descenso en los dos grupos de partidarios es paralelo (en el caso de satisfacción con la democracia, hay unos pocos casos entre los perdedores que desvirtúan esa visualización, pero el efecto es claramente similar). Tanto es así que ese patrón negativo que se da tanto en ganadores como en perdedores (e incluso entre los seguidores de Vox) se hace indistinguible si añadimos al modelo la interacción entre perdedores y polarización, o entre partidarios de VOX y polarización. En los resultados de esas interacciones, nada sale significativo; en otras palabras, todos ellos se caracterizan por un deterioro notable de estas actitudes en grados muy semejantes.

Podría argumentarse que lo observado puede ser un efecto temporal que tiende a diluirse una vez pasadas las elecciones, pero no es así. Esta misma encuesta forma parte de un panel realizada (a los mismos individuos) en octubre de 2023, en donde se reproducen exactamente las mismas pautas (resultados no mostrados, pero disponibles si se solicitan).

Por tanto, parece claro que no puede defenderse en ninguna circunstancia que la hostilidad hacia los otros (parte esencial de la polarización afectiva) promovida por la actual crispación tenga algo de beneficioso para la democracia. Esto se debe a que la polarización afectiva depende de los efectos erosivos provocados por discursos negativos hacia los otros líderes, partidos y sus partidarios. No es lo mismo una polarización que señale las diferencias respecto a una agenda política que hacerlo apelando a identidades básicas y discursos descalificadores que consideran al otro como un enemigo, negando su legitimidad como actor en el ámbito político. Esto último deteriora gravemente la opinión de los más hostiles hacia los otros respecto a la democracia y sus principios, así como su grado de confianza en las instituciones básicas (las de representación y las que representan el estado de derecho) y el mismo funcionamiento de la democracia.

 

Dejemos, por tanto, de alabar los cuestionables efectos movilizadores de la creciente crispación (dado además que su efecto en la población sea cada vez más residual) y pasemos a preocuparnos más sobre los efectos que esta polarización puede tener en las actitudes democráticas básicas. Hay incluso algo más preocupante al respecto. Aunque no lo he mostrado, este mismo patrón se produce en el efecto sobre la cohesión social: los partidarios más hostiles hacia los “otros”, sean ganadores, perdedores o partidarios de Vox, desconfían más de aquellos que no forman parte de sus círculos sociales conocidos, lo que está destruyendo el cemento de la sociedad civil.

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