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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

Correr en las calles de Medellín

De la mano de Haruki Murakami, el escritor Juan Diego Mejía nos cuenta el ritual que entraña correr por Medellín, un deporte que cada vez se pone más de moda. ¿De qué se trata esta religión milenaria?

POR: JUAN DIEGO MEJÍA | Publicado

Son las siete de la mañana de este domingo. Están cerrando el paso a los carros en la Avenida El Poblado, a la altura de La Frontera. Mientras tanto dos grupos de atletas calientan frente a la puerta de Carulla. Forman dos círculos de risas y movimientos lentos. Repiten sus propias rutinas para calentar los músculos. Yo hago lo mismo. Llamo a lista, una a una, a las partes de mi cuerpo que van a entrar en acción y ellas contestan presente. Poco a poco me contagio de la atmósfera de los que van y vienen en una especie de preparativos de fiesta. Doy unos pasos, acelero, siento que se abre una puerta inmensa y queda la ciudad a solas conmigo.

Una ceremonia colectiva

Este ritual de la calle empezó en Medellín en plenos años ochenta, cuando el asfalto era propiedad de la violencia. A esa ciudad de entonces se le habían negado los espacios públicos, y la ciclovía fue un símbolo de un futuro lejano, pero posible. Las primeras rutas fueron el anillo que rodea la unidad deportiva Atanasio Girardot y la Avenida Oriental. Después la oferta se amplió a otros espacios. Ahora no queda mucha gente que se acuerde de esos años difíciles en los que estuvimos acorralados. Cientos de personas salen en bicicleta, al trote o con paso de caminantes. Ya la calle no tiene dueño.

Los corredores que calentaban hace un rato en la zona de La Frontera pasaron junto a mí. Van en silencio, escucho sus respiraciones, ajustan el paso para no quedarse relegados. Hay otros sin grupo, como yo. Nos cruzamos la mirada y siento que ellos llevan en los ojos una señal conocida. Es la marca del asombro.

Un momento que no se olvida

Yo había fracasado en el primer intento de terminar una carrera que organizaba mi colegio durante las fiestas. Salíamos del club Campestre y debíamos llegar al colegio de San José, en la loma de Caracas, barrio Boston. Tendría entonces doce años y no lo logré. Me subí al bus escoba que recogía a los rezagados y en secreto pensé que debía vivir el resto de mi vida sin cruzar la meta en una carrera de atletismo. Pero, varias décadas después, sentí el asombro de nuevo cuando volví a intentarlo. Lo hice gradualmente, día por día, hasta que desapareció el sufrimiento y pude ver el paisaje sereno que siempre estuvo allí y que también me veía pasar. Supe que la mente puede trabajar mientras el cuerpo corre. Y pude ver el mundo llano, el mundo montaña, el mundo camino.

Aprendí a colonizar rutas que me llevaran a revivir momentos que me marcaron en otras etapas de la vida. Regresé a pasajes secretos que estuvieron guardados en la memoria durante años. Un túnel de árboles, un callejón estrecho, el ruido de los grillos que sale de un solar, alguna señal de otros años me devolvía al pasado mientras corría. Descubrí las virtudes de correr distancias largas y dejarme llevar por el pensamiento. Aprendí a apagar la música, aplazar los podcasts y los audiolibros, concentrarme en el ritmo interno que se oye como un metrónomo.

Ahora sí hablemos de correr

El escritor japonés Haruki Murakami tiene setenta y cinco años y todavía corre largas distancias. Ha participado en maratones y en ultramaratones, que son carreras de más de cincuenta kilómetros. Escribió en De qué hablo cuando hablo de correr lo que para él significa ese verbo y compara la escritura de una novela con una carrera de larga duración. Para no perderse en una o en otra es necesario estar entrenado, lanzarse al vacío y confiar en que aparecerá el piso. Murakami cuenta que en la ultramaratón los participantes van como dormidos y cantan mantras que los mantienen serenos. En la escritura de una novela es posible perder el norte. A veces no sabemos si algo ya lo dijimos o solo lo pensamos. Tal vez, como recomienda Murakami, sea útil cantar mantras frente al computador y esperar a que vuelva la calma.

