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¿Por qué hasta tus vecinos creen en conspiraciones?

Las teorías  conspirativas sobre los atentados del 11M siguen vivas 10 años después.

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Una de las características más terroríficas de la política contemporánea es la facilidad con la que se extiende el odio. Para describir este fenómeno se ha hablado de crispación y polarización, y ha habido muchos intentos académicos por intentar comprender cómo estos procesos dan forma a la política actual. En todo caso, es como si el odio al que es y piensa distinto se hubiera convertido en un elemento central de nuestra era. No es que antes de nuestro tiempo no hubiera existido el odio, por supuesto, sino que ahora juega un rol central gracias a la rápida difusión de información y desinformación a través de las redes sociales y los medios de comunicación.

Cualquiera que se adentre en los submundos de la extrema derecha española podrá comprobar cómo la imagen que se tiene del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de los representantes del Gobierno en general, es la de un enemigo o traidor a la patria que sería capaz de hacer cualquier cosa para lograr sus objetivos. Los habitantes de este submundo han deshumanizado por completo a sus adversarios políticos, ahora convertidos en enemigos terribles que continuamente conspiran y actúan para hacer el mal. El perfil que se dibuja es el de una izquierda que ha trazado un plan maléfico que desea imponer a toda costa. Incluso periodistas que hace diez años eran rigurosos describen hoy al presidente en esos mismos términos. El sesgo de confirmación es de tal calibre que, ante cualquier noticia, rumor o bulo, millones de individuos otorgan la máxima verosimilitud a lo que a ojos de cualquier otro sería una completa estupidez. Así, esas personas se convencen fácilmente de la fidelidad de cualquier noticia que refiera a la responsabilidad del enemigo ante algo que haya salido mal, sean datos económicos nacionales o un altercado callejero. Pero, ¿a qué se debe tanto odio?

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