Hay que ser muy mostrenco para no interpretar correctamente lo que ha ocurrido en Francia. A una holgada mayoría de ciudadanos de aquel país le aterra que le gobierne la extrema derecha. Punto. Es sencillísimo. Así que cuando han visto el gigantesco tamaño de las orejas del aullante lobo, y han tenido la posibilidad de votar otra cosa –seguramente cualquier cosa– distinta de la bazofia ideológica de los ultras de Marine Le Pen, se han tirado a ella de hoz y coz. Decíamos en otra ocasión que la reacción natural a votar en contra de Macron debería ser votar a la izquierda, parece obvio, porque en ningún lugar estaba escrito que ese descontento tuviera que ir, por exigencias sociológicas, a engordar a la xenófoba y reaccionaria ultraderecha. Y eso ha sido, exactamente, lo que ha ocurrido: votemos izquierda si queremos acabar con el desastre neoliberal de Macron y la amenaza de una feroz Le Pen. Tampoco hay que haber estudiado en La Sorbona para entender la ecuación, simple como el mecanismo del botijo. Y otra evidencia de Perogrullo: cuando la izquierda se une, sus posibilidades se multiplican en progresión geométrica. ¿Mirada de soslayo a España? Pues también.
Lo primero: hagan el favor de dejarnos a las gentes que abominamos de la ultraderecha –y de la derecha, si empujan ustedes a la sinceridad absoluta– que disfrutemos de estos momentos de regodeo y jarana. Hay pocas alegrías en la casa del pobre. Y esta semana, aleluya, hemos tenido dos: Gran Bretaña y Francia. Pues eso, un rato de jolgorio. Ya sabemos que las huestes de Le Pen no han desaparecido y que darán muchas y duras batallas. Pero eso, después. Ahora, unas risas. ¿Consecuencias de estos resultados? Muchas, claro. Hoy nos conformaremos con unos someros apuntes, que tenemos por delante algún que otro nubarrón. Internamente, los ajustes de cohabitación parecen difíciles, y un acuerdo en las izquierdas para elegir el candidato a primer ministro es un reto de primer nivel. Un poco de tiempo, no avasallen. También las consecuencias para Europa serán notables, tanto por la demostración a la ciudadanía del resto de países de cómo se puede frenar el ascenso de esa ultraderecha que parecía imbatible, como por la propia suma de votos en el conjunto europeo. ¿Alguna enseñanza para España? Claro. Ahora mismo lo veremos.
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