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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

Es mentira: Munro no es la Chejov de ningún lado

El pasado 13 de mayo murió la escritora canadiense Alice Munro, la primera cuentista pura (que solo publicó cuentos) en ganar el Premio Nobel de Literatura

y a quien siempre se comparó, de manera torpe y reduccionista, con Chejov.

Por: Juan de frono | Publicado

Siempre creí que Jonathan Franzen fue quién dijo por primera vez que Alice Munro era la Chejov canadiense, pero me enteré hace días de que no. Fue el segundo marido de Munro, Gerald Fremlim, el que pronunció esa frase y después de él la han dicho y repiten autores, periodistas, titulares de medios y fajas de libros en decenas de idiomas como si dijeran algo nuevo bajo el sol. Nuevo no es, porque es una fórmula manida: no saber cómo describir a una escritora o un escritor que plantea un mundo propio y usar el nombre de otro autor extraordinario, indiscutible, y creer que se dice mucho, una genialidad. Y la comparación tampoco es maravillosa por una razón simple: es falsa.

Voy a explicar. Me parece el momento perfecto, ahora que Alice Munro murió. Es justo comenzar por limpiar su nombre de Chejov. Munro no es Chejov. No se parece a Chejov. No es la Chejov de Norteamérica, Canadá u Ontario, la provincia canadiense donde nació el 10 de julio de 1931, y desde donde atendió la llamada el jueves 10 de octubre de 2013 que le anunció el Premio Nobel y donde murió el pasado 13 de mayo.

“Me gustaría que dejaran de llamarme así”, dijo Munro en algunas entrevistas. En una de esas conversaciones, publicada por El Universal de México, agregó: “No puedo decir que Chéjov me haya influido porque él es como Shakespeare: ha influido en toda la literatura”. Y dijo algo más, una idea importantísima: “Si uno es un buen escritor, la voz tiene que ser única”. Este es uno de los quid del asunto Munro-Chejov. ¿Se parecen las voces? ¿Es la de Munro lo suficientemente original para aspirar a no ser comparada con el escritor ruso? Para una persona que lea con atención ambas obras serán evidentes las diferencias. La confusión nace de otro lado.

La confusión surge de una impresión fácil y perezosa, de pensar: claro, hay realismo-estilo transparente-gente común-vidas solitarias-ambientes rurales y de pueblo, etc., en los cuentos de ambos. Sí, Munro y Chejov comparten eso, como otros escritores comparten espacios y personajes, pero hasta ahí, eso no los hace iguales ni remotamente parecidos. Bueno, la otra facilidad es la obvia: son cuentistas, y de los buenos y definitivos y que lo cambian todo e influyen en lo que viene después y obligan a reinterpretar lo hecho.

Alice Munro hace parte de esa cuadrilla, sin mucha discusión. Antes de ella, los cuentos seguían la fórmula del viento: podían variar, dar vueltas, subir o bajar, pero llevaban una dirección interior, un pálpito en un solo sentido. Los cuentos de Munro son otra cosa, se parecen a los dibujos infantiles de la lluvia: líneas que no se tocan, no sabemos si caen o ascienden y no se juntan y obedecen a múltiples sentidos.

Igual que Chejov en su momento, Munro llegó con su voz a la literatura para abrir, quebrar y torcer, para desviar, adelantar y romper, ahondar e iluminar. Recordando a Borges, es una voz que nació para crear, incluso, a sus predecesores. Por eso ella no puede ser la Chejov de ningún lado, porque antes de su aparición ningún cuento era como los suyos, con esas arquitecturas inestables y sus ritmos secretos.

Pero regresemos a la voz, palabra importante para hablar de literatura. Como si se dijera espíritu, dios. Porque dios toma forma de voz en la imaginación y las palabras de los escritores fundamentales, en sus mejores libros. De ahí que al leerlos nos sintamos retratados, y mucho mejor: plagiados. Sus voces dicen lo que nunca sabremos decir de nuestra experiencia, con las combinaciones de palabras más excavadoras y luminosas. Si pensamos en esas voces en términos de elementos de la naturaleza, Munro es una voz más telúrica, a diferencia de la Chejov, mucho más aérea.

Una de las alabanzas al estilo Munro es la fragmentación de sus cuentos, que funcionan como placas tectónicas. Un rasgo que nació de la ausencia de tiempo en la juventud de la autora, cuando comenzó a escribir. Ella lo explicó en varias conversaciones. Sus primeros cuentos los trabajó mientras sus hijas dormían, en los momentos libres que le dejaba su ocupación de madre y esposa. De ahí que no sea raro el título de una entrevista que Munro dio al Vancouver Sun, en 1961, cuando tenía 30 años: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir cuentos”. Los movimientos de las placas de los cuentos, la danza, el ritmo de esos fragmentos (preciso, asombroso) es el que crea la adición Munro. Sí, porque ella es de esas artistas que, más que lectores, crea fanáticos. Personas que aman su gusto por lo ausente, por la fragmentación, por lo que no puede saberse entre los límites que separan los bloques de sus historias. Munro aclaró este asunto en un reportaje de The Guardian del 6 de diciembre de 2013, cinco días antes de que su hija Jenny recibiera en su nombre el Premio Nobel: “Me gustan los huecos, todas mis historias tienen huecos. Parece que así es como se presentan las vidas de las personas”.

Huecos-abismos-aberturas. Vacíos. Silencios que unen los fragmentos de la vida de una persona. Huecos que están entre un secreto juvenil y un amor fugaz, catastrófico, en la edad adulta y una enfermedad solitaria en la vejez. O entre una traición adolescente, una muerte prematura, el abandono, la fuga sin rastro de mujer y un reencuentro sorpresivo al final de la vida.

Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio es el título de uno de los libros de Munro, resumen notarial de una biografía. “Hay que tener ovarios para titular un libro así”, escribió en su Instagram la escritora uruguaya Fernanda Trías el día en que la cuentista canadiense murió. Sí, mucha valentía, y un cerebro único, genial y capaz de plasmar y darle forma al mapa de lo que llamamos vivir.

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