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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

Afilar una lengua nueva

En la lengua viaja la cultura de un pueblo. Aprender una diferente a la materna tiene su complejidad. Más aun el intento de hacer con ella literatura.

Por: John Saldarriaga | Publicado

Hay pocas cosas más trascendentales en la vida de un ser que la de irse de casa. Por cualquier motivo: el deseo de independencia, la imposición de otros o el rigor de la Naturaleza iracunda.

Entre esas pocas cosas más trascendentales está la de migrar de idioma. Nacer y aprender a hablar en uno y, de pronto, irse a vivir a otro. Porque uno le debe la vida a la lengua. Con ella subsiste, se relaciona con otros seres para ganarse el pan como suele decirse y alcanzar cualquier nivel de desarrollo personal. Con la lengua se expresan deseos, sentimientos, necesidades y creencias. Por eso, complicado resulta aprender otro idioma y, por medio de él, una cultura diferente.

En la escala de dificultades por la que estamos ascendiendo, tal vez en un escaño más alto esté el de intentar hacer arte con el nuevo idioma. Por tal motivo he mirado con cierto arrobamiento a aquellos creadores que han migrado del idioma materno a otro y hecho literatura y poesía en el que han adoptado o, mejor dicho, en el que los ha adoptado a ellos. Y con cierto asombro a aquellos que lo han hecho de forma brillante.

Uno de los casos más admirables es el de Milan Kundera. El autor checo comenzó primero a perder su patria y hasta su identidad, desde la expulsión del Partido Comunista en 1950, cinco años después de haber ingresado, por supuestas acciones en contra del organismo. Tal incidente le sirvió de tema en La broma, novela de 1967, una sátira al totalitarismo en la era comunista. A Ludvik Jahn, el personaje central, lo excluyen del Partido, envían al exilio y condenan a trabajar en las minas. Todo por un chiste que le hace a su novia en una carta en la que alude a Troski. Con los años, las grandiosas novelas del escritor —La insoportable levedad del ser, La vida está en otra parte, La despedida...— fueron prohibidas en su país. Kundera, desempleado, debió resolver la subsistencia con trabajos informales e incipientes, como el de profesor de piano o escritor del tarot en una revista, pues, para lo primero tenía inmenso dominio y para lo segundo, gran imaginación.

Sin nacionalidad, porque el gobierno se la retir��, entendió que la vida estaba en otra parte. Emigró a París con su esposa, Vera Hrabankova. Allí se hizo profesor de literatura y fue adaptándose a la cultura y al idioma. Escribió todavía algunas obras en checo —El libro de la risa y el olvido y La inmortalidad— y, a partir de 1993 —dieciocho años después de su llegada— comenzó a crear en francés directamente. En este idioma escribió las novelas La lentitud, La identidad, La ignorancia y La fiesta de la insignificancia, así como los ensayos El telón (sobre el arte de la novela), Los testamentos traicionados y Un reencuentro (varios escritos sobre el totalitarismo). Y tanto en checo como en francés, sus obras rebozan de reflexiones y humor negro.

Absurdo

Al francés también fue a dar, muchos años antes, Samuel Beckett, el irlandés que llevó una vida agitada y tormentosa. Agitada, porque se vio envuelto en líos de faldas, como cuando sostuvo romances con tres mujeres por separado y sin consenso, de modo que no podría hablarse de un antecedente del poliamor; fue blanco de escándalos jurídicos y señalado de ateo en su país natal de catolicismo acérrimo; estuvo inmiscuido en militancias políticas anti nazis; se ganó la vida como recadero; sedujo a la hija de James Joyce, Lucía, solo por acercarse al genial autor del Ulises (lo cual él mismo le revelaría, causándole, no solo el consabido descorazonamiento, sino esquizofrenia). Y tormentosa porque peleó con su madre; sufrió lo indecible tras la muerte de su padre, al punto que lo internaron en un hospital psiquiátrico durante meses, y, más que nada, porque entendía que ni la vida ni el mundo tienen sentido y Dios no existe. Era un sujeto pesimista que expresó la tragedia con un humor sazonado en la salsa del existencialismo. Después de algunas obras en inglés —las novelas Molloy y Malone muere, y el ensayo Proust, entre otras— y de decir abiertamente que prefería una Francia en guerra que una Irlanda en paz, se radicó en el país galo. Y fue en la Ciudad Luz y en francés que escribió lo más grueso de su obra: la novela El innombrable y las piezas teatrales Los días felices, Acto sin palabras, La última cinta (llevada a las tablas por el Teatro Oficina Central de los Sueños, con actuación de Ramiro Tejada y dirección de Jaiver Jurado) y Esperando Godot (que puso en escena el Teatro Matacandelas, con dirección de Cristóbal Peláez).