Después de vivir el momento del asombro, cuando ya supe que podía trotar con comodidad, comprobé por qué Murakami dice que solo después de cubrir distancias superiores a sesenta kilómetros a la semana es posible hablar de correr. Para él, esta es la única manera de saber lo que se siente en el ejercicio solitario. Y tiene razón. Es difícil para alguien que no practique este deporte entender los cambios del cuerpo a medida que transcurren los kilómetros. Les sonará inverosímil la historia del súper atleta Danilo Estrada, que alguna vez se fue al trote de Medellín a Bogotá sin detenerse. No creerán lo que apuntaron los m��dicos y acompañantes de esa travesía. En el informe oficial se lee: “3 a.m. Danilo se durmió. Siguió corriendo”. ¿Es posible dormir mientras corremos? Hay que intentarlo para saber de qué hablan los que saben.

La soledad o los grupos

En la ciclovía de este domingo han pasado junto a mí varios grupos que visten los uniformes de sus clubes. Alcanzo a ver juegos de palabras en las camisetas, casi todas las frases están escritas en inglés. Dicen «run», no «correr». «Runners», no «corredores». Muchos corren en inglés a pesar de que estamos en la ciclovía de El Poblado. Pero, no creo que sea tan simple clasificar esta moda como un asunto de esnobismo. Tal vez esto los hace sentir parte de una comunidad más amplia. Es la manifestación de una necesidad colectiva que involucra a los habitantes de cualquier lugar del mundo contemporáneo. Tener un grupo con el cual puedan compartir un anhelo. Ser parte de algo. Saber que no están solos.

El atractivo de los grupos

Es explicable que las personas con intereses comunes se busquen y se frecuenten. Por eso los grupos de corredores tienden a ser homogéneos y a seleccionarse por la edad, por la condición social y económica, por la empresa en la que trabajan, por la universidad. Siempre me ha llamado la atención la energía que se siente al correr cerca de un grupo que lleva un tiempo unido. Algo de ellos se queda en uno. A veces es un sentimiento de admiración por la fortaleza o por la velocidad o por la postura elegante de los atletas que van rompiendo la resistencia del aire. Si es un grupo de veteranos el que pasa, me deja más preguntas que respuestas. Me sugiere lecciones de vida. Ahora pienso en los mayores que corren en la Universidad de Antioquia, en los que entrenan en Belén, en los que frecuentan la pista de El Dorado en Envigado. Llegaron a edades impensables en otros tiempos y siguen corriendo. A ellos los encuentro en la ciclovía los domingos y me miran. Saben que a pesar de los años conservamos intacta la marca del asombro.

La competencia es la competencia

La primera carrera oficial que terminé y de la que guardo buenos recuerdos fue una competencia de diez kilómetros con la que celebraríamos el primer aniversario de la fundación del Canal Universitario de Antioquia. Era un acontecimiento que los involucrados en este proyecto no queríamos dejar pasar en silencio. Convocamos a la gente del Valle de Aburrá a festejar corriendo. No quise quedarme vestido de civil con la escarapela de organizador colgada del cuello, en cambio entrené, me inscribí, y viví con intensidad cincuenta minutos de vértigo. Esa experiencia fue el impulso para muchas otras competencias en las que volví a sentir la emoción de ir en contravía del flujo de los años. Cada vez que crucé la meta de una carrera recordé el momento en el que el bus escoba del colegio me invitaba a abandonar aquella competencia de hace mucho tiempo.

Correr solo

Ahora siento a mi espalda el aliento agitado de varias personas. Son corredores que por momentos emparejan su paso con el mío. Ya van a mi lado, sé que estarán conmigo unos segundos, tal vez minutos. Cuando comprueben que pueden ir más rápido se irán. Volveré a estar solo. Podré regresar a mis pensamientos. Sentiré de nuevo el paisaje y comprobaré que soy un corredor solitario. Solo dejo que el mundo siga su ritmo. Yo sigo el mío.

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