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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

Goza de buen retiro

Desde hace varios años hemos visto a varios actores del popular programa de televisión mexicano El Chavo del 8 despedirse de los escenarios, ya entrados en años y enfermedades. ¿Cuándo está bien decirle adiós al público?

Por: Luis Carlos Ávila R | Publicado

No le tengo miedo a envejecer. De hecho, es una de mis metas de vida desde que tengo memoria. Desde niño, cuando solo leía y evitaba la clase de Educación Física, siempre disfruté ver a la gente mayor en el parque, dedicada a ver la vida pasar. A mí también, como dice Fito Páez, me gusta estar al lado del camino, escuchar música y ver televisión hasta el fallo ocular.

Así he vivido hasta ahora, que ya superé la edad de Cristo. Eso me frustra, porque siempre quise ser como Jesús y jubilarme a los 33. No pasó. Igual, es algo ingenuo hablar de lo que no he vivido. La verdad es que no soy nadie para opinar ni de la vejez, ni del mentado y supuesto verbo conjugado ‘hacer uso de buen retiro’, que suena a programa de fidelización de un cementerio. Según el DANE y la DIAN, soy un adulto, cotizante, aportante y declarante, en el mismo orden y en sentido contrario.

Pero lo que sí me hace disfrutar la posibilidad de llegar a ser viejo son las historias de vida que espero contar. Entre ellas, hay unas que me hacen sentir muy orgulloso. Desde muy niño siempre he sido fanático de los programas de Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, un genio admirable al que pude conocer en persona. Para mí, tener un encuentro personal con él, incluyendo que me dijera que me parecía a su nieto, no se comparó con el privilegio de verlo actuando en escena, a sus 80 a��os. Fue un honor que atesoro. Un honor parsimonioso y lento, pero un honor, al fin y al cabo.

Algún tiempo después, por razones que le agradezco a Dios, a Javeriana Estéreo, al Canal RCN y a Televisa, tuve encuentros personales con Édgar Vivar, Rubén Aguirre, Florinda Meza y Carlos Villagrán; alias El señor Barriga, El profesor Jirafales, Doña Florinda y Quico (O Kiko, para evitar temas legales), respectivamente. Al conocerlos noté que, por supuesto, el tiempo siguió su marcha y no eran los mismos con los que crecí en televisión. Ya se veía el desgaste y el achaque natural de los días vividos, de los años recorridos, de las millas de vida natural.

Pero uno de los mejores meet and greet, que es como los jóvenes de ahora le dicen a la oportunidad de pasar tiempo con sus artistas favoritos, fue el que tuve con María Antonieta de Las Nieves Gómez Rodríguez, mejor conocida como La Chilindrina. Cuando la tuve de frente, fue inevitable compararla con mi abuela: tierna, pero frágil y añejada, de andar asistido a pesar del ‘chilitraje’ colorido. Me hizo recordar cuando Piero cantó: “ahora ya camina lento, como perdonando el tiempo”.

La muy querida Tony, como le decimos los amigos, quedó en blanco cuando le pedí que me firmara su libro autobiográfico. Yo no entendí lo que pasaba hasta que me lo explicó su agente: La Chili estaba sufriendo una artritis reumatoide que la tenía doblada del dolor de manos y articulaciones. A pesar de eso, ella no se quejó, aceptó seguir vestida de Chilindrina y atender a los fanáticos. Y a mí me recibió por aparte, para darme el abrazo fraterno por comprar su libro y bromear juntos de nuestra estatura. Definitivamente, las viejas glorias son mejor de lo que uno piensa.

Esos días en los que conocí en vida al elenco de Chespirito, que bien puede ser la fantasía de cualquier latinoamericano del siglo XX, me sentí contento, pero también algo nostálgico y raro. Como dicen los mexicanos, se sintió tantito gacho, porque siempre será impactante ver cómo alguien que representa la atemporalidad en sí misma se extingue ante nuestros ojos. El paso del tiempo no respeta ni a aquellos que parecen eternos, que a veces se nos olvida que son humanos y por lo tanto finitos.

Este año, no hace menos de un mes, María Antonieta anduvo de gira por Colombia presentando la obra de teatro Los huevos de mi madre. En todas sus intervenciones con la prensa aseguró que esta sería la última gira de su extensa carrera. En una entrevista dijo textualmente: “No quiero dar lástima a la gente porque así quisiera seguir haciendo la Chilindrina, no lo iba a ser con el mismo entusiasmo y la energía de los bailes y las de coreografías”.

La noticia para muchos es un alivio, porque sienten que personajes como estos deberían retirarse antes de dar pena. Para algunos, verla así vestida, o ver a Carlos de marinerito meneando las rodillas cual señor Burns vestido de Jimbo, es una imagen decadente. Aquí siempre sacan a bailar al popular Xavier López alias Chabelo (QEPD), quien hasta el último de sus días usó su voz chillona mientras se justificaba diciendo que los niños son y serán siempre los mismos. Chabelo sí me daba mucha vergüenza ajena, la verdad. Sobre todo, porque nunca se salió de su personaje.

En el caso de De Las Nieves Gómez no se puede olvidar que no siempre fue solo la ladina Chilindrina: antes de ser actriz, fue bailarina desde los 6 años. Actriz de doblaje desde los 8, y que lleva una carrera artística ininterrumpida de 67 años. Podría uno pensar que sigue trabajando por necesidad, pero con artistas de este nivel no es un retiro, es un cambio de horizonte. Y es que por ahí pasa la conversación también. ¿Desde cuándo retirarse indica dejar de hacer lo que a uno le apasiona? Ella se parece al afamado director Clint Eastwood, que a sus noventa y pico también sentenció que hará cine hasta que muera.

No sabemos si su jubilación será con las arcas llenas o no, pero de seguro a esa edad ya la gente entiende que la vida es más que el dinero acumulado. Que seguro pesa más lo vivido y lo recordado. Qué dicha que pueda decidir bajarle a las revoluciones y no que las revoluciones la bajen antes. Seguro esto nos enseña que la vejez es inminente y que para ello uno debe prepararse, como si fuera un viaje, un curso prematrimonial o un taller de cocina.

Yo sí celebro que las viejas glorias todavía sigan entre nosotros, que trabajen hasta que lo deseen, que se retiren del medio si quieren, que descansen y que cuando quieran vuelvan para llenarnos de recuerdos y buenos momentos. Son personajes arrugados y encorvados, pero también apasionados por lo que hacen. Gente así inspira a encontrar un propósito de vida e invertir toda la existencia en ello.

Qué dicha que estos viejos gocen de buen retiro y no les pase como a nosotros, los viejos de treinta y tantos, que hemos vivido en dos siglos, en cinco décadas distintas y todavía no sabemos si nos retiraremos dignamente, aunque no nos faltan ni canas ni ganas. Me reconforta aferrarme a lo que decía Chespirito para sentir que ser viejo es, ante todo, un estado mental: “si tú eres joven aún, mañana viejo serás a menos que con afán conserves tus inquietudes y así nunca envejecerás”.

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