El absurdo beckettiano hace que la vida resulte una tragicomedia. Para referirnos solo a las dos últimas obras mencionadas, digamos que con La última cinta, el autor encontró su camino literario. En ella, un sujeto avejentado, aislado en su habitación, escucha una y otra vez las cintas que grabó en su juventud y decide grabar una última cinta con sus impresiones sobre sí mismo en el pasado. Con Esperando a Godot hace evidentes el tedio y la falta de sentido de la existencia. Dos vagabundos, Vladimir y Estragon, esperan a un tal Godot que nunca llega y el lector —o espectador— jamás conoce. Algunos creen que Godot representa a Dios, pero Beckett negó siempre esta interpretación.

“VLADIMIR. —Dis quelque chose!

ESTRAGON. —Je cherche.

(Long silence).

VLADIMIR (angois). —Dis n’importe quoi!

ESTRAGON. —Qu’est-ce qu’on fait maintenant?

VLADIMIR. —On attend Godot.

ESTRAGON. —C’est vrai.

VLADIMIR. —Ce que c’est difficile!

ESTRAGON. —Si tu chantais?”

En español:

VLADIMIR. —¡Di algo!

ESTRAGÓN. —Yo busco.

(Largo silencio.)

VLADIMIR (ansioso). —¡Di cualquier cosa!

ESTRAGÓN. —¿Qué hacemos ahora?

VLADIMIR. —Estamos esperando a Godot.

Estragón. —Es verdad.

VLADIMIR. —¡Qué difícil es!

ESTRAGÓN. —¿Y si cantaras?

Un mar de ejemplos

Otro caso fascinante es el de Joseph Conrad. Comencemos por desenmarañar la geografía de su origen. Este escritor polaco nació en Berdyczów, una ciudad que al momento de su nacimiento, el 3 de diciembre de 1857, hacía parte del Imperio ruso y hoy hace parte de Ucrania. Quedó huérfano de padre y madre cuando estrenaba adolescencia. Desde entonces salió de su tierra. Vivió primero en un país cercano. Después se hizo a la mar y trabajó en barcos. Se nacionalizó británico y en inglés creó sus maravillas literarias en las que trata sobre la vulnerabilidad del ser humano y la inestabilidad de la existencia. Dos aprendizajes fundamentales obtenidos de ese gran profesor: el océano. El negro del Narcizo, El corazón de las tinieblas, El duelo, El agente secreto son algunos de sus relatos, en los que no faltan la zozobra ni la reflexión.

En 1917 apareció The shadow-line (La línea de sombra), una aventura de colonización, en la cual marineros se internan en el África profundo y en lo más hondo del corazón humano. Observemos cómo los primeros dos párrafos, que sirven de introducción a las peripecias, surgen como un trasatlántico en el horizonte, que va creciendo ante nuestros ojos desde la insignificancia de un dedal hasta la grandiosidad de una ciudad flotante: “Only the young have such moments. I don’t mean the very young. No. The very young have, properly speaking, no moments. It is the privilege of early youth to live in advance of its days in all the beautiful continuity of hope which knows no pauses and no introspection.

One closes behind one the little gate of mere boyishness—and enters an enchanted garden. Its very shades glow with promise. Every turn of the path has its seduction. And it isn’t because it is an undiscovered country. One knows well enough that all mankind had streamed that way. It is the charm of universal experience from which one expects an uncommon or personal sensation—a bit of one’s own”.

Así los han traducido al español:

“Solo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jóvenes, no; pues estos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es el privilegio de la primera juventud. Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un jardín encantado. Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo”.

Algunos otros casos de creadores que migraron de lengua son los de Vladimir Nabokov, el de Lolita, quien nació en Rusia y en el idioma ruso, y escribió en inglés; Chimamanda Ngozi Adichie, la de La flor púrpura (Purple hibiscus), nigeriana, cuyo idioma natal es el igbo y escribe en inglés, y Antonio Tabucchi, el de Sostiene Pereira, de nacionalidad y lengua italianas, quien escribió en su idioma original y también en portugués. La lista sigue, cómo no, pero los mencionados bastan como ejemplos para ayudarme a señalar el fenómeno de irse de un idioma a otro a manifestar pensamientos, sentimientos y reflexiones, no solo en la vida corriente, en la que habría, tal vez, posibilidades de aclarar dos o tres veces lo que se desea decir, sino elevar la comunicación de lo básico y simple al arte verdadero.

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